Rescata

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domingo, 30 de mayo de 2021

Los recuerdos de nuestra infancia

Una casa de adobe, una bomba de agua, un fuentón de chapa, una tabla de lavar, un jardín, y allá al fondo, un Nuschnick, un gallinero, una huerta, una vaca lechera, un cerdo esperando la época de la carneada, un galponcito para guardar las herramientas y más al fondo, un patio inmenso.
Un pueblo habitado por personas sencillas, honestas y trabajadoras, que hablan en alemán, que celebran fiestas tradicionales, que asisten todos los domingos a misa y que todos los días, de sol a sol, trabajan la tierra.
Esa es mi infancia. Esos son mis recuerdos. Nuestros recuerdos. Los recuerdos de todos los descendientes de alemanes del Volga. Los que nos definen y nos dan identidad. Y los que jamás debemos olvidar.
Nuestra identidad, nuestra historia y cultura, nuestras tradiciones y costumbres perpetuadas en los libros: "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga", "La gastronomía de los alemanes del Volga". Se envían a todo el país y el mundo. Imperdible oportunidad de poder tenerlos, leerlos y legarlos, para que nuestras raíces no se diluyan en el tiempo. Comunicarse con el correo electrónico juliomelchior@hotmail.com.

Sergio Denis, nuestro querido Héctor Hoffmann, fue un grande. Fue tan grande que jamás se olvidó de sus orígenes alemanes del Volga

He aquí una de canciones que habla de su gente, nuestra gente, unsere leute:

Mi casa tenía

Mi casa tenia un lugar donde me escondía
ni me imaginaba que mi madre lo sabia
un aromo un cerco un cantero con margaritas
esa era la selva jugando a la tardecita

Tenia una espada de lata y un triciclo viejo
tenia una cinco de cuero cocida con tiento
Guardaba en una caja vieja piedras y bolitas
y el álbum que nunca llenaba y las repetidas

Mi casa tenia una verja que separaba,
lo que se podía de aquello que se soñaba,
una mesa grande una foto de casamiento
un baúl con cartas, postales, libros de cuentos

Yo andaba en un fuentón gastado recorriendo el mundo
jugando con los bucaneros en el mar profundo
montado en una escoba vieja cabalgaba el patio
para llegar a la cocina y encender la radio

En mi casa oían todos los radioteatros
entonces los buenos vencían a los malvados
yo era el muchachito que hacia de poncho negro
salvaba a mi novia adentro de los roperos

Mi casa tenia una verja que separaba
lo que se podía de aquello que se soñaba.

sábado, 29 de mayo de 2021

Tres recetas de la cocina alemana del Volga

 Les compartimos tres recetas, de las tantas que integran la amplitud de sabores de la cocina alemana del Volga, para que puedan elaborarlas y compartirlas en familia como lo hicieron por siglos nuestros ancestros. Estas recetas y mas de 150 las encuentran en "La gastronomía de los alemanes del Volga"

Recetas de Kartoffel und Klees, Kraut und Brei y Trucke Nudel

Kartoffel und Klees

Ingredientes:
1 kg. de papas
½ kg. de harina
1 huevo
½ taza de agua
1 pizca de sal

Preparación:
Colocar en un bol ½ kilo de harina, agregar el huevo, el agua y pizca de sal; mezclar bien todos los ingredientes hasta obtener una masa liviana y dejar descansar ½ hora aproximadamente. Cortar las papas en dados y ponerlas a hervir. Luego tomar la masa con las manos y cortar pequeños trocitos, dejándolos caer directamente dentro del agua, que debe estar en plena ebullición. La cocción de los Klees es de 5 minutos aproximadamente. Pasar todo por colador para que escurra bien. Se puede servir con chucrut, con pedacitos de panceta dorados previamente en aceite, con crema o con huevo batido.

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Kraut und Brei

Ingredientes:
1 kg. de papas
1 kg. de huesitos de cerdo o de panceta de cerdo
½ kg. de chucrut

Preparación:
Con las papas preparar puré. Hervir los huesitos de cerdo durante ½ hora aproximadamente y agregarle el chucrut y dejar hervir todo hasta que al carne esté cocida. Sacarlo y escurrirlo en el colador. Se sirve con el puré.

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Trucke Nudel

Ingredientes:
4 papas
3 huevos
300 grs. de harina
1 cebolla
Pedacitos de pan tostados

Preparación:
Cortar las papas en dados y ponerlas a hervir. Con la harina y los huevos preparar la masa para los Nudel (fideos), y cuando las papas ya están cocidas, agregar los fideos. Sacarlos, escurrirlos y poner la cebolla dorada previamente en aceite o manteca y los pedacitos de pan tostados (Kristier).

Es hora de volver a nuestros orígenes, a preparar y saborear los ricos platos tradicionales de los alemanes del Volga

Los alemanes del Volga poseen un menú compuesto por un amplio abanico de platos tradicionales, desde saldados, dulces, agridulces, ácidos y agrios. Este amplio abanico de posibilidades es un conjunto de platos que se fueron congregando y sumando a lo largo de los siglos. La mayoría de ellos nacieron en tierras alemanas, la madre patria de nuestros ancestros, otros pocos se gestaron en Rusia, y finalmente, algunos se sumaron en la Argentina. Todos ellos conforman hoy la gastronomía de los alemanes del Volga y por lo tanto hacen a la identidad no sólo culinaria sino también cultural de este pueblo.
Las recetas fueron pasando de generación en generación, de madres a hijas, de hijas a nietas, y así sucesivamente a lo largo de los siglos. Hasta llegar a la actualidad, en que todas ellas están reunidas en mi libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”.

