Rescata

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martes, 25 de abril de 2023

La abuela Rosa le enseña a su nieta a elaborar el tradicional budín de pan de los alemanes del Volga

 -Abuela, me hacés Füllsen? -pregunta Marisa, de veintitrés años. A vos siempre te sale tan rico! Te acordás cuando era chiquita y me quedaba a dormir con vos y me cocinabas todo lo que te pedía? Me hacías Wickel Nudel, Kreppel y Füllsen. Cómo nos peleábamos con mis hermanos para quedarnos con el último Wickel Nudel! Te acordás, abuela? Vos feliz y el abuelo mirando serio, porque no le gustaba que hiciéramos lío en la mesa, cuando comíamos. A veces, nos decía: 'chicos, chicos, estamos en la mesa. Pórtense bien. Así los educa su madre?’. Y mis hermanos y yo, nos quedábamos quietitos, porque sabíamos que con el abuelo no se jugaba.
-Pero era muy bueno con ustedes -lo disculpó la abuela. Los quería mucho. Los llevaba a la huerta para que lo ayuden a regar y…
-Y le sacábamos canas verdes -rió la nieta.
-Es que ustedes también eran muy schlim -interrumpió la abuela para decir que eran muy traviesos en su idioma cotidiano, el dialecto heredado de sus ancestros. Le pisaban los canteros de repollo, arrancaban los tomates cuando todavía estaban verdes y tu hermano Alberto, agarraba la azada y empezaba a carpir todo lo que encontraba en su camino, sin discriminar entre lo que eran plantas de yuyos y verduras.
-Pobre abuelo -suspiró la nieta, mirando la fotografía que había sobre el aparador, seguramente rememorando el día de su muerte, ocurrida un atardecer de hace cinco años.
-Bueno… basta de recuerdos! -exclamó la abuela. Preparamos el Füllsen?
-Sí! Dale! Yo te ayudo. Voy a la despensa a buscar el pan seco y empiezo a cortarlo.
La abuela fue al gallinero a buscar huevos frescos con un balde. Al regresar puso varios sobre la mesa. También buscó los ingredientes: leche, azúcar, manteca, crema y pasas de uva.
-Abuela, quién te enseñó a hacer Füllsen?
-Mi mamá -respondió la abuela. Y ella aprendió de su madre. Es una receta muy antigua que nuestra familia trajo del Volga. Te voy a mostrar algo. Enseguida vuelvo.
La abuela fue a su pieza y volvió con un libro.
-Mirá -murmuró emocionada, mientras le extendía la obra. En este libro está la receta de la familia -reveló.
-”La gastronomía de los alemanes del Volga” -leyó la nieta. Y esto? -preguntó sorprendida.
-Es un libro con todas las recetas tradicionales de nuestra gente. Lo escribió Julio César Melchior.
-Qué lindo! -suspiró la nieta. Y está tu receta?
-Sí, querida. Julio me entrevistó. Vino acá a casa con una balanza -sonrió. Sí, Marisa, con una balanza. Y sabés por qué? Porque yo le contaba la receta como la aprendí, a ojo. Un puñado de pan, unas pasas de uva y así es difícil que la gente aprenda a hacer una receta. Por eso, tuve que preparar un Füllsen para que Julio pudiera pesar todo. Después lo invité a almorzar. Me salió riquísimo!
La nieta acercó el libro a su pecho emocionada. Entre sus páginas latía un pedacito de historia familiar. Después abrazó a la abuela.
-Bueno! Bueno! Seguimos con el Füllsen? Ya son más de las diez. No vamos almorzar solamente Füllsen? Hay que preparar algo más. Ya veremos! De hambre no nos vamos a morir.
La abuela comenzó a unir, uno a uno, todos los ingredientes, mientras su nieta miraba maravillada.
-Parece tan simple -pensó Marisa. Y sin embargo, no es tan fácil como parece.

miércoles, 19 de abril de 2023

Las mujeres alemanas del Volga eran excelentes costureras

 Las mujeres alemanas, además de ocuparse de los quehaceres domésticos, la crianza de los
hijos, las tareas en la huerta y trabajar a la par del hombre en las labores agrícolas, también tenían a su cargo la confección de la ropa que usaban todos los integrantes de la familia.
Generalmente cosían durante la noche, a la luz de las lámparas, después de dar por terminadas las labores diarias, cuando los maridos fumaban sus pipas y los niños realizaban sus tareas escolares.
Su creatividad e ingenio eran grandes como asimismo era enorme su capacidad para aprovechar todas la telas que tenían a mano, como la tela blanca de las bolsas en las que se compraba el azúcar, la tela de arpillera, por citar solamente unos pocos ejemplos. Lo mismo sucedía con las prendas que quedaban chicas o ya estaban demasiado remendadas. Todo se transformaba.
Las mujeres aportaban muchísimo a la economía del hogar, tanto por lo que producían con su trabajo como por lo que ahorraban cuidando el dinero. Sobre sus espaldas descansaba el hecho de que una familia pudiera progresar y salir de la pobreza.

