Rescata

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miércoles, 29 de junio de 2016

Se llevará a cabo una gran venta de Kreppel y Strudel a beneficio de la Escuela Parroquial Santa María

Este domingo, a partir de las 10 horas, Unión Padres de Familia de la Escuela Parroquial Santa María realizará, a pedido del público, una nueva venta de Kreppel y de Strudel de manzana elaborado por el chef Javier Graff, en la Plaza Tambor de Tacuarí. 
Lo recaudado, como siempre, es para solventar gastos de la escuela y seguir avanzando con las obras que la institución necesita, ya que hay muchas mejoras proyectadas.
“Agradecemos desde ya la colaboración de todos en cada una de las ventas realizadas, pues de esto depende que podamos seguir creciendo como institución” –expresan las autoridades de la misma.

Se presentará una obra de teatro a beneficio en Pueblo Santa María


Grupo de teatro de Pueblo Santa María
Será el 5 de agosto, a las 19:30 horas, en el Salón Parroquial "Juan Peter", con la puesta en escena de la obra “La Casa de Bernarda Alba”, que estará a cargo de un grupo de artistas de la comunidad que actuará de manera totalmente gratuita y a beneficio de esta causa benéfica.
Las entradas están a la venta de manera anticipada a un valor de $40.
Lo recaudado se donará para el mantenimiento y restauración del Salón Parroquial.

martes, 28 de junio de 2016

Un homenaje del escritor Julio César Melchior para las mujeres alemanas del Volga

Por María Rosa Silva Streitenberger

La mujer alemana del Volga siempre fue más fuerte de lo que ella creía y de cómo la veía la sociedad patriarcal. Siempre estuvo bajo el ala del hombre. De niña bajo las órdenes del padre. En el matrimonio bajo las decisiones y antojos del esposo. Si enviudaba bajo la mirada de Dios. Cuando anciana bajo la tutela de los hijos ya que al no existir jubilación y tampoco poder heredar, debía ser responsabilidad de los hijos hasta la muerte.
Se necesita temple para delegar la propia vida en pos de dictámenes de otra persona y así, de todos modos, sentirse plena. Fuerza de voluntad, coraje para enfrentar cualquier designio y llevar adelante una vida digna, trabajando a la par del hombre pero realizando además incontables tareas en el hogar, todas a pulmón y aún así ser considerada un ser inferior. La fuerza la obtenían día a día a través del amor. Amor a los hijos, a la vida, a la providencia, que aunque a veces era casi nula, ellas con su ingenio hacían magia y siempre cubrían las necesidades del hogar, aunque el precio sea sacrificarse para ello. 
En nombre de todas esas mujeres, de quienes desciende y para los que no han sabido entenderlas y conocerlas el escritor Julio César Melchior escribió el libro La vida privada de la mujer alemana del Volga.

lunes, 27 de junio de 2016

El abuelo Ignacio Strevensky nos cuenta su vida

Las fotografías hablan. Cuentan la historia en imágenes. Muestran la realidad que las palabras no alcanzan a describir. Y don Ignacio lo sabe. Por eso las guarda, las cuida y las protege. Porque rememoran cada momento de su vida. Porque son un testimonio fehaciente de que alguna vez vivió todo lo que recuerda.

Don Ignacio nos recibe en pantuflas. Las arrastra como los casi noventa años que carga sobre sus espaldas. Con pesadez y resignación. Los días no transcurrieron en vano. Dejaron su impronta en su cuerpo y en su espíritu. Tembloroso y endeble, sonríe, sin embargo, sin reproches a la vida, y se sienta a la mesa, frente a un sobre color amarillo sucio, viejo y rasgado, de donde extrae fotografías color sepia, blanco y negro y pálidas imágenes en color. Todo el tesoro material que la vida le permitió acumular. Dice que no tiene otros bienes más que esos recuerdos que se van borrando a pesar del cuidado que les confiere. Acota que no tiene ni casa ni familia, que vive de prestado en el geriátrico que lo cobija y que de allí lo van a sacar muerto. Deja bien en claro que tiene asumido el final de su destino.
Con precisión y detalle explica quiénes aparecen retratados en las fotografías: su madre, que lo quería mucho, que jamás le pegó, que le enseñó a rezar, que todos los domingos lo mandaba a misa, que cocinaba Wicklnudel, Maultasche, Klees… Que horneaba el Kalach y los Dünnekuche en el horno de barro. Cómo se las arregló para criar y educar decentemente dieciséis hijos. Y su padre, de carácter autoritario. Gritón y mandón. Que no lo dejaba jugar. Que siempre lo tenía que ver haciendo algo útil: carpir la quinta, regar las verduras, limpiar el chiquero, el gallinero, darle de comer a los cerdos y las gallinas, encerrar y ordeñar las vacas de madrugada. “Mamá y papá eran dos universos bien distintos. Al lado de mamá, agarrado de su delantal, uno se sentía seguro y protegido. Con papá uno sentía miedo. Nos retaba por todo. Nos pegaba si nos portábamos mal: me castigó muchas veces con el cinturón –confiesa don Ignacio- porque no había cumplido con la tarea como él lo esperaba que lo hiciera. Era muy severo y meticuloso. Todo tenía que hacerse como él quería. Si él decía que un cosa era blanca, tenía que ser blanca. No había lugar para la duda”.
Habla de sus hermanos. De una casa humilde. De la comida que nunca alcanzaba. Del sacerdote que se metía en todo. De las religiosas que lo maltrataban en la escuela pegándole con el puntero o haciéndolo arrodillar sobre sal gruesa. De la comunidad que era muy solidaria y generosa. Más sencilla que la actual. Que la envidia no existía. Que los vecinos se ayudaban unos a otros. Que los vecinos se visitaban. Que la palabra empeñada tenía valor de documento escrito y firmado. Que se era feliz con lo que se tenía “y no como hoy que todo el mundo tiene y desea más de lo que puede disfrutar y, sin embargo, nunca le alcanza”.
Las fotografías, sus miradas, sus gestos, sus tonos de voz, transmiten diferentes experiencias, recuerdos, conocimientos y sensaciones. Cuenta que la vida fue dura con él pero que le enseñó mucho. Le enseñó a valorar lo que tiene. Poco o mucho es suyo y tuvo que luchar para tenerlo.
Va desgranando su niñez: cuando tomó la primera comunión, la confirmación, las clases de alemán, los nombres de las hermanas religiosas que le enseñaron a leer y escribir, alguna que otra travesura. Se extravía en detalles nimios pero regresa a lo sustancial. La memoria emotiva le juega una mala pasada. Está feliz porque una persona le presta atención y escucha las historias que tiene para contar.
Así se va la tarde y con ella un recorrido retrospectivo por la vida de don Agustín. Con sus angustias y alegrías. La muerte de sus padres. De alguno de sus hermanos. La felicidad de una novia y la tristeza de un hijo que no pudo nacer. La dicha de saber que amó y lo amaron. La melancolía de la soledad y el olvido de la vida, que le quitó a su esposa y lo confinó a un geriátrico.

