Rescata

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lunes, 26 de septiembre de 2022

Hachar y llevar leña a la cocina eran tareas que muchas veces estaban a cargo de las mujeres o los niños

 En invierno, cuando los hombres trabajaban en el campo, sobre todo en tiempo de arada y posterior siembra, las que tomaban las riendas de todos los quehaceres domésticos, eran las mujeres. No solamente se ocupaban de todas las labores de la casa y la crianza de los hijos, la mayoría de la veces más de media docena, incluso el número podía ser mayor, si la familia era muy prolífica, algo frecuente antiguamente, sino que también tenían que ocuparse de otras tareas del patio, en ocasiones llevando a cabo trabajos que requerían mucho esfuerzo físico.
Esto incluía ocuparse del gallinero, la huerta, el chiquero, ordeñar las lecheras, además de una multitud de actividades más en la que también estaba la de hachar leña, partir grandes troncos, estivarla en el Schepie y hachar astillas lo más delgadas posibles para encender la cocina a leña. Cuando la mujer estaba muy ocupada, algo que sucedía habitualmente, el trabajo lo realizaban los niños, que, muchas veces, lo tomaban como un juego o con satisfacción, por poder ayudar a su madre y parecerse a papá.
Las tareas de la mujer parecían no tener fin. Era la primera que se levantaba a la madrugada y la última en irse a dormir en altas horas de la noche.

Los fideos caseros de la abuela

 La abuela amasaba fideos caseros para las comidas de los domingos, en familia, que ponía sobre la mesa con un sabroso tuco o salsa también casera. Asimismo amasaba fideos para la sopa y para otras comidas cuyas recetas pueden encontrar en mi libro "La gastronomía de los alemanes del Volga". Mas información sobre costos y forma de adquirirlo comunicarse al número 011 22977044.

domingo, 25 de septiembre de 2022

José Lindner: uno de los fundadores de la Asociación Alemanes del Volga, en el año 1976, y un convencido promotor para preservar las raíces tradicionales

 Hace un tiempito atrás llevó el juego Föhreiter (el de la ruedita) al jardín de infantes de Pueblo Santa María. Jugó con los chicos, les enseñó, los hizo competir. Así pasaron todos, adultos y chicos, un buen momento de juego. 
Cuando concluyó, decidió bordear el jardín (da a dos calles) para pasar frente a la Escuela Secundaria N° 2. No pudo, detrás del alambrado, corriendo, los chicos seguían el recorrido del auto, gritándole: ¡Abuelo volvé, queremos seguir jugando!”. Eso fue impagable para él. Lo cuenta y se emociona. 
José Lindner recuerda que, en el año 1976, lo citaron para participar en una reunión. “Dije que iba a ir a escuchar. Había gente más grande: Nicodemo Schwindt, Juan Hubert, Lorenzo Loos, y dentro de los más jóvenes estábamos Pedro Benito Graff, Víctor Schwab y Oscar Hippener, un señor”. 
Recuerda a Oscar, el hermano de Juan Hippener, recientemente fallecido. “Oscar, cuando yo le iba a pedir algo, para algún acontecimiento especial, para el Germano o los alemanes del Volga, nunca me dijo que no. Nunca poquito, un novillo, una vaca o nos daba el dinero”. 
Reconoce que, como dirigente, no era fácil de llevar. “Tanto en el club nuestro, San Martín, como acá, yo, cuando golpeaba la mesa…”, es que había que ordenarse, atender y decidir, sin duda. En el Germano comenzó a actuar en el ´82 u ´83. “Son, creo, 39 años continuados, sin salir de la Comisión Directiva. No es fácil” dijo José Lindner. 
El primer desfile que hizo las Colonias la Asociación de Alemanes del Volga lo organizó José Lindner, fue en el año 1979, hicieron como una especie de antes y después en maquinarias agrícolas. Juan Hippener llevando una cosechadora tirada por caballos, detrás iba a pasar la misma marca, en versión ultra moderna. 
Fue Juan el que pidió la autorización de inicio del desfile, como es tradición al Intendente de entonces, Lucio Pedernera. Vino Juan con su cosechadora tirada por caballos, pidiendo la autorización para iniciar el desfile. Mientras, José Lindner y Oscar Hippener se ocupaban de tener quietos, de las riendas, a los animales. Eso fue histórico. 
Lo creado con la Asociación Alemanes del Volga fue fenomenal en términos de unión, recuperación de tradiciones y reconocimiento. Así lo analiza José Lindner: “Fue una unificación, se empezaron a conocer la gente que nunca se veían. Comenzaron a trabajar juntas las tres Colonias y eso fue magnífico”. 
Se incorporan a la entrevista Gustavo Waigel y Daniel Verdecchia, para sumar sus anécdotas. Una imperdible: cuando en una fiesta prepararon 1.000 pepinos en conserva, dos toneles de madera, para la primera fiesta de los Alemanes del Volga, en el año 1978. Cuando vino una banda de música de Alemania. Entre los tres multiplican las anécdotas de las cosas increíbles que vienen haciendo los clubes de los Pueblos Alemanes y la Asociación para diferentes eventos. (Fuente: lanuevaradiosuarez.com.ar)

