Rescata

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martes, 27 de marzo de 2018

La proeza de doña Sofía

Caminó hacia el gallinero como todas las tardes a recoger los
huevos. Doña Sofía llevaba un  balde y un andar cansino. Nunca se había destacado por tener una excesiva voluntad para el trabajo. Todo lo contrario. Era popular por su ingenio para escabullirse de las situaciones que requerían de la presencia de mujer hacendosas. Por falta de interés, nunca había aprendido a coser ni a bordar. Menos a tejer. Nadie había logrado que permaneciera quieta y atenta por más de diez minutos. Apenas sabía cocinar. Su menú no salía de los guisos, las papas al horno, los fideos hervidos y el arroz apelmasado.
Al llegar al gallinero comenzó a levantar las gallinas de sus nidos para sacarles los huevos que habían puesto. Ofendidas en su fuero más íntimo salían corriendo despavoridas cacareando a los cuatro vientos semejante ultraje. A la protesta, también solían sumársele algún pato llevado por delante por las gallinas u otras compañeras que rondaban por los alrededores.
Todo se desenvolvía conforme a lo habitual, hasta que asomó su cabeza una comadreja que, igual de asustada que las gallinas, no tuvo mejor ocurrencia que saltar sobre la humanidad de la señora.
Tal fue la sorpresa y el susto de doña Sofía, que por primera vez en su vida fue diligente y voluntariosa para llevar a cabo una actividad. Sin pensarlo mucho, arrojó por el aire el balde con los huevos y emprendió una corrida hacia la casa que maravilló al peón que trabajaba no lejos de allí. La mujer vociferaba pedidos de auxilio y la inmediata presencia de su marido.
La comadreja, ofendida por el escándalo y los gritos, se escabulló por los fondos del gallinero, satisfecha con los huevos que había comido.

sábado, 17 de marzo de 2018

El noviazgo en las colonias de antaño

Eusebio, después de mucho insistir, logró que su familia aprobara
su noviazgo con la mujer que amaba. Costó convencerlos que, pese a ser de tez más oscura que todos los habitantes de la comunidad y residir en la ciudad, era un buen hombre. Le llevó más de seis meses de asistir todos los domingos a misa, participar de cuanta procesión religiosa el cura convocara y un sin fin de confesiones y penitencias, hasta que, por fin, pudo convencerlos también de que era un hombre creyente y temeroso de Dios.
Tenía permiso de visitarla los domingos, a la hora del mate. Eso sí, jamás conseguía estar a solas con ella. La madre les cebaba mate. El padre avivaba la conversación y los niños lo miraban de reojo, atentos a los movimientos de sus manos. Las despedidas lo sumían en la angustia y desesperación. Ni una sola oportunidad para expresarle cuánto la amaba, para decirle que nunca la dejaría, que la cuidaría y que juntos tendrían una casa y formarían una familia con muchos hijos. Su boca ardía de deseos de besarla.
Andando los meses, transcurridos tres años, ya aquerenciado en la casa de sus futuros suegros, surgió un nuevo conflicto. Los padres de la novia esperaban a Eusebio con la elección de la fecha de la boda. En tiempo de la arada y la cosecha no. Durante la Cuaresma tampoco. Pascuas no. Y los sábados y domingos menos, son los días dedicados al Señor. La lista continuaba pero Eusebio olvidó el resto la tarde en que se le acabó la paciencia y quiso ponerle puntos sobre las íes a su futuro suegro y éste lo miró, le dijo que lo esperara un momento, se fue a la habitación, y volvió con una escopeta.
Eusebio comprendió en el acto que con el hombre no se jugaba. Que parecía manso pero que de manso no tenía un ápice. Así que bajó los humos y aceptó todo lo que le decían en un sermón interminable, con tal de no perder la posibilidad de continuar visitando a su no novia. 
El noviazgo se prolongó por dos años más. El caballo de Eusebio conocía el camino de memoria. Los domingos a las cuatro, enfilaba solito rumbo a la casa de la familia Suppes.
Un buen día, don Suppes le comunicó que por fin se podía casar con su hija. Había ganado buen dinero en la cosecha y eso lo habilitaba para organizar una fiesta de casamiento como él quería para la boda de sus hijos. Eso sí, primero debía comunicar la boda tres domingos consecutivos durante la misa principal.
El pobre Eusebio ya no opinó. Aceptó compartir en partes iguales los gastos de la fiesta, escuchar una interminable sucesión de consejos del cura para vivir un matrimonio bendecido por Dios, y cumplir con otras obligaciones que olvidó durante los tres días que se prolongó la fiesta de casamiento.

domingo, 4 de marzo de 2018

Un día de escuela en las colonias de antaño

-¿Tres por cuatro?- volvió a a preguntar el maestro.
-15 -respondió la niña en un sonido agudo, casi imperceptible para el oído de sus treinta compañeros de clase que, al igual que ella, temblaban frente a la actitud severa que estaba adquiriendo el rostro del maestro.
- ¿Tres por cuatro?- repitió levantando la voz y el puntero
-¿Nueve?- respondió preguntando la niña.
-¿Acaso sus padres no les enseñan en sus casas?- inquirió el maestro - Siempre la misma burra. Nunca sabe nada. Es un mal ejemplo no solamente para este grado sino también para toda la escuela. Ponga las manos sobre el pupitre con las palmas hacia arriba- ordenó el maestro.
La alumna obedeció.
-¿Tres por cuatro? -inquirió el maestro alzando el puntero.
-¿Dieciocho?- contestó la niña tímidamente.
El ruido del puntero sobresaltó al resto del alumnado que miraba horrorizado.