viernes, 24 de junio de 2016

Tener un “fóbal de cuero número cinco” era el sueño de los niños de las colonias

“El máximo sueño de los abuelos 
de las colonias, cuando niños, 
era poseer un “fóbal número cinco”,
 lo que significaba tener una 
pelota de fútbol de cuero como
 la que utilizaban los jugadores 
de primera división. Por supuesto 
que, salvo raras excepciones, 
esto era algo que estaba lejos 
del bolsillo de todos los padres. 
Porque era un objeto carísimo.

Los objetos que acompañan nuestra vida hablan de nosotros, de nuestros gustos, costumbres, recursos y carencias; suelen traernos la memoria de los antepasados; de sus antiguos poseedores o de quienes nos los regalaron; y, en todos los casos, aunque no siempre seamos conscientes de ello, nos vinculan con las personas, generalmente desconocidas, que los inventaron y fabricaron. Los objetos pueden contar nuestra historia, pero a la vez cada uno de ellos resume en sí mismo una historia. Además de ser biográficos, son manifestaciones de una cultura.
En este caso en particular, presentamos un artículo sobre un objeto de juego común entre los niños de todas las épocas, que es la pelota. Y lo presentamos desde un atractivo cuento de Felisberto Hernández.

La pelota (Por Felisberto Hernández.)

Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre. Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que no la cargoseara; después me amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita —pronto para correr— yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina donde cosía, yo salí corriendo. Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén. Mientras ella la forraba y le daba puntadas, me decía que no podía comprar la otra y que no había más remedio que conformarse con ésta. Lo malo era que ella me decía que la de trapo sería más linda; era eso lo que me hacía rabiar. Cuando la estaba terminando, vi cómo ella la redondeaba, tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar. Al tirarla contra el patio el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía la forma: me daba angustia de verla tan fea; aquello no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo. Después de haberle dado las más furiosas "patadas" me encontré con que la pelota hacía movimientos por su cuenta: tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que yo imaginaba; tenía un poco de voluntad propia y parecía un animalito; le venían caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella. A veces se achataba y corría con una dificultad ridícula; de pronto parecía que iba a parar, pero después resolví dar dos o tres vueltas mis. En una de las veces que le pegué con todas mis fuerzas, no tomó dirección ninguna y quedó dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Quise que eso se repitiera pero no lo conseguí. Cuando me cansé, se me ocurrió que aquel era un juego muy bobo; casi todo el trabajo lo tenía que hacer yo; pegarle a la pelota era lindo; pero después uno se cansaba de ir a buscarla a cada momento. Entonces la abandoné en la mitad del patio. Después volví a pensar en la del almacén y a pedirle a mi abuela que me la comprara. Ella volvió a negármela pero me mandó a comprar dulce de membrillo. (Cuando era día de fiesta o estábamos tristes, comíamos dulce de membrillo). En el momento de cruzar el patio para ir al almacén, vi la pelota tan tranquila que me tentó y quise pegarle una "patada" bien en el medio y bien fuerte; para conseguirlo tuve que ensayarlo varias veces. Como yo iba al almacén, mi abuela me la quitó y me dijo que me la daría cuando volviera. En el almacén no quise mirar la otra, aunque sentía que ella me miraba a mí con sus colores fuertes. Después que nos comimos el dulce yo empecé de nuevo a desear la pelota que mi abuela me había quitado; pero cuando me la dio y jugué de nuevo me aburrí muy pronto. Entonces decidí ponerla en el portón y cuando pasara uno por la calle tirarle un pelotazo. Esperé sentado encima de ella. No pasó nadie. Al rato me paré para seguir jugando y al mirarla la encontré más ridícula que nunca: había quedado chata como una torta, Al principio me hizo gracia y me la ponía en la cabeza, la tiraba al suelo para sentir el ruido sordo que hacía al caer contra el piso de tierra y por último la hacía correr de costado como si fuera una rueda.
Cuando me volvió el cansancio y la angustia le fui a decir a mi abuela que aquello no era una pelota, que era una torta y que si ella no me compraba la del almacén yo me moriría de tristeza. Ella se empezó a reír y a hacer saltar su gran barriga.
Entonces yo puse mi cabeza en su abdomen y sin sacarla de allí me senté en una silla que mi abuela me arrimó. La barriga era como una gran pelota caliente que subía y bajaba con la respiración. Y después yo me fui quedando dormido.