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Fiesta de la Cerveza 2022: exquisito menú, abundante bebida a canilla libre, baile sin parar... ¿te la vas a perder?

Habrá tres platos, luego el postre; a la madrugada se habilitarán carritos con panchos y diferentes tipos de salsas. Por supuesto que canilla libre toda la noche donde será reina la cerveza, pero habrá otras opciones. El Spicher de cerveza, protagonista también en la madrugada, en el medio del descanso entre rondas de baile y más baile. Se llevará a cabo el sábado 1 de octubre en la Asociación Cultural Germano Argentina, en la localidad de pueblo San José, Coronel Suárez, pcia de Buenos Aires. Por reservas comunicarse al 02926 404898.

Quedan pocas tarjetas, algunas 60 o 70, para este evento que tendrá realización el 1ero de octubre, según anticipó Hugo Schwab en entrevista con La Nueva Radio Suárez, presidente del Club Germano, integrante de la Asociación Descendientes de Alemanes del Volga y uno de los organizadores de este gran evento.
“La Fiesta de la Cerveza, tan esperada, tan ansiada, con muchísima venta de tarjetas, quedan aún todavía, pero no muchas porque hay un gran interés en participar” expresó en un diálogo con la Radio.
El plato de entrada es la salchicha gruesa (Knackwurst), el chorizo alemán, con puré y chucrut. Un segundo plato consistente en bondiola de cerdo con puré y manzana; el tercer plato es carne de vaca al horno con papas al horno. Luego el postre. ¿Las bebidas? Vino blanco dulce, vino rosado semidulce y vino tinto de la bodega Jorge Rubio. Gaseosas y, por supuesto, cerveza en latas para quienes quieran cenar con esta bebida.
Luego, la apertura del patio cervecero, con cerveza tirada por la empresa Don Fish, que este año está a cargo de las cervezas artesanales. Es canilla libre toda la noche, con cervezas, vino, gaseosas y whisky. “Hay 1.200 litros de cerveza, como para que tomen esa noche, y todavía hay 800 latas de reserva, por las dudas” adelantó Hugo Schwab.
La animación musical a cargo del Grupo Revelación, lo que es garantía de baile sin parar durante toda la noche.

Nota publicada en La Nueva Radio Suarez

Un gran acontecimiento que mantiene vivo el legado cultural de nuestros ancestros, del mismo modo que lo hacen los libros del escritor Julio César Melchior. Ellos son: "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La vida privada de la mujer alemana del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga" y "La gastronomía de los alemanes del Volga". Para más información escribir a juliomelchior@hotmail.com.

domingo, 18 de septiembre de 2022

La Casa del Fundador, un lugar ineludible si se quiere conocer Santa María

 Es una de las viviendas más antiguas de la tercera Colonia Alemana. Está preservada tal cual y puesta en valor por la familia Minnig, Daniel y sus padres, que han realizado un trabajo increíble de recuperación. 