viernes, 28 de mayo de 2021

Los platos tradicionales de la abuela Elisa Schroh

Al ingresar a la casa de la abuela Elisa Schroh me encontré con una mesa de madera larga y seis sillas dispuestas alrededor de ella, gastada por el tiempo y los años, con profundas cicatrices que parecían haber sido realizadas con cortes de cuchillo al cortar alguna masa, por ejemplo para los Wickel Nudel, los fideos caseros, los Kreppel. Más allá, junto a una cocina a leña, que despedía calor de hogar, una mecedora traída desde Rusia, desde una remota aldea llamada Kamenka, y en ella estaba la abuela Elisa, hamacándose, las manos cruzadas sobre su regazo mientras me recibía con una sonrisa.
Me saludó en alemán, me invitó a que me sentara, me ofreció mate, té, y Kreppel que había amasado para la ocasión, por supuesto que acepté el mate y los Kreppel.
Mientras tomábamos mate y saboreábamos los ricos Kreppel, la abuela Elisa me empezó a contar su historia de vida. Me reveló que sus padres habían llegado de la aldea Kamenka, que su madre había quedado viuda muy joven con siete hijos y que los crió sola, sin la ayuda de ningún hombre. Eso sí – agregó-, mi mamá trabajó de todo. Y por eso también murió muy joven. Falleció a los 48 años. La vida la había consumido.
Ella me enseñó todo lo que sé. Me enseñó a cocinar, a coser, a bordar, a tejer y a hacer acolchados. Durante mi juventud me ganaba la vida haciendo acolchados mientras mi marido trabajaba en el campo.
La abuela Elisa contó muchos detalles y pormenores de su vida en familia y de su vida privada. Me confesó que había perdido un hijo de dos años en un accidente casero. También me contó que, al igual que su madre, había quedado viuda muy joven.
Después se entusiasmó hablando de las comidas tradicionales. Me detalló, por ejemplo, cómo y con qué ingredientes elaboraba los Kreppel. Me dijo un puñadito de harina, leche, huevos... Y de la misma manera me detalló cómo preparaba los Maultasche (Varenick). Me contó que tomaba un puñadito de harina, le agregaba dos o tres huevos, dependiendo la cantidad de comensales, que los rellenaba con ricota y así fue sumando más y más ingredientes. Los cuales siempre eran puñaditos, nunca gramos ni centímetros cúbicos si era un líquido. Su conocimiento era tal que no necesitaba conocer nada de eso. Su sabiduría era innata. Como el de todas las abuelas alemanas del Volga. Que sabían preparar decenas y decenas de platos tradicionales que llevaban en sus prodigiosas memorias. De la misma manera fueron pasando de generación en generación desde tiempos inmemoriales, repitiendo los mismos puñaditos, los mismos sabores, los mismos aromas y el mismo amor a cocinar para la familia.
(Para quienes deseen preparar los platos tradicionales tal y como lo hacía la abuela Elisa no dejen de tener el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga” y para conocer la vida de las mujeres y sus pormenores sociales, culturales, religiosos y familiares no dejen de consultar mi libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga”).
(Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com)

Nuestra infancia fue hermosa

 Nuestra niñez fue estar en contacto con la tierra, jugar con ella, construir puentes para los autitos de lata que fabricábamos y hacer tortitas de barro en los días de lluvia. Nuestra niñez fue jugar al fútbol en los baldíos con una pelota de media rellena de trapos viejos. Fue saltar a la cuerda. Jugar al elástico. A la payana. A las bolitas. A los Koser. Cazar bichitos de luz. Remontar barriletes en los días de viento. Comer ciruelas verdes que después nos hacían vomitar la noche entera. Bañarnos los sábados en grandes fuentes llenas de agua calentada en enormes pavas y tarros en la cocina a leña. Nuestra infancia fue tomar la comunión y la confirmación. Fue comer las cosas ricas que nos cocinaba mamá. Compartir los trabajos de papá. Escuchar las historias que nos contaba el abuelo. Comer los sabrosos dulces que nos preparaba la abuela. En fin, nuestra infancia fue la más feliz que niño alguno pudiera haber soñado alguna vez tener y fue la etapa de nuestra existencia que nos formó como personas y nos dio identidad. Una identidad que debemos conservar con orgullo. Para rescatar y conservar esa identidad, es que escribí el libro "La infancia de los alemanes del Volga".
 (Para más información comunicarse al correo electrónico juliomelchior@hotmail.com)

viernes, 21 de mayo de 2021

Presentamos una inolvidable receta de la gastronomía de los alemanes del Volga

Nuestras abuelas sabían hacer, con elementos básicos y sencillos, delicias que todos recordamos. Como estos sabrosos Brotschnitze, que presentamos a continuación, y cuya receta también está publicada en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", junto a 150 más.

BROTSCHNITZE

Ingredientes:
1 taza de harina
½ litro de leche
2 huevos
2 cucharadas de azúcar
Pan de unos días de antigüedad

Preparación:
Mezclar todos los ingredientes hasta obtener una masa líquida y liviana. Cortar el pan en rodajas; remojarlo en la masa; y freírlo en la sartén con un poco de grasa.





