Rescata

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jueves, 29 de junio de 2023

Cada 29 de junio se conmemora un nuevo aniversario de la fundación de la primera aldea alemana en cercanías del río Volga

 El 29 de junio pero de 1764 se produce uno de los acontecimientos más trascendentes en la epopeya migratoria desarrollada por nuestros ancestros: se funda Dobrinka, la primera aldea erigida en cercanias del río Volga por los colonizadores alemanes que dejaron su tierra natal para seguir las promesas escritas en el Manifiesto lanzado un año antes por la zarina Catalina II “La grande”. Fue el inicio de una colonización que marcó y modificó el destino de varias generaciones de familias. Una historia que se redactó teniendo como premisas la resistencia y la fuerza de voluntad de un pueblo, su vocación de trabajo, sus convicciones, su fe en Dios y en sí mismo y su tesón de salir adelante enfrentando todas las dificultades y todos los contratiempos. Fundando aldeas, construyendo iglesias, levantando escuelas, forjando una sociedad y una cultura y sembrando trigo y haciendo surgir un vergel donde solamente había estepa y desolación.
Una historia que luego, más de cien años después, continuaron nuestros abuelos en la Argentina.

domingo, 18 de junio de 2023

Y un día volveré a mi terruño

 Y un día, más exactamente un atardecer, cuando las sombras comiencen a cubrir las cosas y losrecuerdos sean más reales que la misma realidad, emprenderé el regreso. Me rendiré ante la nostalgia. Me daré por vencido frente a la melancolía. Pesarán más los años del pasado que los del futuro. Me llamará lo vivido y me dirá adiós lo por vivir.
Desandaré el camino de los sueños, transitaré la senda de los reencuentros con familiares que ya se habrán marchado, cansados de tanto esperar, y con viejos amigos, que ya no estarán en la antigua vereda, de la vieja casa, donde una noche le confesé mi amor a mi primera novia.
Tampoco estarán ni la misma escuela, ni las mismas aulas, ni los mismos salones en los que se celebraban los acontecimientos sociales, ni la casita de adobe de mis padres, ni la presencia patriarcal y severa, pero siempre comprensiva y justa, de mi padre, ni las manos tiernas de mi madre, siempre manchadas de harina, echando un leño a la cocina a leña.
Pero aún sabiendo todo eso, sé que un día, al atardecer, cuando las sombras comiencen a cubrir las cosas y los recuerdos sean más reales que la misma realidad, emprenderé el regreso a la colonia, a mi hogar, a mi casa, a mi terruño, a reencontrarme conmigo mismo, para recostarme a dormir el sueño eterno junto a mis padres, mis hermanos, mis familiares y mis viejos amigos.

El amor eterno de mis padres

 Mis padres siempre labraron las tierras de otros dueños. Mi padre era peón rural, capataz en una estancia, y mi madre, cocinera para infinidad de peones, que rotaban, de acuerdo a la época del año, dependiendo si era tiempo de arada, siembra o trilla. Los dos trabajaron durante toda su vida. Mi padre, desde los nueve años. Mi madre desde los quince. Mi padre pudo cursar la escuela hasta cuarto grado y mi madre, solamente hasta segundo.
Trabajaron jornada tras jornada, de sol a sol, de lunes a sábado, en ocasiones, también los domingos, en primavera, verano, otoño e invierno. A veces hacía tanto calor que rajaba la tierra. Otras tanto frío, que la escarcha cubría todo hasta las doce del mediodía.
Jamás se quejaron de su destino. Jamás se lamentaron. Jamás tomaron la vida cotidiana como una tragedia. Para ellos, la vida siempre fue una celebración, una alegría. El amor y la conformación de una familia, tener una casa, un hogar, hijos, era la felicidad suprema. Y en pos de esa felicidad suprema, la máxima bendición de Dios, lo dieron todo de sí mismos. Lo entregaron absolutamente todo. Y fueron dichosos haciéndolo. Inmensamente dichosos. Tener hijos, acompañarlos en su crecimiento, velar por su educación, tanto familiar como escolar, apoyarlos en sus emprendimientos, contenerlos cuando algún fracaso hacía tambalear sus sueños, estar siempre presentes, siempre, desde el día que nacían hasta el último momento de sus propias existencias.
Mis padres fueron profundamente felices. Se amaron durante cincuenta y seis años. En la alegría y en la tristeza. En la salud y en la enfermedad. En la abundancia y en la carencia. Su amor jamás se extinguió. Lo alimentaron y lo hicieron crecer y más fuerte con los años. Y mi madre lloró mares de lágrimas el día que sepultaron a mi padre. Aún hoy, casi dos años después, aún lo llora como el primer día. Ambos se amaron y se aman. Su amor lo trasciende y lo supera todo, hasta la muerte. Porque se seguirán amando más allá de esta vida. Porque se amarán durante toda la eternidad de los tiempos.
Para mantener vigente nuestra identidad, los invito a leer mis libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La gastronomía de los alemanes del Volga", "La vida privada de los alemanes del Volga" y "La infancia de los alemanes del Volga". Los envío a cualquier localidad del país por correo argentino. Se pueden abonar por depósito, transferencia o Mercado Pago.