Consiste en una casa museo donde se puede conocer la historia del lugar, y un restaurante donde se pueden saborear las exquisiteces de la cocina alemana. Entre ambas, un jardín interminable, con plantas de flores que van coloreando el lugar desde la primavera al verano; incluso algunos ejemplares, se estima, los trajeron desde Rusia o desde Alemania. 
Daniel Minnig habló con La Nueva Radio Suárez sobre este lugar increíble, al que él y toda su familia le pusieron mucho trabajo, que fructifica ahora, con presencia de gente constante disfrutando de todo lo que ofrecen en diferentes eventos sociales y particulares. 
“Estamos trabajando como siempre para mantener este lugar, festejando los diez años, porque ya hace ese tiempo que estamos en Santa María y es un número redondo” dijo Daniel Minnig en el principio de la entrevista. 
Mirando hacia atrás, responde sin dudar a la pregunta de si valió la pena el esfuerzo: “Vale la pena, totalmente, porque lo hemos hecho por las raíces alemanas de nuestros antepasados, para rescatar un pedacito de historia y mostrarla al visitante, cosa que estamos logrando. Estamos muy conformes con todo lo que hemos transcurrido y lo que viene por delante, que es mucho más”. 
Reciben peñas, grupos de amigos y familia, además de abrir “en los eventos del pueblo, que son las fiestas populares. También abrimos permanentemente a pequeños grupos visitantes que están llegando a las Colonias y recorriendo todos los atractivos que hay. Nosotros les mostramos el lugar permanentemente y también para eventos privados, como cumpleaños, peñas, casamientos, etc. Variados eventos, también hacemos en forma privada” explica Daniel Minnig. 
A la gente le encanta el espacio, la atención, la comida que sale espectacular. “Si bien hay gente que apunta más a recorrer la casa museo, o a hablar de la historia, muchos a buscar sus orígenes o investigar en cuanto a historia. Otros para disfrutar del parque amplio. Otros la comida, la cerveza artesanal. En fin, es variada la oferta que tenemos de productos y en general el paquete gusta a todos” indica Daniel. “Tenemos la suerte que la gente se va muy conforme de la atención, del servicio que uno brinda, tratando de poner lo mejor. Eso es la esencia de lo que ofrece la Casa del Fundador”. 
Visitar la casa museo, “implica remontarse a los orígenes de nuestra colectividad. Se muestra cómo vivía una familia en la época de la fundación. Hace 135 años nuestros pasados vinieron a estas tierras y ahí es un poco lo que se representa, la vida familiar”. 
"La Casa del Fundador" está ubicada en  Pueblo Santa María, en el Partido de Coronel Suárez, Provincia de Buenos Aires, República Argentina.










Agente Civil Docente Jorge Urban de Santa María, Coronel Suárez. “Viví 53 hermosos años en la Armada como Suboficial e Instructor”

Ayer fue el Día del Profesor en memoria al fallecimiento de José Manuel Estrada, el 17 de septiembre de 1894. Ejemplo de educador naval es el suarense Jorge Urban quien, a sus 68 años, vivió 53 en la Armada Argentina y, 28 de ellos, frente a alumnos en un aula. (La Nueva Radio Suárez).