Mi madre fue una mujer sensacional

Mi madre me dijo que recordara el lugar de donde vengo, la casa de adobe, la comida humilde, las reuniones familiares, las calles de tierra, las gentes honradas y sinceras. Los hombres y las mujeres buenas, trabajadores, siempre sonrientes, rezando y cantando. Los domingos de fiesta. Los días tristes. También los buenos. Para tener presente en cada instante de mi vida que nada es permanente, que después de cada tormenta siempre sale el sol y que aún en la noche más oscura, las estrellas nunca dejan de brillar y Dios nunca deja de protegernos. Mi madre fue una mujer sin estudios académicos pero tenía la sabiduría que da la vida, esa sabiduría que no se enseña en la escuela ni en ninguna universidad.

jueves, 20 de mayo de 2021

Dos comidas tradicionales de los alemanes del Volga, elaboradas por Martin Gerling, un lector que adquirió el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga"

El libro "La gastronomía de los alemanes del Volga" nació teniendo como base tres premisas: rescatar, revalorizar y difundir las recetas tradicionales de nuestros ancestros, todas esas comidas que hacen a nuestra identidad culinaria y que, paulatinamente, se estaban perdiendo en el olvido, porque las nuevas generaciones estaban dejando de prepararlas o porque, sencillamente, la cadena de ir legándolas de generación en generación, se había cortado.
Y desde el día mismo que fue lanzado, no solamente cumplió con creces con esas premisas sino que su repercusión fue mucho más allá y rompió cualquier tipo de expectativas previas. Tanto que, enseguida, marcó un récord, se agotó la primera edición en apenas tres meses, luego vino la segunda, después la tercera, hasta llegar a la actual, que es la décima cuarta. Todo un mérito y un orgullo para un libro de los alemanes del Volga.
También, enseguida, los lectores que lo adquirían comenzaron a volver a preparar las recetas que rescata el libro y a enviarnos fotografías de los platos que iban preparando, de la misma manera, y con los mismos ingredientes y resultados, que sus ancestros.
Tal como lo hizo Martín Gerling, un talentoso y conocido músico suarense, que adquirió el libro y preparó las tradicionales recetas que allí se rescatan, continuando con el legado histórico de sus ancestros. Y lo hizo de manera excelente, tal como lo demuestran las dos fotografías que nos envío de los Wickelnudel y Ochenta Golpes que preparó, elaborados de manera perfecta y cuidando todos los detalles.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Los alemanes del Volga

 Un día dejaron su aldea natal,
allá lejos, a orillas del río Volga,
sus padres agitando el pañuelo
y a sus hermanos llorando el adiós.

Llevaban sus enseres en grandes baúles,
donde también atesoraban sus sueños,
junto a un cúmulo infinito de recuerdos
que el camino fue coloreando de nostalgia.

Se hicieron a la mar del océano inmenso,
leyendo la Biblia, en las largas noches,
rezando el rosario en las madrugadas,
sufriendo la angustia del desarraigo.

Arribaron al puerto de Buenos Aires,
después de soportar durante treinta días,
la tempestad y el bravo oleaje,
y sobrevivir en oscuras bodegas.

Aquí se diseminaron por la indómita
tierra virgen de la pampa húmeda,
fundando decenas de aldeas y colonias,
transformando los campos los campos en vergeles.

Levantaron al cielo las iglesias,
que llenaron todos los domingos
y erigieron escuelas para educar
los niños que iban naciendo.

Año tras año fueron progresando,
creando riquezas para el país,
que los cobijó como a sus hijos,
bajo la enseña celeste y blanca.

Una ocasión única e imperdible de tener acceso a toda la historia de los alemanes del Volga

Una ocasión única e imperdible de tener acceso a toda la historia de nuestros ancestros, partiendo desde lo familiar pasando por lo social hasta lo religioso y cultural. Una manera simple y sencilla de acceder a todas las recetas que cocinaban nuestras abuelas y también, para profundizar en la forma de vida que llevaban las mujeres alemanas del Volga: como eran recibidas cuando nacían, como eran educadas, para que se las formaba, que se esperaba de ellas desde el punto de vista familiar, social y religioso. Asimismo un amplio material que brinda un profundo acceso al conocimiento de cómo era la niñez de nuestros padres, mediante una descripción fidedigna del ambiente en el que nacían y crecían, sus juegos, con una explicación detallada de cada uno de ellos, adivinanzas y una profusa variedad de costumbres a las que estaban invariablemente sujetos. Y por último una reconstrucción de anécdotas, vivencias, historias de vida, costumbres y tradiciones. Cuatro libros que definen la identidad de los alemanes del Volga de antaño y nos hacen comprender por qué tenemos algunos comportamientos y actitudes frente a la vida que nos definen como personas y como descendientes de aquellos alemanes que emigraron del Volga, trayendo consigo férreos valores morales, sociales, religiosos, culturales y una apuesta inquebrantable al trabajo como puntal de crecimiento, desarrollo y progreso.