jueves, 23 de junio de 2016

Mi homenaje a las mujeres alemanes del Volga

Crecí entre mujeres alemanas del Volga. Mi madre, mis abuelas y tías, mi hermana. A todas ellas las caracterizan la entrega a su familia, la sencillez, la importancia de compartir, la entrega a sus afectos y a la comunidad. El amor al prójimo. No desear y correr tras lo material sino disfrutar de lo cotidiano. Todo esto lo heredaron de sus antepasados. Para ellas escribí este libro. Para que las conozcan, entiendan y sepan que a pesar de no demostrar con palabras o abrazos el amor, nos lo brindaron de mil maneras diferentes. Su incondicional vida puesta al servicio de la familia y de quien necesite. No es fácil de comprender hoy día donde los códigos dictan otras formas de convivencia. En este libro cuento los distintos aspectos que regían la vida femenina y que ellas, en silencio y por su profundo amor, acataron por siglos. NO SE LO PIERDAN.
(Para más información comunicarse: juliomelchior@hotmail.com)

miércoles, 22 de junio de 2016

Doña Ofelia kesler

Puso a hervir agua en una cacerola, le agregó sal gruesa. En la sartén, también sobre la cocina a leña, puso a freír trocitos de pan. Regresó a la mesa. Acomodó la masa. Espolvoreó harina. Descolgó el palo de amasar de la pared. Doña Ofelia cocina un plato tradicional. Lo prepara como lo elaboraba su madre, que lo heredó de sus ancestros. Con mucho amor. Para su familia. Para sus hijos. Para sus nietos.
Pañuelo en la cabeza. Una canción alemana en los labios. Un brillo especial en los ojos. Satisfacción y orgullo.
-"Cocina mejor que cuando era joven", opinan sus hijos.
-"Abuela es una genia", sostienen sus nietos.

martes, 21 de junio de 2016

Receta de los Der Kreppel

Esta receta fue legada por doña Irma Kraft a su nieta Juliana Witkowski, que la comparte con nosotros.  Y nosotros la publicamos para mantener vigente este legado gastronómico y para rendirle homenaje a doña Irma y reconocer el trabajo de conservación realizado por su nieta Juliana.

Ingredientes:
Harina común 1 kg.
6 huevos
1/2 taza aceite
1/2 taza alcohol (de farmacia)
1/2 taza de leche
4 cucharadas de azúcar
Pizca de sal

Preparación:
Se hace la masa y se estira con palote bien fino, se corta en rectángulos y se hacen varios cortes al medio, luego se pliegan al ponerlos en la grasa para freír.

sábado, 18 de junio de 2016

Historia de una mujer alemana del Volga bautizada con el nombre de “Mala” Siebenhardt