Gaceta Marinera

PUERTO BELGRANO -  Jorge Urban se encuentra próximo a su jubilación como docente, profesión que abrazó años antes y años después de su retiro como Suboficial Mayor de la Armada Argentina. Nacido en un pueblo de alemanes del Volga, al sur de la provincia de Buenos Aires, se hizo un experto Operador General a bordo de destructores y navíos con los que recorrió el mundo, para más tarde dedicarse a transmitir su experiencia y conocimiento a sus jóvenes alumnos navales.
Sus ojos claros se llenan de emoción cuando habla del paisaje y de la gente de su tierra natal, que hornea strudel --pastel de manzana típico alemán-- en una de las tres colonias alemanas de Coronel Suárez. En Santa María nació, y lo llaman desde siempre, el gringo.
En 1970, a los 16 años, Jorge Urban decidió seguir los pasos de uno de sus 5 hermanos, dejar el campo e ingresar a la Marina. “Siempre quise vestir un uniforme”, introduce. Se trasladó entonces de Coronel Suárez a Zárate, donde cursó la Escuela de Marinería para incorporarse a la Armada. En aquella época, contó, “la escala jerárquica era muy diferente a la actual: primero eras grumete de segundo y primer término, luego marinero de segunda y de primera, y recién después cabo segundo y primero, principal y mayor. Yo fui la última promoción de aquella escuela”.
Más adelante completaría su carrera en la especialidad Operaciones Generales, en el Centro de Instrucción de Adiestramiento en Operaciones. Al año siguiente, en 1971, Jorge comenzó con sus primeros embarcos, trabajando por su especialidad en los Cuartos de Operaciones de los buques de la Flota de Mar.
Al empezar su carrera, creyó que sería destinado a algún destino naval de Puerto Belgrano, por provenir de una localidad cercana, pero fueron años de mar, más que tiempo en tierra firme. Su primer destino fue a bordo del portaaviones ARA “25 de Mayo” y enseguida en el crucero ARA “General Belgrano”, entre el ‘71 y ‘72. “En aquella época, embarcar era parte del adiestramiento, que se completaba al menos en 4 años”, apunta.
Le siguió un buque clase Fletcher de la Armada, el ARA “Almirante Brown”, anterior al actual destructor de la Flota. Con él conoció Brasil, los puertos de Río de Janeiro y Fortaleza, realizando ejercicios navales combinados como el Unitas y el Fraterno con la Armada de ese país. Allí estuvo del ‘73 al ‘75. Ese año le dieron pase a otro destructor, el ARA “Py”, donde se desempeñó como Operador General Radarista. 
En 1976, Jorge realizó cursos de ascenso, para posteriormente, surcar la costa del continente americano, cruzar el Atlántico, y visitar puertos europeos a bordo de la fragata ARA “Libertad”. “Fue por mérito al lograr las mejores calificaciones del curso. Tenía 27 años, había ingresado de muy jovencito y viajar por el mundo fue un gran acontecimiento para mí”, señala. En su recuerdo, visualiza el puerto de Bremen en Alemania, por el cariño a su tierra.
“Cuando me fui en la fragata, en mi pueblo se enteraron que era marino --algo fuera de lo común-- y me homenajearon; fue afecto mutuo y para mí, un orgullo muy grande porque pude contar todo lo que hacía en la Armada”, relata con emoción. 
Los suarenses, y en especial su familia, estaban muy orgullosos de sus logros: “Sentí una gran satisfacción”, explicó. Cuando tan solo tenía 8 años, falleció su mamá, y a los 12 ya trabajaba en el almacén familiar. A su hermano mayor le tocó el Servicio Militar y el más chico tenía 5 años, “había que trabajar y hacer los quehaceres de la casa con mi hermano, de casi la misma edad”. 
Desde 1978 a 1982 prestó servicios en el destructor ARA “Hércules” que lo llevó a conocer el sur y a participar en el Conflicto del Atlántico Sur. “Era el mejor buque de la Armada. Con el destructor fuimos al desplegados al sur; estaba recién casado con María Ofelia y me fui a la luna de miel sin mi señora”, ríe.
“Cuando fuimos a Malvinas no sabíamos dónde íbamos, estaba tranquilo en ese momento porque era uno de los buques más nuevos y mejor armado. Estaba compenetrado y estábamos bien adiestrados y dispuestos; creo que el adiestramiento nos daba la seguridad al operar y era nuestra ‘arma’ contra el estrés”, remarcó. “Para cada uno, la crisis y el estrés es diferente, en mi caso tenía a mi hija chiquita, vivíamos en el barrio militar de Puerto Rosales y pensaba en ellas”, suelta y hace un largo silencio.
Más tarde, en los ‘80, llegarían al país las Meko 360 con sus equipos operativos integrados a todos los ambientes. “El cambio tecnológico se evidenció, fue rotundo, todo estaba automatizado, era como pasar de una computadora PC con AT de Tecnología Avanzada a una máquina con sistema operativo Windows”, explicó con didáctica. 
Contó con entusiasmo que después de Malvinas lo designaron en comisión con unos 40 hombres a buscar a Hamburgo (Alemania) al nuevo destructor ARA “Almirante Brown”. Corría 1983 y tuvo la oportunidad de vivir en el país de sus ancestros, los alemanes del Volga. “Fue maravilloso porque estuve 6 meses allá, donde me conecté con mis raíces”, describe. 
Al regresar al país, lo esperaban más desafíos. Siguió capacitándose en su especialidad y estudiando para los ascensos en la carrera militar. Volvió a navegar a bordo del “Brown” entre 1987 y 1993; y fue parte de las tropas argentinas desplegadas al Golfo Pérsico, en el marco de la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas al bloqueo impuesto a Irak. 
“A bordo del ‘Brown’ partimos a Medio Oriente, estuvimos en la primera línea de acción junto a los americanos, el nivel de estrés fue diferente en esta oportunidad”, relató. En esta ocasión, también recibió mucho afecto de parte de su querido Coronel Suárez, que destacó su participación y también lo respeta como Veterano de la Guerra de Malvinas: “Recuerdo que todos me llamaron, de la radio, de la tele y hasta nota en el diario del pueblo me hicieron”, dice con alegría.
Ya con vasta experiencia y en la jerarquía de Suboficial Primero inició su camino en las aulas, siendo Instructor y como encargado del Adiestrador Táctico (ADITAC 1), un instrumento de aprendizaje esencial para los jóvenes de mar.
En esta etapa de su vida profesional, dividió su tiempo como educador y ocupando otros cargos de importancia: primero, como Suboficial Encargado de Unidad en el destructor ARA “La Argentina”, luego de la Central de Operaciones del ahora Comando de Adiestramiento y Alistamiento de la Armada; y coronando su carrera con el máximo cargo al que puede aspirar un suboficial, como Suboficial de componente de la Flota de Mar en 2005. 
Un cargo que incluso se comenzó a cubrir con su gestión, contó. “Estoy en la plaqueta recordatoria de bronce”, ríe con la inocencia de quien no creyera todo lo que hizo. “Yo ya quería, y sentía la necesidad de transmitir todo mi conocimiento, pero me seguían embarcando”.
Jorge navegó en casi todos los buques y “lo disfruté tanto realmente”, enfatiza sus palabras con un gesto de apertura en los brazos y los ojos azules bien abiertos. “No conocí la Antártida en toda mi trayectoria, es el único ícono naval que me hubiera encantado conocer”, apunta. 
 