lunes, 17 de mayo de 2021

Memorias de una emigración: el doloroso adiós al Volga

Atrás quedaban las aldeas Dobrinka, Pfeifer, Kamenka, Wollmer, Dehler, Hildmann, Grimm, Huck y muchas más, a uno y otro lado de las orillas del río Volga. Lo mismo que las familias Melchior, Gottfriedt, Dreser, Rohwein, Desch, Reeb, Schneider, Scheffer, Suppes y tantas, tantas más. Todo quedaba atrás, en el ayer, en el pasado. Un ayer y un pasado que cada día quedaría más y más lejano allá, en el fondo de la memoria, de donde sólo resurgirían con profunda nostalgia y melancolía, durante la vejez.
Pero ahora era tiempo de partir, de escapar de la miseria, el hambre, los permanentes conflictos sociales, políticos y económicos, que convulsionaban a Rusia y la hundían cada vez más en un caos sin futuro, donde en el horizonte no se presagiaba nada bueno para los alemanes que residían en el país, sobre todo allí, en el grupo de aldeas, fundadas hacía un poco más de cien años, por valientes pioneros que habían emigrado del Sacro Imperio Romano Germánico, en busca de libertad religiosa, paz y escapando de las guerras y miseria.
A medida que se alejaba, en compañía de su esposa y sietes hijos y un grupo de veinte familias, que cantaban tristes canciones de adiós, de despedida y de cuando en cuando, oraban al Señor, solicitando protección, sus ojos se llenaban de lágrimas. La angustia le oprimía le pecho. Los remordimientos lo atormentaban. Le dolía tener que dejar no solamente su terruño natal, sino a sus hermanos y a sus amados padres, dos personas mayores ya, que lo veían marcharse sabiendo que nunca volverían a reencontrarse ni estrecharse en un abrazo. No al menos en este mundo.

viernes, 14 de mayo de 2021

Receta para preparar Füllsen, el budín de pan tradicional de los alemanes del Volga

Ingredientes:
1 kg de pan duro, 1 litro de leche, ½ taza de azúcar, ½ litro de crema, 2 o 3 huevos, pasas de uva cantidad necesaria a gusto, 3 manzanas.

Preparación:
Cortar el pan en rodajas, sumergirlo en la leche, dejarlo reposar hasta que quede blando. Escurrir la leche y colocar en un bol el pan mojado y escurrido. Luego agregar la crema, los huevos, el azúcar y mezclar bien. Agregar las pasas de uva, volver a mezclar, agregar las manzanas en láminas. Colocar en un molde enmantecado. Cocinar a horno moderado.
(Esta receta y 150 mas las recopilo en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga").

miércoles, 12 de mayo de 2021

Los Wickelnudel de la abuela

 -Llegaste justito Camila para ayudarme a cocinar Wickelnudel. ¿Me vas a ayudar? -preguntó la abuela a su nieta, que acababa de llegar con la mochila con la que se movía habitualmente de acá para allá, arrastrando libros de estudio.
-Sí! -respondió la nieta entusiasmada. Así aprendo a cocinarlos. Mamá nunca me deja entrar a la cocina cuando está cocinando porque dice que mi función en la casa es estudiar y recibirme.
-¡Y tiene razón! -agrega la abuela. Tenés que estudiar para ser una buena médica.
-Pero las médicas también cocinan -opinó la nieta. ¿O caso las médicas no comen, abuela?
-Sí, Camila, comen; pero tienen empleadas que les preparan la comida.
-Pero yo quiero aprender las recetas alemanas. En las grandes ciudades nadie las sabe cocinar. Y en las colonias, a veces también pasa, porque nuestras madres no nos enseñan a cocinar desde chicas como hicieron ustedes, abuela, con ellas.
-Era otra época, Camila. Tenían que aprender obligadas porque tenían que salir a trabajar desde muy pequeñas. Tu mamá empezó a trabajar a los doce años. ¡Pobrecita! Con tu abuelo tuvimos trece hijos y dos fallecidos. Había que alimentar a tanta gente. Hoy las cosas cambiaron: todos tienen solamente uno o dos hijos, entonces todo se vuelve más sencillo. Los pueden mandar a estudiar. Algo imposible para tu madre. Ninguno de tus tíos pudo terminar la primaria. Todos tuvieron que salir a trabajar al campo. Tu abuelo murió muy joven y eso lo hizo todo aún más difícil. Pero dejemos eso, es historia pasada -se interrumpió abuela. ¿Vamos a cocinar Wickelnudel? ¿Sí? Bueno, vos andá preparando unos ricos mates, así no te aburrís mientras mirás.
La nieta obedeció. Fue a la alacena, sacó la yerba, el mate y todo lo necesario para prepararlo.
La abuela limpió la mesa de madera y sobre una tabla de madera empezó a cortar un pequeño corte de carne en trozos, después pico una cebolla, dos zanahorias y tres papas.
-Esto, y algunas cositas más, es para el estofado donde se van a cocinar los Wickelnudel. Ah! También hay que salar y condimentar bien para que la salsita salga rica. Todo esto lo ponemos a rehogar en una olla con unos chorros de aceite, sobre la cocina a leña. Y lo dejamos ahí, revolviendo de vez en cuando.
-Pero, abuela, no estás diciendo las proporciones. ¿Cuánto de carne?¿Cuántas zanahorias?
-Más o menos, medio kilo de carne. Si tenés menos no importa. Hay que saber arreglárselas como lo hacían nuestros antepasados, que siempre les faltaba de todo. Mi madre, a veces, cocinaba Wickelnudel sin carne. Le agregás dos o tres zanahorias. Una o dos cebollas, de acuerdo al tamaño. Eso lo vas a ver a medida que las vas cortando. Algunas papas. Unas pizcas de condimentos. De los que más te gusten, para que tome rico sabor.
-Uh! Pero así es muy difícil, abuela -se quejó la nieta. Cómo voy a saber cuál es la cantidad necesaria de cada cosa, si nunca preparé una salsa en mi vida.
-Ya vas a aprender -Camila. Ya vas a aprender. Paciencia.
Camila no estaba tan convencida. La abuela se desenvolvía con tanta seguridad.
-Ahora a preparar la masa -exclamó la abuela.
-Sí! -los Wickelnudel!
La abuela limpió bien la mesa, primero con un trapo húmedo y luego seco. Espolvoreó un poco de harina y mientras elaboraba la masa, explicaba:
-Arrojás un montoncito de harina bastante generoso. Le agregás levadura. Una pizca de sal. Uno o dos huevos. Un poco de leche. Unís todo y amasás. Una vez que tenés una masa homogénea la ponés sobre la mesa y la aplanás con el palo de amasar. La enrollás. La untás con aceite. Y la cortas en rollitos de unos cinco centímetros, más o menos. Y finalmente, la dejás reposar durante un rato.
-Me quedó reclara -comentó la nieta con una sonrisa de joven para nada conforme con la explicación. Es imposible que yo haga eso. Uno o dos huevos, tres o cuatro cebollas, más o menos un kilo de harina y no sé qué más!
-No! Un kilo no! -corrigió la abuela. Es demasiado.
-Y después? -preguntó la nieta.
-Paciencia, Camila. En la cocina todo se hace con mucha paciencia y tiempo, para que las cosas salgan ricas. Pero te cuento: después de que hayan pasado unos minutos, colocamos los Wickelnudel sobre la salsa de carne y verduras que preparamos en la olla, que no tiene que ser muy líquido porque la masa se tiene que cocinar al vapor. Si es muy líquido tenés que retirarle un poco de jugo. Colocás los Wickelnudel y los tapás. Se cocina sin quitar la tapa de la cacerola a fuego muy bajo.
-Parece tan fácil cuando te miro mientras los preparás y, sin embargo, es tan difícil. No a todo el mundo le salen los Wickelnudel tan ricos como a vos. Quedé mareada con todo lo que hiciste. Es un lío las cantidades y las proporciones.
-No te preocupes -la consoló la abuela y fue a la pieza a buscar un regalito envuelto en papel de librería.
Qué raro! -pensó la nieta. La abuela yendo a una librería. Justamente ella, que solamente leía la Biblia y, de vez en cuando, algún diario local que le prestaba la vecina. Ella prefería la radio como soporte informativo. Allí también se enteraba quién fallecía en el pueblo.
-Es para vos -dijo sonriente la abuela.
-Para mí? -preguntó desconcertada la nieta.
-Sí, Camila. Abrilo. Hay que romper el papel porque trae suerte. No te olvides.
Así lo hizo la nieta. Y descubrió el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior.
La nieta lo ojeó. Sus ojos se iluminaron. Abrazó a su abuela fuerte, muy fuerte, estampando un beso sonoro en la mejilla.
-Es para que aprendas a cocinar nuestras recetas. Hay más de ciento cincuenta. Explicadas paso a paso. Es un muy buen libro, que rescata nuestras comidas. Te va a encantar.
-Gracias! Gracias! Gracias! Sos un amor, abuela! Estás en todos los detalles.
La abuela emocionada empezó a limpiar la mesa, para que su nieta no se diera cuenta que estaba a punto de llorar de alegría.