Un profundo y protocolar silencio reinaba en la sala donde funcionaba la oficina del Registro Civil. Fuera por respeto al lugar y a la investidura de la persona que lo presidía o porque quien se encontraba sentado detrás del enorme escritorio cumpliendo una función que creía fundamental para el gobierno nacional y las futuras generaciones del país sólo hablaba español y el joven que esperaba ser atendido sólo sabía expresarse correctamente en alemán, lo cierto era que podía escucharse nítidamente el zumbar de las moscas que, molestas e insistentes, osaban posarse sobre los pulcros documentos que se encontraban dispersos sobre el escritorio.
El empleado del Registro Civil levantó la miraba, apartando la atención del acta matrimonial que revisaba para posarla sobre el individuo que aguardaba frente a él. Sin intercambiar palabra, supo de inmediato para qué venía. Lo delataba el pequeño bulto, primorosamente envuelto, que la mujer que lo acompañaba traía en brazos, tiernamente acomodado junto a su seno.
-¿Viene a anotar a su hijo?, inquirió sin demasiada gentileza protocolar, dejando en evidencia –mediante una deslucida dicción- que la preparación intelectual distaba mucho de ser no ya la ideal si no la básica para realizar el menester que debía llevar a cabo.
El colono asintió con la cabeza, intimidado quizá, por la actitud presumida y el alarde de autoridad que hacía gala el funcionario de gobierno que, mediante gestos ampulosos y soberbios,  atrajo hacia sí el libro en el que registraba los nacimientos y después de hojearlo con rapidez, lo abrió en dos, comenzando a llenar un acta mientras se formulaba a sí mismo las preguntas de siempre: “¿día? ¿mes? ¿año?”. Mientras de soslayo, y manteniendo una actitud de hombre superior, acorde al estatus social y cultural que en su delirio de poder imaginaba poseer, escudriñaba al padre del recién nacido, que a simple vista se veía que era uno de esos rusosalemanes que unos años atrás colonizaron la región, estableciendo tres colonias. “Lo delata la manera de vestir”, pensó. “Tan anacrónica y particular”. “Y para colmo, no entienden casi nada de castellano. Con suerte, apenas comprenden unas pocas palabras”, reflexionó imaginándose la tediosa labor que le aguardaba.
Sin embargo, el trámite se desarrolló de manera relativamente normal hasta el instante de inscribir el nombre de la criatura.
-¿Nombre de la criatura?, preguntó.
El colono, sorprendido ante el énfasis con que fue formulada la pregunta, respondió en alemán:
-Mole Siebenhardt.
El empleado, habituado a este tipo de contratiempos, descifró el apellido. Lo había escuchado en más de una ocasión. Pero el nombre le resultó totalmente desconocido.
-¿Cómo dijo?,  insistió mirándolo fijamente a los ojos.
-Mole Siebenhardt, volvió a ratificar el hombre en alemán.
Viendo que resultaba inútil persistir en el intento de entender el nombre, bien porque el rusoalemán no sabía  expresarlo en español, lo que era probable, o porque se sintiera cohibido ante su aplomo y viril autoridad, lo que también era posible, dado el aislamiento en que viven en sus colonias y el total desconocimiento que tienen de las leyes argentinas, el empleado del Registro Civil optó por escribir en el acta de nacimiento lo que creyó justo o lo que imaginó comprender, y se abocó, fastidiado con la falta de cultura de los inmigrantes que, según él, invadían el país, a continuar con el trámite. No sin antes esbozar una leve sonrisa de superioridad. Sin sospechar siquiera el ridículo que estaba haciendo y que su ineptitud quedaría para siempre en evidencia en el acta que estaba confeccionando. Porque desde ese día, la  niña que sus padres bautizaron como Amalia, pasó a quedar registrada como Mala. El funcionario, que no conocía ni una sola palabra de la lengua alemana, pese a atender diariamente a infinidad de descendientes de alemanes del Volga y a convivir con ellos, jamás se enteró, por ignorancia intelectual y prejuicios étnicos, de la barrabasada que cometió al confundir un sustantivo propio con un adjetivo común y corriente.

jueves, 16 de junio de 2016

Receta de torta 80 golpes (Achtzig Schlag)

Ingredientes:
500 gramos de harina
30 gramos de levadura
3 cucharadas de azúcar
3 cucharadas de aceite
1 huevo
Esencia de vainilla
Cantidad necesaria de leche

Para el relleno:
200 gramos de manteca
20 cucharadas de azúcar

Preparación:
Colocar la harina en un bol y hacer un hueco en el centro, donde se incorpora el huevo, la levadura desgranada, el azúcar, el aceite y la esencia de vainilla; se comienza a unir con la harina de los bordes y se va agregando leche tibia hasta formar una masa blanda pero que no se pegue en las manos.
Volcar la masa en la mesa y una vez que esté bien unida, darle 80 golpes arrojando la masa sobre la mesa. Tomar el palote y estirar la masa lo más fina posible.
Untar la masa con la manteca que debe estar a temperatura ambiente y mezclada con azúcar.
Enrollar la masa bastante ajustadadamente, cortar en trozos de 5 cm. (depende del alto del molde), colocarlos parados y a cierta distancia entre sí en un molde de 30 cm. de diámetro enmantecado.
Dejar levar hasta que se hayan unido todos los rollitos, llevar a horno moderado durante 35´ a 40´.
Desmoldar enseguida que se retira del horno.
(Estas recetas y muchas más, se pueden encontrar en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior. Se adquiere por correo mediante el sistema de contra reembolso: Ud. hace el pedido y recién paga cuando lo tiene en sus manos. Para ello comunicarse a juliomelchior@hotmail.com.).

miércoles, 15 de junio de 2016

¿Qué tipo de colonias se fundaron en el país durante los años en que llegaron los alemanes del Volga?

Es por demás conocida la historia de cómo se afincaron los alemanes del Volga en el país. También sabemos el tipo de contrato que firmaron y el acuerdo al que llegaron para fundar una determinada clase de colonias. Pero asimismo es interesante extender la mirada y observar con criterio amplio qué acontecía en el resto del país y preguntarse: ¿qué clase de colonias propiciaba fundar el gobierno argentino al alentar el ingreso masivo de inmigrantes? La respuesta la encontramos en la obra del Reverendo William C. Rhys, escrita en 1902.