El uniforme azul por camisa y corbata

Como experto en la materia, el Estado Mayor General de la Armada le solicitó al Suboficial Mayor VGM (RE) Urban que continuara con el legado de transmitir su conocimiento a las nuevas generaciones de marinos. 
Es así como se convirtió en profesor de la Escuela de Oficiales de la Armada (ESOA) de los Cursos de Posgrado en Planeamientos de Tácticas. “En los cursos CAON para oficiales navales y aviadores navales”, aclaró. 
“Soy Instructor de Prácticas de Materiales Profesionales en ambientes de guerra --superficie, aérea, antisubmarina—y dicto mis clases en el adiestrador ADITAC II y en el gabinete de Prácticas Profesionales donde a través de consolas, se simulan diferentes situaciones de conflicto”, explica. Jorge habla de lo que sabe, hace presentaciones que ayudan a otros profesores y trata de bajar ese conocimiento al campo práctico. 
Por su materia pasaron más de 450 alumnos, en las jerarquías de Teniente de Fragata y de Navío. “Muchos de estos jóvenes ya son capitanes de navío antiguos”, y recuerda con nostalgia a alumnos suyos fallecidos en el submarino ARA “San Juan”. 
Hoy, sus alumnos lo consideran un padre porque Jorge no solo transfirió sus nociones de operador sino también su humanidad, impregnada de aquellos valores aprehendidos en la Institución, como la camaradería. “Enseñar es realmente lindo. Luego de las pautas de convivencia, lo primero que enseño es la importancia de que todos estén en pleno conocimiento de lo que se está haciendo. En el mar, el conocimiento de la situación hace la diferencia; en el aula es la gimnasia que deben hacer para estar en el Cuarto de Operaciones y desempeñarse bien”, dice con firmeza. Él también destacó a sus buenos profesores, todos fueron significativos.
En 1982 Jorge compró su casa en Ciudad Atlántida y se quedó a vivir en Punta Alta; una vez al mes viaja a Coronel Suárez, donde aún se encuentra un hermano de Jorge y su suegra.
“Aunque me siguen diciendo Mayor por la calle, ya cumplí mi ciclo y en febrero del año que viene me jubilo. Me espera una vida sin horarios y muchos viajes –dice-- porque ya es hora de disfrutar lo cosechado, de descansar y dedicar tiempo a mi familia: a mi señora –su compañera de hace 44 años--, a mi hijo Jorge –quien es hoy Suboficial Segundo en la Armada--, a mi hija Valeria --quien trabaja en su agencia de lotería--; y a mis nietos, son 4 en total, más 2 nietos de corazón”, concluye con emoción.
Lo cierto es que, aunque Jorge Urban se haya retirado, sigue siendo un gran marino; y aunque se jubile, seguirá siendo un profesor ejemplar. 