Receta de torta 80 golpes (Achtzig Schlag)

 Ingredientes:
500 gramos de harina
30 gramos de levadura
3 cucharadas de azúcar
3 cucharadas de aceite
1 huevo
Esencia de vainilla
Cantidad necesaria de leche
Para el relleno:
200 gramos de manteca
20 cucharadas de azúcar

Preparación:
Colocar la harina en un bol y hacer un hueco en el centro, donde se incorpora el huevo, la levadura desgranada, el azúcar, el aceite y la esencia de vainilla; se comienza a unir con la harina de los bordes y se va agregando leche tibia hasta formar una masa blanda pero que no se pegue en las manos.
Volcar la masa en la mesa y una vez que esté bien unida, darle 80 golpes arrojando la masa sobre la mesa. Tomar el palote y estirar la masa lo más fina posible.
Untar la masa con la manteca que debe estar a temperatura ambiente y mezclada con azúcar.
Enrollar la masa bastante ajustadamente, cortar en trozos de 5 cm. (depende del alto del molde), colocarlos parados y a cierta distancia entre sí en un molde de 30 cm. de diámetro enmantecado.
Dejar levar hasta que se hayan unido todos los rollitos, llevar a horno moderado durante 35´ a 40´.
Desmoldar enseguida que se retira del horno.

(Esta receta y 150 recetas tradicionales más, se pueden encontrar en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior. Para mayores detalles comunicarse a juliomelchior@hotmail.com.).

martes, 11 de mayo de 2021

¡Feliz cumpleaños, Pueblo Santa María!