William C. Rhys llegó a la Argentina a fines del siglo XIX para hacerse cargo de la iglesia bautista en Chubut, donde permaneció quince años, sirviendo pastoralmente a la grey galesa. De regreso a su tierra natal, Gales, en 1902 escribió sus memorias, que recién fueron publicadas hace unos pocos años por uno de sus nietos.
En esta obra, titulada “La Patagonia que canta”, el reverendo, con abundantes datos recogidos en el lugar, traza la historia de los pioneros galeses que el 28 de julio de 1865 arribaron al país para colonizar una porción de tierra patagónica. De entre su pintoresco relato, donde revive la epopeya colonizadora de sus compatriotas, es interesante extraer un párrafo en el que reflexiona respecto a las clases de colonias que se establecían en la Argentina a finales del siglo XIX, durante el masivo arribo de inmigrantes.
El reverendo Rhys explica que eran tres. A saber: “1) Algunas son solamente especulaciones lucrativas de aventureros. Los hombres celebran contratos con el gobierno para asentar tantos hombres en tantas leguas de tierra. El gobierno asegura las mayores facilidades y parte de la concesión se divide en pequeños lotes, que son vendidos al precio más alto que se pueda obtener de los colonos. La parte restante de la concesión se reserva hasta que la colonia haya ganado un buen nombre y buenas perspectivas. Se ayuda a los colonos con comida, animales, implementos, semillas, alambrados, etcétera, y se les facilita el crédito. Esta clase de colonias por lo general es la ruina de los colonos pobres que, confiados en el éxito, son fácilmente inducidos a la especulación y arrastran el asfixiante peso de las deudas. Bajo esta carga, después de luchar contra algunas temporadas malas y otros incidentes desafortunados, comunes a las mejores colonias en estado embrionario, son aplastados y sucumben; los lotes, las mercancías y las mejoras vuelven a sus antiguos dueños. De esta forma hay muchos colonos trabajando para las compañías ferroviarias. 
2) Las colonias establecidas directamente por el gobierno son de otra clase. La gente es inducida a colonizar mediante el ofrecimiento de una generosa porción de tierra y una asistencia sabia y limitada para comenzar. El progreso .de estas colonias es más lento y menos ostentoso al principio, pero también es menos desastroso para los colonos sin capital, que con el correr del tiempo suelen ser los más prósperos. Las desventajas radican en que estas colonias por lo general están ubicadas en distritos alejados de mercados convenientes, etcétera. Los especuladores tienen una manera sutil de conseguir las mejores tajadas de tierra para sus propias concesiones.
3) A la tercera clase pertenecen las colonias creadas por filántropos, por medio de las cuales buscan establecer una comunidad de acuerdo con alguna idea y así producir, desde cierto punto de vista, una sociedad modelo.
Estos hombres obtienen una concesión de tierra y la colonizan con inmigrantes especialmente conseguidos a ese fin. Algunos de estos colonos tienen éxito y otros no. Y en caso de fracasar, los filántropos son los que pierden.
Por otra parte, si estos fundadores y héroes bien intencionados tienen éxito, reciben como recompensa más aplausos que provecho y más gloria que ganancia. Sin embargo, generalmente la retienen hasta que dejan de estar sobre la tierra”.

¿Qué significaba ser niño en la época de nuestros abuelos?

Los niños tenían que comenzar a desarrollar trabajos de adultos
desde muy pequeños para colaborar en la economía del hogar.
Fotografía de Lewis Hine
Realizar un estudio sociológico para responder a esta pregunta -¿Qué significaba ser niño en la época de nuestros abuelos?- no es tarea sencilla. Porque no existen datos escritos respecto a estudios previos que se puedan tomar como base ni tampoco hay evidencia de que alguien se haya planteada este interrogante con anterioridad. Asimismo es muy difícil encontrar en la sociedad de hoy parámetros válidos para entender la función de los niños y los jóvenes en la sociedad de los alemanes del Volga de los primeros años de las colonias. La niñez como etapa de juegos, de socialización a través del contacto con otros niños y con adultos, de aprendizaje elemental, de estímulo a la inteligencia, de afecto, cariño y abrigo, es algo que surge con las ideas contemporáneas que asimilaron sus descendientes en la República Argentina.

La niñez constituía un lapso de la vida desdibujado y hasta contradictorio -al menos con lo que hoy considerarnos la niñez-, en tanto se esperaba de ella una conducta adulta o casi adulta. Ello se probaría con el esfuerzo laboral que los niños -por lo menos los de las clases populares- debían realizar desde muy pequeños y la sociedad les exigía un comportamiento adulto que se expresaba en una disponibilidad para el trabajo de un modo u otro. No es que los niños no gozaran de sus juegos, simplemente tenían un espacio limitado entre otras obligaciones, como por ejemplo, ayudar desde pequeños a sus padres.
Del estatus del niño podría sintetizarse en el concepto de "transición a la adultez", que es el que mejor calza para definir la etapa de la adolescencia. Es decir, más que de un período importante de la vida de todos los individuos, se trataba de una edad de pasaje a la mayoría de edad, que era lo que verdaderamente contaba.
Pareciera que en sí mismo, el lapso de vida infantil no tuviera sentido más que en su prospección adulta, es decir, como una necesaria transición para transformarse en una persona mayor.
Estas consideraciones no quieren reflejar necesariamente que en el pasado los niños no fueran queridos o no recibieran afecto. Los hombres y las mujeres somos moldeados desde nuestra llegada al mundo psicológicamente por una constelación de valores, sentimientos, contacto físico y social, creencias y tradiciones, que son cambiantes. Los sentimientos, el afecto, el amor o ¡a ternura se transmitían (de otro modo, y de acuerdo con los moldes y representaciones sociales en que fueron socializados los individuos en esa sociedad, en la que los roles femeninos y masculinos, de padres e hijos, de jóvenes y viejos, eran definidos de acuerdo con las pautas prevalecientes. Surge con claridad que el niño no ocupaba un lugar central en la familia y la sociedad como hoy lo ocupa, sujeto privilegiado en los desvelos de los progenitores y de los educadores.