Fuente Gaceta Marinera

domingo, 11 de septiembre de 2022

Para todos los descendientes de alemanes del Volga

 Soy descendiente de alemanes del Volga en segunda generación. Mi abuelo arribó al país en 1905, proveniente de Kamenka, una aldea ubicada a orillas del río Volga, en Rusia. Nací y viví mi infancia, adolescencia y la mayor parte de mi mayoría de edad, en Pueblo Santa María, una localidad fundada y habitada por alemanes del Volga. De mi abuelo y de mi padre aprendí a hablar y a cantar en alemán, a conservar antiguas costumbres y tradiciones familiares y sociales, a degustar y a preparar exquisitas comidas típicas, a asistir los domingos a misa y a celebrar las fiestas eclesiásticas con devoción y alegría, a respetar al prójimo y a los mayores, fuente de sabiduría y conocimiento, aprendí que el trabajo es algo digno, que solamente trabajando se logra progresar en la vida, que el respeto se gana con educación y buenas acciones, que la familia es el bien supremo al que debe aspirar todo ser humano.
Soy todo eso, y todo lo que también aprendí de mis familiares, de mis amigos, de mis vecinos, de cada habitante de esta colonia, un lugar dónde todos nos conocemos, dónde siempre hay una mano amiga a la que recurrir en los momentos difíciles, dónde no existe la soledad, dónde las personas duermen con las puertas abiertas y siempre hay un plato de comida esperando para el hijo pródigo que desee regresar o para el amigo que nos desee visitar.
Todo esto que aprendí, más lo que investigué en largos años de entrevistas, de hurgar en el pasado de todas esas personas que forjaron nuestra historia e identidad, esos abuelos y abuelas que trajeron sus baúles y sus almas llenos de vivencias, de anécdotas, de sufridos sacrificios, de empezar de nuevo en la tierra de este país generoso y pródigo, que los recibió con los brazos abiertos, como una madre que recibe a sus hijos, luego de una larga e interminable espera, todo eso, lo escribí en mis libros. Lo rescaté para la posteridad. Lo escribí para que mi abuelo, mi padre, nuestros abuelos, nuestros padres, vivan eternamente en la memoria de la historia de nuestro pueblo, el pueblo de los descendientes de los alemanes del Volga.

Una historia en homenaje de los docentes, en el Día del Maestro. Feliz día a todos!

 La señorita María y los apellidos de sus alumnos

Mi apellido es Melchior. Y el mío Dreser. Y el mío Jacob. Y el mío Gottfriedt. Y el mío Schwerdt. Y el mío Streitenberger. Y el mío Fischer. Y el mío Schmidt -revelan uno a uno los alumnos de la maestra que llegó de la ciudad para impartir clases en la escuela de la colonia.
Y el mío Schwab. Y el mío Graff. Y el mío Schneider. Y el mío Reser. Y el mío Rohwein. Y el mío Suppes. Y el mío Desch -continúan contando los niños mientras la docente los mira desconcertada.
-De dónde provenían estos apellidos tan raros y difíciles de pronunciar? -se pregunta.
Y el mío Sieben. Y el mío Mellinger. Y el mío Strevensky. Y el mío Rau. Y el mío Sauer. Y el mío Walter. Y el mío Heim. Y el mío Kloster.
-Ningún apellido que conozco -reflexiona la maestra.
Además de los apellidos y de su pronunciación, también le llamaba la atención el escaso conocimiento del castellano que tenían los alumnos.
Y el mío Fritz. Y el mío Holzmann -prosiguen los niños.
-Ni un González o Sánchez -piensa la docente. Apellidos que estaba acostumbrada a escuchar en la ciudad de la que venía.
De esta manera se conocieron la señorita María y los cuarenta y dos alumnos de tercer grado de la colonia. Alumnos que, en la actualidad, más de setenta años después, la rememoran con profundo respeto y cariño. Para ellos, ella siempre fue, hasta el día que murió, la señorita María. La que les enseñó a manejar correctamente en castellano. La que les enseñó, con paciencia y mucho amor, a leer y a escribir. También a sumar, restar y multiplicar.
La señorita María dejó un recuerdo imborrable en el corazón y el alma de sus alumnos.