Hoy cumple años la localidad donde nací. Un pueblo con estilo e identidad propia. Donde nos saludamos cuando nos cruzamos en la calle y conversamos cosas privadas y de la vida misma, cuando nos encontramos en la panadería o en la carnicería. Hablamos de todo y de todos. Porque todos nos conocemos desde el día que nacemos y todos nos preocupamos por todos. Nos ayudamos mutuamente, colaboramos cuando alguien nos necesita y siempre estamos dispuestos a poner el hombro. Somos un pueblo solidario y un pueblo que valora el trabajo y el esfuerzo familiar y en equipo. Sabemos que juntos, unidos, es más sencillo concretar proyectos que, a priori, parecen imposibles. Por eso somos un pueblo con grandes instituciones, grandes ediliciamente y también grandes en el número de personas y familias que participan de las actividades y que no escatiman esfuerzos cuando hay que trabajar y recaudar fondos para hacerlas mejorar y crecer. Instituciones culturales, educativas, deportivas y sociales que nos definen como comunidad. Todas con una dilatada trayectoria y un enorme prestigio construido a lo largo de años de exitosa actividad. Un prestigio que excede lo local e incluso lo regional.
Somos un pueblo de grandes personas y mejores familias. Un pueblo donde se valora la educación, el respeto, la honradez, el esfuerzo para crecer y el trabajo para progresar. Donde todavía podemos dormir con las puertas abiertas y nuestros hijos pueden jugar al fútbol en la calle. Donde todavía, también, se pueden oír a nuestras madres conversando en alemán, cuando se reúnen en la vereda para charlar y contarse las novedades del día, luego de barrer las hojas y dejar todo pulcramente limpio. O se puede escuchar a los hombres jugando a los naipes o a los Koser, contando chistes en la lengua de nuestros ancestros. Y también, como antaño, como siempre, en los atardeceres, se puede oír el sonido de algún acordeón. Ese mismo acordeón que aún anima fiestas familiares o se convierte en el centro de atracción de eventos multitudinarios.
Somos un pueblo que rescata y valora sus tradiciones y conserva sus costumbres. Un pueblo que le rinde homenaje a sus ancestros cotidianamente, siendo fiel al legado cultural que nos dejaron, y manteniendo vigentes las fiestas típicas, las comidas tradicionales y la lengua, que nos identifican como hijos de descendientes de alemanes del Volga.
Por todo ello, vaya un saludo fraterno a mi gente, a todas esas personas sencillas que trabajan a diario para mantener a sus familias, para educar a sus hijos, para hacerlos estudiar, para darles un futuro mejor; a toda esa gente que se esfuerza y trabaja con solidaridad para ayudar al prójimo; para toda esa gente que dedica tiempo y espacio no solo para integrar las comisiones que organizan eventos para recaudar fondos sino también a toda esa gente que participa de las actividades que se llevan a cabo con el objetivo de hacer crecer y progresar a esas mismas instituciones, siempre pensando en un fin comunitario y social.
Y también para toda esa gente que trabaja denodadamente en todos los ámbitos de la vida comunitaria, en la educación, en el servicio de salud, en los diferentes centros y talleres, en el deporte, en las actividades recreativas, y a todos aquellos que aportan su invalorable labor y tiempo, para rescatar, conservar y difundir nuestra historia y nuestra cultura.
Por todo ello, ¡Feliz cumpleaños, Pueblo Santa María!

Recordemos que...

Pueblo Santa María fue fundada el 11 de Mayo de 1887 por un grupo de 24 familias y una persona soltera, nativas de la aldea Kamenka, de allende el Volga, en Rusia. Ellas fueron: Juan Reser / Bárbara Roth; Juan Graff / Ana María Detzel; José Meier / Cristina Minnig; José Schneider / Catalina Reser; Jacobo Fogel / Cristina Schmidt; José Schroh / Catalina Sauer; José Streitengerger / María Legmann; Federico Streitenberger / Elisa Gertner; José Meier (h) / Catalina Melchior; José Schneider (h) / Ana Roth; Juan Schneider / Elisa Quitlain; Miguel Schneider / Ana Roht; Juan Schneider / Catalina Reeb; Juan Dailoff / María Walter; Nicolás Walter / Catalina Minnig; José Schmidt / Susana Walter; Jacobo Schwindt / Bárbara Bahl; Antonio Schwindt / Catalina Maier; Miguel Siebenhardt / Cristina Schneider; y Juan Maier; Nicolás Hasper; Gottlieb Schneider; Jacobo Schermer; Juan Schwindt -de quienes se desconoce el nombre de sus esposas-; y Jorge Streitenberger, que era soltero.
Pueblo Santa María está ubicado en el partido de Coronel Suárez en la provincia de Buenos Aires.

lunes, 10 de mayo de 2021

La tradición de la construcción de las casas de adobe

 
En las colonias quedan como reliquias algunas viviendas que han sobrevivido al transcurrir de los años. Monumentos que nos hablan de historias escritas con el esfuerzo de quienes desarrollaron allí sus vidas y criaron con amor a sus hijos.

Las casas de adobe –escriben los historiadores Generoso María Stang y Orlando Britos- se construían con rapidez; no contaban con cimientos y fueron viviendas económicas, por contar para su construcción de escasos elementos y ofrecer solamente las condiciones indispensables para salvaguardar a los colonos de las inclemencias del tiempo. Para la construcción de las casas de adobe se establecía un pisadero en el cual con la ayuda de parientes se hacía un hoyo en el suelo donde se mezclaban en partes iguales tierra, agua y pasto. Todo ello se trabajaba hasta obtener una masa compacta y consistente que se trabajaba con el pisoteo de los animales. El barro se introducía en un molde y una vez seco se procedía al desmolde quedando formados los ladrillos de dimensiones considerables. Las casas de adobe tenían un espesor de 40 cm., se construían sin cimientos y el techo se hacía a dos aguas. La vivienda se construía con los ladrillones anteriormente citados unidos con barro. Se colocaban alambres en forma horizontal de los parantes de la estructura previamente establecida, donde se iba entretejiendo manojos de paja hasta cubrir toda la pared. Se revocaban las paredes con barro y una vez que el mismo estaba seco, las mujeres las pintaban de blanco con cal.