lunes, 13 de junio de 2016

Un recuerdo para mi madre

Calles de tierra en verano,
calles de barro en invierno,
otrora era el camino,
que seguía para llegar a casa,
después de un largo día de trabajo,
siendo todavía un niño.

Y mi madre me esperaba,
sola en la casa grande,
viuda y con trece hijos,
la comida servida,
sonriente y  feliz,
mes tras mes,
año tras año.

Hasta que un día llegué
y la mesa no estaba puesta,
y pregunté por mi madre
a mi hermano mayor,
quien con los ojos llorosos,
abrazándome, me respondió:
¡tu madre ha muerto!

domingo, 12 de junio de 2016

Fotografías de comidas tradicionales de los alemanes del Volga





(Estas recetas y muchas más, se pueden encontrar en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior. Se adquiere por correo mediante el sistema de contra reembolso: Ud. hace el pedido y recién paga cuando lo tiene en sus manos. Para ello comunicarse a juliomelchior@hotmail.com.).

viernes, 10 de junio de 2016

Un libro de los alemanes del Volga con diez ediciones casi agotadas que ha llegado a varias partes del mundo

Por María Rosa Silva

Tapa del libro. Contiene más de 150 recetas
tradicionales. Se puede adquirir desde
cualquier lugar del país. Comunicarse a:
juliomelchior@hotmail.com
Va camino a agotarse la décima edición del libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”, del escritor Julio César Melchior. Tal es el éxito que alcanzó esta obra que rescata más de 150 recetas tradicionales de nuestros ancestros. De continuar así, dentro de unas dos o tres semanas, tal vez antes, inclusive, ya no quedarán ejemplares disponibles. Por lo que invito a todos los que desean contar con un ejemplar lo adquieran lo antes posible.

Hace algunos años fue necesario rescatar y recopilar en un libro las recetas con que las mujeres más ancianas de los pueblos alemanes del Volga elaboraban sus comidas típicas traídas de las aldeas de Rusia  y heredadas durante siglos. Así surgió el  libro de cocina alemana del Volga con recetas típicas tradicionales que perduraron y se irán trasladando de generación en generación, gracias al primer escritor que rescató la manera de elaborar comidas de nuestras mujeres, que con los pocos ingredientes que tenían lograban manjares que quedan en el recuerdo de todo aquel que las probó.
Un libro con diez ediciones casi agotadas que ha llegado a varias partes del mundo para,  no solo no dejar que las recetas se diluyan con las generaciones, sino para que otras culturas conozcan los manjares que estas mujeres han logrado con elementos que hoy son básicos y están al alcance de todos, pero que en aquel entonces nuestras mujeres atesoraban y lograban alimentar a su familia obsequiando su realización como ofrenda a la familia y a sus seres cercanos,  agradeciendo a Dios poder saborear tales alimentos obtenidos a partir de grandes esfuerzos en el trabajo y compartiendo cuando era posible, ya que no siempre eran tiempos de abundancia pero si siempre eran tiempos de pensar en el prójimo y en compartir.

jueves, 9 de junio de 2016

“A los catorce me casaron con un viudo de treinta y cinco años”

Todavía jugaba con su muñeca de trapo cuando su padre la llamó a la cocina y la sentó frente a Don Luis y le dijo “te vas a casar con él”. Doña Catalina recién había cumplido catorce años y su futuro marido era viudo, tenía treinta y cinco años y nueve hijos.