Mujeres a las que rindo homenaje en mi libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga", que pueden adquirir y recibirlo en su domicilio por Correo Argentino. Escribir a correo electrónico a historiadorjuliomelchior@gmail.com o al WhatsApp al 01122977044.

Los panqueques de mamá

Cuando mamá hacía panqueques en la cocina a leña, la casa se llenaba de un aroma inconfundible, un aroma que para siempre quedó asociado en mi memoria a la palabra hogar. Al recuerdo permanente de sus cabellos canos, sus ojos claros y su sonrisa transparente, de aquella época en la que preparaba los panqueques para mis hijos, esos mismos panqueques que hizo durante toda la niñez para mí y mis hermanos.
Aún hoy, cuarenta años después, conservo en mi memoria aquel aroma, aquel crepitar del fuego de la cocina a leña calentando todos los ambientes de la humilde casa.
Aún recuerdo el aroma de la felicidad, la dicha de la familia. Recuerdo a mamá, a papá, a mis hermanos… Todo un mundo que hoy ya no existe y que, para no perderlo para siempre en el olvido, rescato en mis libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga ", "La gastronomía de los alemanes del Volga" y "La vida privada de la mujer alemana del Volga" que pueden recibir en su domicilio escribiendo al correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com o por WhatsApp al 01122977044.

Las recetas de la abuela y sus ingredientes secretos

 Con el aroma insuperable de las comidas de las abuelas, siguiendo paso a paso los ingredientes y las mismas recetas que ellas prepararon durante toda su vida, sin olvidar jamás el legado gastronómico de sus ancestros, todos oriundos de las aldeas fundadas en la región del Volga, en la lejana Rusia.
Recetas que primero hornearon en los hornos de barro, luego en las cocinas a leña, con ingredientes naturales, surgidos de la tierra que ellas mismas trabajaron con sus manos, preparando con productos cotidianos manjares diversos e inolvidables al paladar.
Todas ellas impresas en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", una obra que rescata más de 150 recetas tradicionales, en diez capítulos con fotografías de las comidas más relevantes.
Es un homenaje a las abuelas y una manera tangible de mantener viva la memoria de todas ellas y su inmenso legado cultural, que se complementa con el libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga", una obra que por primera vez se ocupa de rescatan toda su existencia, desde el momento que nacían hasta el último día de sus vidas.

Los libros los pueden adquirir al correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com o escribiendo al 01122977044 y recibirlos en el domicilio por Correo Argentino.

lunes, 17 de abril de 2023

El amor eterno de mis padres

 Mis padres siempre labraron las tierras de otros dueños. Mi padre era peón rural, capataz en una estancia, y mi madre, cocinera para infinidad de peones, que rotaban, de acuerdo a la época del año, dependiendo si era tiempo de arada, siembra o trilla. Los dos trabajaron durante toda su vida. Mi padre, desde los nueve años. Mi padre desde los quince. Mi padre pudo cursar la escuela hasta cuarto grado y mi madre, solamente hasta segundo.
Trabajaron jornada tras jornada, de sol a sol, de lunes a sábado, en ocasiones, también los domingos, en primavera, verano, otoño e invierno. A veces hacía tanto calor que rajaba la tierra. Otras tanto frío, que la escarcha cubría todo hasta las doce del mediodía.
Jamás se quejaron de su destino. Jamás se lamentaron. Jamás tomaron la vida cotidiana como una tragedia. Para ellos, la vida siempre fue una celebración, una alegría. El amor y la conformación de una familia, tener una casa, un hogar, hijos, era la felicidad suprema. Y en pos de esa felicidad suprema, la máxima bendición de Dios, lo dieron todo de sí mismos. Lo entregaron absolutamente todo. Y fueron dichosos haciéndolo. Inmensamente dichosos. Tener hijos, acompañarlos en su crecimiento, velar por su educación, tanto familiar como escolar, apoyarlos en sus emprendimientos, contenerlos cuando algún fracaso hacía tambalear sus sueños, estar siempre presentes, siempre, desde el día que nacían hasta el último momento de sus propias existencias.
Mis padres fueron profundamente felices. Se amaron durante cincuenta y seis años. En la alegría y en la tristeza. En la salud y en la enfermedad. En la abundancia y en la carencia. Su amor jamás se extinguió. Lo alimentaron y lo hicieron crecer y más fuerte con los años. Y mi madre lloró mares de lágrimas el día que sepultaron a mi padre. Aún hoy, casi dos años después, aún lo llora como el primer día. Ambos se amaron y se aman. Su amor lo trasciende y lo supera todo, hasta la muerte. Porque se seguirán amando más allá de esta vida. Porque se amarán durante toda la eternidad de los tiempos. 