La construcción paso a paso

El proceso de construcción se iniciaba con la preparación del barro que se realizaba en un hoyo con partes iguales de tierra, pasto y agua. El pasto se utilizaba para obtener una pasta más resistente y de fácil manejo, en el posterior armado de los ladrillos de adobe. Cuando la mezcla alcanzaba su punto exacto, se introducía el barro en moldes en los que se le daba forma de ladrillo o bloque. A continuación se procedía a erigir la vivienda. Se comenzaba por levantar las paredes, generalmente de unos cuarenta centímetros de espesor, hasta una altura de tres metros. Se edificaba uniendo los ladrillones con barro, sobre una estructura formada por varias líneas de alambre colocados en forma horizontal. Finalmente se techaba a dos aguas y se colocaba paja sobre el techo, que hacía las veces de aislante. Concluida la construcción, las viviendas eran revocadas con barro que, una vez seco, se blanqueaba con cal. Sobre el techo se asentaba paja para reforzar el techo que solamente era de chapa de zinc: así se transformaba en un hogar que en el verano era fresco y en el invierno, con la ayuda de la cocina a leña, caluroso. La paja se obtenía de los rastrojos después de la trilla de trigo, que eran rastrillados con implementos especialmente diseñados para este menester. El rastrillo era tirado por caballos. Y una vez reunidos varios montículos de paja seca, se procedía a cargarlos sobre los carroschata que estaban acondicionados de manera que se pudiera estibar la carga hasta gran altura, sobre la cual iba montado el auriga y sus ayudantes munidos de horquillas rumbo a la vivienda donde se debía colocarla. Esta costumbre se llevaba a cabo porque los techos cubiertos de paja significaban poseer una casa fresca en verano y templada en invierno.

miércoles, 5 de mayo de 2021

Tradición de cómo nuestras abuelas limpiaban la cocina a leña

La cocina a leña era la reina de la cocina, se utilizaba para calefaccionar los ambientes y en su horno y en su parte superior, se horneaban y cocinaban todas las comidas, respectivamente. En el horno horneaban la carne con papas, el Füllsen, los Dünne Kuche, el pan y muchos otros platos, en las fuentes de color negro con pintitas blancas.
Y sobre la parte superior, comúnmente llamada Blit o Plit, se cocinaban todas las demás comidas: los Wickel Nudel, Kleis, Kreppel, sopas y una variedad extensísima que no alcanzaría este texto para mencionarlas a todas.
Y, obviamente, tanto utilizar la Blit, es decir la parte superior, durante todo el día y para cocinar todas las comidas, a veces, terminaba sucia, salpicada, manchada, sobre todo por las cacerolas que, ante un descuido, terminaban hirviendo y expulsando algo de su contenido.
Las abuelas, con gran creatividad, cada dos o tres veces por semana y después de haber lavado los platos y demás cacharros, dejaban apagar la cocina a leña y que se enfríe, aunque no del todo, porque para realizar la siguiente tarea de limpieza la cocina tenía que estar tibia.
Las abuelas tomaban una vela y la pasaban encerando, por la parte superior de la cocina a leña, lo que, por supuesto, derretía un poco la vela y generaba mucho humo y un hondo aroma a cera.
Después le pasaban un papel o trapo, para quitar el exceso de cera, tomaban un papel de aluminio de un atado de cigarrillos y con ayuda de un trapo, comenzaban a lustrar la Blit, apretando con fuerza y restregando con velocidad el papel aluminio.
Acción que repetían varias veces.
La cocina a leña quedaba espectacular. No solamente impecablemente limpia, sino brillante y como nueva. Lista para volver a ser utilizada y ser el centro del hogar, en la cocina, donde siempre hervía una enorme pava con agua caliente, lista para cualquier menester.
Por último, y como dato curioso, recordemos que el papel aluminio no era fácil de conseguir porque la mayoría de los hombres liaban sus propios cigarrillos, con hojitas de papel blanco, generalmente marca Mariposa, y tabaco en hebras que adquirían en cajas. Ese mismo papel aluminio, que mamá atesoraba para limpiar la cocina a leña, los niños lo usábamos como dinero. Jugábamos a ir de compras, pagando con estos billetes plateados. Por lo que la abuela, escondía muy bien este tesoro, que le guardaba el almacenero o coleccionaba algún familiar varón que ya fumaba cigarrillos modernos y que por esto, por supuesto, no era bien visto o se lo consideraba “flojito” por fumar esos cigarrillos de la ciudad que según los abuelos, desvirtuaban el gusto del verdadero tabaco y el placer de fumar.

martes, 4 de mayo de 2021

Grande fue la decepción cuando nuestros antepasados llegaron a tierras rusas

Foto tomada de Wikipedia
Cuando los colonos alemanes arribaron a tierra rusa descubrieron que el Manifiesto publicado por Catalina II La Grande no era más que un papel sin ningún valor ni garantía jurídica de nada. A cada paso que daban, a cada trayecto que recorrían se encontraban con más y más dificultades y contratiempos, cada vez más complejos de resolver. También se percataron que el Gran Imperio Ruso estaba dos siglos atrasado respecto a Europa, con la mayoría de sus habitantes viviendo en la más absoluta servidumbre y una nobleza apenas culta.
El proyecto colonizador escondía un oscuro designio que fue hábilmente llevado a la práctica para atraer a las lejanas tierras rusas a colonos europeos desesperados por escapar de la miseria, la pobreza, el hambre y la muerte. Un propósito sólo revelado cuando los colonos se encontraban en tierras rusas y sin ningún tipo de posibilidades de retorno. El plan original no era colonizar tierras próximas a un vergel sino la indómita región del Volga, con la intención de oponer una muralla humana de aldeas para contener las periódicas invasiones de todo tipo de tribus nómades y sanguinarias, que mantenían en vilo a la región y al Estado ruso.
Eso trajo graves consecuencias a los emigrantes alemanes que se establecieron allí. Porque no solamente la corona rusa no cumplió con lo prometido en el Manifiesto aportando materiales para levantar las viviendas y labrar los campos, lo que obligó a los colonos a vivir un año bajo tierra para protegerse del crudo invierno y la nieve hasta que pudieran construir sus viviendas y labrar las tierras, sino que durante muchas décadas tuvieron que soportar y sufrir el ataque, robo y matanza de las tribus nómades (calmucos y kirquisios) que llegaron a arrasar aldeas enteras destruyéndolas, y tomando a familias enteras como esclavos, para posteriormente ser vendidos en China.

