Rescata

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lunes, 26 de febrero de 2018

El hombre y la lluvia

Lloviznaba. Una llovizna tenue y silenciosa. Los segundos
 redactaban filigranas de olvido sobre el vidrio de la ventana. El tiempo transcurría en la humedad de la tarde, que languidecía hacia la noche. 
Sentado en la penumbra, el hombre miraba hacia la calle. Un hombre avejentado, más anciano de alma que de cuerpo. Mientras miraba, sin ver la calle y sin ver la lluvia, meditaba. Sus ojos celestes semejaban navegar en un océano de llanto, que no se decidía a desbordar las cuencas de sus pupilas.
El sillón hamaca lo arrullaba en la tristeza.
En sus manos sostenía la Biblia que le obsequió su madre la mañana que se despidió de allá para venir a América, con la promesa de regresar para buscarla. La Biblia que en tantas noches de infortunio había leído. La misma Biblia con la que pidió ser sepultado.
Lloviznaba. Una llovizna melancólica. Una lluvia parecida al llanto. Parecida a una promesa incumplida. La misma lluvia que seguramente cae sobre la tumba de su madre, allá en la aldea, allá en el Volga, allá en Rusia. La misma lluvia que seguramente, algún día, caerá sobre su propia tumba.
Y el hombre lo sabe, por eso llora junto con la lluvia.

lunes, 19 de febrero de 2018

La cacerola abollada

-¡Acá está! -gritó Juancito levantando la cacerola abollada como un
trofeo, parado sobre el montículo de basura. Sabía que la había visto tirada por aquí.
-¡Vamos a lavarla! -ordenó a los tres niños que lo acompañaban.
Los cuatro se dirigieron hacia la bomba
-¿Qué van a hacer con eso? - los interceptó el padre de Juancito.
- La vamos a lavar para poner lombrices -respondió Juancito.
-Queremos ir a pescar - agregó el menor de los niños.
-¿No es un poco grande para eso? -objetó el hombre observando la cacerola abollada, sin manija y sucia de barro y restos de desperdicios de cocina.
- ¡No! -contestó convencido Juancito, apurando el paso. Le vamos a poner poca tierra, solamente la suficiente para mantener vivas las lombrices hasta que lleguemos al arroyo. 
El padre meneó la cabeza, sonrió y prosiguió su camino. Tenía demasiadas tareas esperándolo como para interesarse en el destino que le iban a dar los niños a una cacerola arrojada a la basura.
Los niños la lavaron con parsimonia. Raspando cada mancha de suciedad con una piedra. No cejaron hasta que la cacerola lució  limpia. 
Luego marcharon al galpón, tomaron una pala y se dirigieron a la zanja de desagüe de la pileta de la bomba a sacar lombrices.
Juancito clavaba la pala y daba vuelta la tierra embebida en agua mientras los demás niños buscaban y sacaban lombrices para colocarlas dentro de la cacerola, en la que previamente le habían colocado un poco de tierra húmeda.
Después de almorzar tomaron sus cañas, las bolsas de arpillera para traer los peces que seguramente  pensaban pescar y salieron rumbo al arroyo. 
Estuvieron ausentes de la colonia durante toda la tarde.
A la hora de la merienda las madres de los niños dedujeron que lo estarían pasando muy bien porque era raro que no aparecieran. Más aún Juancito, que sabía que su madre lo esperaba con Kreppel.
Los niños llegaron a su destino. Escogieron el lugar más oculto para encender fuego. Juancito había hurtado fósforos. Pedrito un poco de kerosén. Luis y José no aportaron nada, por eso fueron los encargados de juntar leña seca.
Encendida la fogata, procedieron a lavar la cacerola en el arroyo.
Después la llenaron de agua y la pusieron sobre el fuego.
-¡Listo! - exclamó Juancito
-¡Vamos! Sin hacer ruido - ordenó José.
No lejos de allí trabajaba don Agustín cuando descubrió el humo. Refunfuñando empezó a buscar el origen.
- ¡Semejante sequía que hay! -rezongó. Mi maíz está a punto para ser cosechado. El gobierno debería prohibir a los linyeras. ¡Son un peligro!
 Cuando llegó al sitio descubrió una escena que lo dejó perplejo: cuatro niños comiendo choclos hervidos en una cacerola abollada, recién hurtados de su bello maizal.

miércoles, 14 de febrero de 2018

La curiosidad de las adolescentes

-Mi mamá me  contó que a los bebés los trae el arroyo- reveló la
adolescente de 14 años.
-¡Eso es mentira!-interrumpió otra. Nacen de un repollo en la quinta.
-Mi hermana me dijo que vienen del cielo-sostuvo una tercera de 15 años.
El grupo de amigas estaba sentado en ronda, bajo la sombra del nogal, descansando, balde en mano, de la labor de regar la huerta.
Eran cuatro, entre 13 y 16 años. Todas habían visto surgir en sus hogares a muchos hermanos. Todas se enteraron recién cuando escucharon llorar al bebé en la habitación donde se  habían encerrado su madre, que gritaba angustiada, la comadrona para curarla de su ataque de nervios, y varias mujeres con palanganas con agua caliente y toallas.
La adolescente de 16, las observaba escuchando atenta y reflexiva. Necesitaba saber la verdad con urgencia. La apremiaba el tiempo. Iba a casarse dentro de un mes y necesitaba saber de dónde vendrían los hijos que soñaba criar.

martes, 6 de febrero de 2018

Cinco libros sobre la cultura e historia de los alemanes del Volga en Buenos Aires

Cinco libros pensados y creados para rescatar y revalorizar
la historia, infancia, vida social,  tradiciones, costumbres y cultura de los alemanes del Volga. Cinco obras surgidas de la pluma del escritor Julio César Melchior.  Ahora se pueden adquirir en Capital sin pagar envío.  Es una oportunidad que nadie puede dejar de aprovechar.  Para conocer,  profundizar o recordar nuestra historia y cultura. Y si todo esto no fuera suficiente: durante el mes de febrero la entrega en toda Capital será GRATIS! Sin ningún tipo de pago adicional. No pierdan esta ocasión única e irrepetible. Los títulos de los libros son: Historia de los alemanes del Volga, La gastronomía de los alemanes del Volga, Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga, La infancia de los alemanes del Volga y La vida privada de la mujer alemana del Volga. Para mayor información, comunicarse al siguiente correo eletrónico: juliomelchior@hotmail.com.