Las cenefas, una identidad arquitectónica de los alemanes del Volga

Las cenefas, que eran una ornamentación fabricada en madera o chapa, que se colocaba a lo
largo de los techos de la galería, con un diseño único para cada vivienda, era no sólo un elemento arquitectónico distintivo de las viviendas tradicionales fabricadas en L de los alemanes del Volga en las colonias, sino también un sello distintivo e identificatorio de cada familia, ya que no había dos casas que repitieran
el mismo dibujo.
Se dice que la palabra cenefa viene del árabe y que significa "orla, adorno o elemento decorativo –generalmente cíclico, listado o repetido– usado en la arquitectura, entre otras artes, y que suele presentarse en forma de tira".
Pero entre los alemanes del Volga era mucho más que eso.
El diseño de cada cenefa colocada en la vivienda familiar era única y no se repetía en otra casa. Cada apellido tenía su modelo. Para eso se conjugaban en la creatividad el propietario y los carpinteros de la localidad, que eran grandes ebanistas.

miércoles, 5 de abril de 2023

El dolor de nuestros ancestros

 Al embarcar en el puerto de Bremen, en Alemania, tuvo la absoluta certeza de que jamás iba tener la oportunidad de regresar a Kamenka, la aldea en la que quedaban sus padres aguardando un retorno imposible. Lo sabía porque la distancia a América era enorme, alrededor de un mes, el valor del pasaje exorbitante, y porque tampoco sabía cómo le iba a ir en el nuevo país, la Argentina. Lo desconocía todo de esa nación. Le habían hablado de que era un país con tierras prósperas para la siembra de trigo, con campos vírgenes casi infinitos esperando ser colonizados, de aldeas fundadas hacía poco y que ya progresaban y crecían con la llegada de más y más contingentes de volguenses, pero nada más. Era suficiente para alimentar sus deseos de emigrar buscando un horizonte mejor, libre, sin hambre y sin guerras, pero, a la vez poco, para proyectar un retorno a la casa de su infancia, al hogar de sus padres, buscarlos y llevarlos consigo. Por eso se preguntaba: conseguiría hacer una pequeña fortuna para regresar a buscarlos y darles una mejor vida antes de que fallecieran? Los veía tan grandes, tan desamparados y tan solos, parados en el portal, despidiendo a sus hijos, apoyándolos con alegría, con fortaleza, pero escondiendo llantos, tristeza, porque quizás, ellos también comprendían que el adiós era para siempre. El clima en Rusia, y por lo tanto en el Volga, día a día se volvía más y más violento y difícil de sobrellevar.
Al alejarse del puerto, unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Era el adiós definitivo a su hogar, a su infancia y a su tierra natal. A su aldea y a sus amados padres.

Los mimos de mamá

 En la niñez mamá nos mimaba elaborando ricas comidas alemanas. Las preparaba sobre la mesa de madera y las cocinaba en la cocina a leña. Nuestro hogar estaba impregnado de aromas que la memoria no olvidará jamás. Cuando nos sentábamos a comer mamá servía Kleis, Wückel Nudel, Supp, y a la hora de la merienda Kreppel, Dünne Kuchen, Strudel. Pese a que éramos pobres, nunca nos faltó un plato de comida. Mamá se las ingeniaba siempre para que el magro sueldo de papá, ganado con sudor y honradez, alcanzara para alimentarnos aun en los tiempos más duros, que los hubo y muchos. Recuerdo aquellos años y mis ojos se llenan de lagrimas. Las mismas lágrimas de gratitud, de admiración, de respeto, que me acompañaron a lo largo de los años que transité para dar forma al libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", en el que rescato todas esas recetas que nos alimentaron durante nuestra infancia. Esas inolvidables recetas que cocinaban nuestras madres.