Doña Catalina pasó de jugar con su muñeca de trapo a criar un bebé de cinco meses que la mujer de Don Luis dejó al morir en el parto, y ser la madre de ocho hijos más. Los había de todas las edades y sexos. Grandes, tan grandes que podían ser sus hermanos, y tan chicos que necesitaban del cuidado más elemental para sobrevivir. A todo ese universo familiar tuvo que sumar enseguida a su propio hijo, que nació un año después y luego otro y otro, hasta completar siete. Su marido murió pero no se salvó de tener más hijos. La volvieron a casar con un hombre cinco años mayor que ella, con el que tuvo cuatro hijos más.
Su vida no fue fácil. Su existencia la pasó pariendo hijos, encerrada en su casa, yendo del dormitorio donde traía niños al mundo a la cocina donde los alimentaba y criaba. Jamás fue a una fiesta. Jamás salió a pasear con ninguno de sus maridos. Su territorio fue siempre la casa. Su universo los niños. Su futuro ser abuela si es que tenía suerte y la voluntad suficiente para sobrevivir.
Y sobrevivió. Y dice que fue feliz.
Y seguramente lo fue porque no conoció otra realidad. Las pocas mujeres con las que intercambió experiencias a lo largo de su vida, estaban casi en la misma situación. Por aquellos lejanos años nadie se planteaba la cuestión de la felicidad y tampoco nadie se preguntaba ¿soy feliz? La realidad se aceptaba tal como era. No se la cuestionaba jamás. Las cosas eran así y punto.
Catalina vivió una vida larga. Crió hijos. Los suyos y los de su marido. Enviudó dos veces. Fue abuela. Bisabuela. Tatarabuela.  Y un día llegó su hora. Murió apaciblemente. De vejez. Falleció sin saber ni preguntarse jamás qué es lo que quería o esperaba de la vida, de su vida. No se lo preguntó porque jamás supo que tenía derecho a preguntárselo y porque ahogaron su adolescencia bajo el yugo de un matrimonio y un hogar sin escalas previas. Sin tener en cuenta su opinión ni sus deseos. 
(No deje de adquirir el libro "La vida privada de la mujer alemana del Volga". Rescata la vida de nuestras queridas madres y abuelas. Se puede adquirir desde cualquier lugar del país. Comunicarse: juliomelchior@hotmail.com)

martes, 7 de junio de 2016

Entrevista a Julio César Melchior: "dentro de quince días se lanzará la cuarta edición del libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga"


Para dentro de quince días, aproximadamente, volverá a estar en la calle una nueva edición, la cuarta, del libro “Lo que el viento se llevó de los alemanes del Volga”, de Julio César Melchior.

Consultado por La Nueva Radio Suárez se manifestó “muy feliz con la reedición de este libro, después de varios años que se había agotado. A raíz del éxito de los últimos libros, que tuvieron sus reediciones, de alguna manera se echó luz a otros libros que yo he ido publicando a lo largo de los años. Gente interesada en esos libros vio la posibilidad de reeditarlos, a raíz del pedido de diferentes lectores que están interesados por ellos, que quieren tener uno. Lo que más me sorprende es que hay lectores de todo el país y de algunos lados del exterior también. Con el libro ‘Historias de los Alemanes del Volga’, el de la ‘Gastronomía’ y el de ‘la Vida Privada de la Mujer Alemana del Volga’, que se han republicado en apenas un año y que en este último tiempo han tenido un verdadero boom. Es espectacular a los lugares donde llegan, he realizado envíos al exterior, a lugares como Francia, Italia, España, Estados Unidos, Alemania, también a países limítrofes de la Argentina”.
Esta segunda edición del libro “Lo que el viento se llevó…” será igual que la primera: “será tal cual como fue editado y presentado en su momento, hacia el año 2010, en la Sala Bicentenario del Mercado de las Artes. Además de la parte de historia, el libro rescata anécdotas, remembranzas, historias de vida y por supuesto algunas tradiciones y costumbres y 40 fotografías antiguas, lo que es un material bastante inédito”.
Sobre este particular, el rescate de tradiciones y costumbre de los descendientes de aquellos alemanes que vivieron a orillas del Río Volga, Julio César Melchior indicó que “con el transcurso de los años uno se da cuenta que más que llevarse cosas el viento está trayendo cosas de vuela, y muchas cosas. Eso uno lo ve cotidianamente, sobre todo en las redes sociales y en la vida cotidiana de las Colonias, donde muchas cosas se están recuperando, incluso en el habla cotidiana de la gente, que es mucho más importante que hacer un solo evento, que pasa y queda en una evento y nada más. Hay muchas cosas de las que la gente ha vuelta a hablar y esto es lo que se recupera y permanece”.

lunes, 6 de junio de 2016

Dentro de quince días el escritor Julio César Melchior lanzará la cuarta edición de su libro “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”


Será la tercera obra consecutiva de su autoría que se reeditará en apenas un año, en el que también vieron la luz y alcanzaron enorme éxito y repercusión nacional, la segunda edición de “Historia de los alemanes del Volga”, la tercera de “La vida privada de la mujer alemana del Volga” y la décima de “La gastronomía de los alemanes del Volga”, que ya está próxima a agotarse nuevamente.

“Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga” es una obra literaria que, mediante distintas formas narrativas, recrea con fidelidad histórica, la idiosincrasia social y cultural de nuestros pueblos alemanes, además de rescatar con veracidad y detalle, aspectos desconocidos de la vida diaria en estos pueblos en épocas pretéritas. Dejando en claro en cada página, que la premisa fundamental es erigir un homenaje a todas las familias, y personas individuales, conocidas y desconocidas, que escribieron la historia cotidiana de las colonias.
El libro está dividido en dos secciones de ocho capítulos cada una. En la primera se rescatan aspectos de la infancia de los abuelos de los pueblos alemanes, sus años de escuela primaria, el recuerdo de sus padres, el amor por la familia, los trabajos en el hogar, en el campo, historias de vida, vivencias, anécdotas,  aspectos desconocidos de su diario vivir y actuar ante situaciones concretas, y su adiós de la aldea natal, allá lejos en el Volga. Y en la segunda se rescatan tradiciones y cincuenta fotografías antiguas: la identidad de los alemanes del Volga, su forma de vestir, su perfil humano, basado en el respeto, la honradez, el trabajo y la fe en Dios, la educación, que estaba en manos de las hermanas religiosas, la manera de festejar los casamientos, de vivir la amistad, la música, entre otros.
“Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, en su cuarta edición, es un libro para coleccionar y atesorar. Y estará a la venta dentro de quince días, aproximadamente.