El amor al terruño natal

Andrea llegó a su casa feliz. Había pasado por el correo a retirar un sobre que contenía un tesoro valioso para ella. Colgó su cartera en una silla, se quitó su abrigo y sin más rodeos, empezó a romper el sobre. Su corazón palpitaba expectante. Estaba ansiosa por ver su contenido, por volver a tener en sus manos lo que sentía le pertenecía por herencia. A medida que se fue rasgando el papel sus ojos se fueron iluminando y abriendo de par en par. Frente a ella iba surgiendo el libro que tanto había ansiado conseguir. El libro en el que estaba segura iba a encontrar una partecita importante de su madre y de su abuela como así también los sabores y los aromas de su infancia. El libro era “La gastronomía de los alemanes del Volga”. Con delicadeza y suma curiosidad, comenzó a hojearlo y a detenerse en cada título de las comidas que le rememoraban su niñez, las manos de su abuela, el rostro de su madre, los almuerzos de domingo en familia y un mundo de felicidad que había quedado allá lejos, en el espacio y en el tiempo, el día que ella había decidido abandonar la colonia para mudarse a Buenos Aires a estudiar.
Desde ese día habían transcurrido veinte años. Veinte años en los que solamente había saboreado y degustado las comidas de su hogar cada vez que volvía de visita a la casa de sus padres. Que siendo sincera consigo misma, en los últimos diez años, solamente había regresado tres veces. Recibirse, trabajar, casarse, después los hijos, le insumían todo el tiempo. Y a pesar de que ella sabía que ese transcurrir de los meses, días y años, la iban alejando cada vez más no solamente de su terruño natal sino también de sus padres, sentía que no había manera de hacerse un tiempo en su apretada agenda. Y eso la hacía sufrir. Porque un día no habría casa a la que volver ni padres a los que abrazar.
Por eso estaba feliz con el libro. Estaba empeñada en volver a cocinar todas las recetas que la habían alimentado durante su niñez y de esa manera trasladar a su hogar de la Capital Federal un poco del amor de sus padres y del recuerdo de su abuela, que siempre la esperaba con Kreppel frescos espolvoreados con abundante azúcar.

lunes, 3 de mayo de 2021

Los platos tradicionales de la abuela Elisa Schroh

Al ingresar a la casa de la abuela Elisa Schroh me encontré con una mesa de madera larga y seis sillas dispuestas alrededor de ella, gastada por el tiempo y los años, con profundas cicatrices que parecían haber sido realizadas con cortes de cuchillo al cortar alguna masa, por ejemplo para los Wickel Nudel, los fideos caseros, los Kreppel. Más allá, junto a una cocina a leña, que despedía calor de hogar, una mecedora traída desde Rusia, desde una remota aldea llamada Kamenka, y en ella estaba la abuela Elisa, hamacándose, las manos cruzadas sobre su regazo mientras me recibía con una sonrisa.
Me saludó en alemán, me invitó a que me sentara, me ofreció mate, té, y Kreppel que había amasado para la ocasión, por supuesto que acepté el mate y los Kreppel.
Mientras tomábamos mate y saboreábamos los ricos Kreppel, la abuela Elisa me empezó a contar su historia de vida. Me reveló que sus padres habían llegado de la aldea Kamenka, que su madre había quedado viuda muy joven con siete hijos y que los crió sola, sin la ayuda de ningún hombre. Eso sí – agregó-, mi mamá trabajó de todo. Y por eso también murió muy joven. Falleció a los 48 años. La vida la había consumido.
Ella me enseñó todo lo que sé. Me enseñó a cocinar, a coser, a bordar, a tejer y a hacer acolchados. Durante mi juventud me ganaba la vida haciendo acolchados mientras mi marido trabajaba en el campo.
La abuela Elisa contó muchos detalles y pormenores de su vida en familia y de su vida privada. Me confesó que había perdido un hijo de dos años en un accidente casero. También me contó que, al igual que su madre, había quedado viuda muy joven.
Después se entusiasmó hablando de las comidas tradicionales. Me detalló, por ejemplo, cómo y con qué ingredientes elaboraba los Kreppel. Me dijo un puñadito de harina, leche, huevos... Y de la misma manera me detalló cómo preparaba los Maultasche (Varenick). Me contó que tomaba un puñadito de harina, le agregaba dos o tres huevos, dependiendo la cantidad de comensales, que los rellenaba con ricota y así fue sumando más y más ingredientes. Los cuales siempre eran puñaditos, nunca gramos ni centímetros cúbicos si era un líquido. Su conocimiento era tal que no necesitaba conocer nada de eso. Su sabiduría era innata. Como el de todas las abuelas alemanas del Volga. Que sabían preparar decenas y decenas de platos tradicionales que llevaban en sus prodigiosas memorias. De la misma manera fueron pasando de generación en generación desde tiempos inmemoriales, repitiendo los mismos puñaditos, los mismos sabores, los mismos aromas y el mismo amor a cocinar para la familia.