sábado, 4 de junio de 2016

Lo que sufrieron y padecieron nuestros abuelos para llegar a estas tierras

Carta que el escritor y periodista Roberto J. Payró le escribió al escritor y poeta José León Pagano, sobre las condiciones en que viajaban los inmigrantes europeos a la Argentina, en 1903, cuando todavía llegaban alemanes del Volga al país, entre ellos, muchos de nuestros abuelos. Leyendo esta carta podemos darnos una idea de todo lo que sufrieron y padecieron para llegar a estas tierras.

A bordo del “Pelagus”, 
14 de diciembre de 1903

Mi querido amigo:
Mañana, por fin, vamos a desembarcar, con dos días de atraso, y entonces echaré al correo esta primera carta que te escribo, todavía bajo la impresión de terribles emociones. Mi pasaje de tercera me dio un sitio entre cuatrocientos cincuenta pobres diablos como yo, que llenan el entrepuente convirtiéndolo en una especie de plaza de aldea en día de mercado, pero sin aire, ni luz, ni alegría. Está rebosando de hombres, mujeres, niños, en revuelta confusión, que hablan todos los idiomas, exhalan todos los olores, visten todos los harapos…
 No te puedes imaginar lo que una persona medianamente educada, por mucho que sea la amplitud de su espíritu, padece en lo físico y lo moral durante uno de estos viajes dolorosos y deprimentes. Mis compañeros mismos, aunque en su mayoría hechos a la miseria, se sienten rebajados de su dignidad de hombres, y se rebelan instintiva e inconscientemente contra ello, manifestando la protesta con su irritabilidad y mal humor.
Considérame en este hacinamiento humano, entre multitud de mareados que en un principio aumentaban minuto por minuto, con las apreturas, la falta de aire, el hedor, el contagio inevitable por la excitación y luego depresión de los nervios…
En los primeros días yo no podía estar sino en el puente, echado de bruces sobre la borda, mirando el mar, bebiendo la buena brisa del Océano, hasta que la fatiga me obligaba a ir a acostarme abajo, en aquellas mazmorras de madera, en que las camas parecen oscuros estantes, para mercancías sin valor, desperdicios de humanidad. […]
Mis pobres compañeros, anónimas reses de aquel rebaño encajonado, sufrían también, y en medio de la noche, entre ronquidos y respiraciones anhelosas, sonaba de vez en cuando algún terno sofocado, alguna imprecación, algún juramento. […]

Fuente: Documentos para la historia integral argentina 3, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1981

Recuerdos de mi niñez

Recuerdo los amaneceres de mi niñez,
escarcha rompiéndose bajo los pies,
camino a la escuela,
por las calles de la colonia.

Recuerdo el sonido de la campana,
formar fila haciendo distancia,
la pizarra negra
y la tiza blanca.

Recuerdo las religiosas en el aula,
la penitencia en el rincón,
arrodillado sobre granos de sal,
llorando pidiendo perdón.

jueves, 2 de junio de 2016

Recetas de Kartoffel und Klees und Kraut und Brei

Kartoffel und Klees


Ingredientes:
1 kg. de papas
½ kg. de harina
1 huevo
½ taza de agua
1 pizca de sal

Preparación:
Colocar en un bol ½ kilo de harina, agregar el huevo, el agua y pizca de sal; mezclar bien todos los ingredientes hasta obtener una masa liviana y dejar descansar ½ hora aproximadamente. Cortar las papas en dados y ponerlas a hervir. Luego tomar la masa con las manos y cortar pequeños trocitos, dejándolos caer directamente dentro del agua, que debe estar en plena ebullición. La cocción de los Klees es de 5 minutos aproximadamente. Pasar todo por colador para que escurra bien. Se puede servir con chucrut, con pedacitos de panceta dorados previamente en aceite, con crema o con huevo batido.

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Kraut und Brei

Ingredientes:
1 kg. de papas
1 kg. de huesitos de cerdo o de panceta de cerdo
½ kg. de chucrut

Preparación:
Con las papas preparar puré. Hervir los huesitos de cerdo durante ½ hora aproximadamente y agregarle el chucrut y dejar hervir todo hasta que al carne esté cocida. Sacarlo y escurrirlo en el colador. Se sirve con el puré. (Estas recetas y muchas más, se pueden encontrar en el libro "La gastronomía de los alemanes del Volga", del escritor Julio César Melchior. Se adquiere por correo mediante el sistema de contra reembolso: Ud. hace el pedido y recién paga cuando lo tiene en sus manos. Para ello comunicarse a juliomelchior@hotmail.com.).