Durante este fin de semana se celebra la fiesta Kerb de Pueblo Santa María, momento ideal para recordar cómo se festejaban antiguamente

 
A medida que la fecha de Kerb se acercaba, las actividades dentro de las viviendas y en el pueblo se multiplicaban por doquier. Porque las amas de casa, herederas de costumbres que sus ancestros les legaron, llevaban a cabo diferentes tareas para acondicionarlas mejor y darles un matiz más acogedor y bello.
Entre estas diferentes labores sobresalen algunas que en sí mismas representan una curiosidad. Como el blanquear las paredes de las viviendas para embellecerlas e imprimirles un matiz más entrañable y acogedor mediante la utilización de colores y texturas que sugieren la obediencia a un canon preestablecido por la tradición: antiguamente, la superficie de muros de las casas de adobe eran blanqueadas con cal viva apagada o, mejor aún, con el residuo del carburo cálcico de los equipos de soldadura autógena. En las paredes interiores se ponía de manifiesto la gran creatividad de las abuelas alemanas del Volga, porque para hacer más decorativo y alegre el ambiente se tomaban ovillitos de lana destejida y se las mojaba en agua azul teñida con tintura para la ropa, y se las estampaba sobre las paredes.
También se limpiaban y acondicionaban las viviendas que poseían sus ladrillos exteriores a la vista, que pertenecían a familias más acomodadas: los techos de chapa se pintaban de color rojo y las puertas, ventanas y postigos de color verde, por lo que la imagen que ofrecían las colonias desde lejos eran las de unas pequeñas aldeas campesinas, de casitas muy blancas y techos rojos, agrupados como un rebaño a la sombra de la torre de la iglesia en la ondulante sinfonía de verdes, azules y amarillos de la campiña pampeana en primavera, que hacía recordar a una vieja estampa europea.

Se recibían familiares y visitas que llegaban desde diferentes lugares del país

Las colonias multiplicaban su cantidad de habitantes porque, para esa fecha, las familias albergaban en sus viviendas a parientes y amigos que llegaban en caravana de carros tirados por caballos desde lejanos puntos del país donde trabajaban en el campo, a lo largo de todo el año, o de los pueblos y ciudades donde residían luego de contraer matrimonio y mudarse en busca de mejores trabajos y una mejor calidad de vida. 
Arribaban a la localidad trayendo productos alimenticios de granja de todo tipo, para colaborar con la economía doméstica durante su estadía, cargando cobijas y enseres. Se comía lo que había que, por otro lado, era suculento y elaborado de manera casera y siguiendo los patrones de recetas tradicionales. Se dormía donde se podía y donde hubiera lugar. Los colchones y mantas se tiraban en el piso, en las habitaciones y en la cocina. Y si la noche se prestaba, poco importaba dormir afuera, a la intemperie, bajo los carros, estacionados en los patios, o en las carpas construidas con lonas, bolsas de arpillera o chapas, donde en los primeros tiempos se llevaban a cabo los encuentros y los bailes familiares.

Las fiestas de Kerb eran grandiosas

Las fiestas de Kerb eran grandiosas y se dividían en dos partes: la jornada en que se conmemoraba la consagración de la iglesia al santo patrono de la localidad, y el fin de semana siguiente en que se realizaban los eventos sociales que se organizaban para tal ocasión. El día en que la comunidad conmemoraba la consagración de la parroquia al santo patrono se llevaba a cabo una procesión con el santo por las calles de la colonia y posteriormente se celebraba una misa multitudinaria. 
Durante el fin de semana siguiente se efectuaba la celebración social, con grandes bailes que organizaban los clubes, partidos de fútbol, torneos de Kosser, extraordinarios espectáculos musicales y culturales provenientes de distintos lugares del país que contrataban las instituciones, como festivales de patín artístico con estrellas de relieve, show de todo tipo, con artistas de renombre, y mil y una cosa más; multitudinarias quermeses que preparaban las escuelas parroquiales a cargo de las hermanas religiosas, todo era música, banderitas y lamparitas de colores cruzaban el patio de la escuela. Las calles bullían de gente. El inicio de los eventos, sobre todo los bailes, se anunciaban con salvas de bomba de estruendo.
La familia se congregaba alrededor de la mesa para compartir una suculenta comida, consistente en asado al horno con papas, füllsen, strudel, entre otras delicias alemanas que cocinaban las mujeres. La sobremesa se prolongaba con bulliciosas conversaciones, porque la mayoría de los integrantes de la familia solamente se reencontraban en esa fecha en particular; luego había música, baile, canto; y a la hora de la merienda se servía el riquísimo dünne kuchen o riwwel kuche con miel acompañado con mate o cerveza casera, más conocida como kwast. Los dünne kuche se horneaban los días previos, junto con el pan casero, en los típicos hornos de barro. 
Los jueves, viernes, sábado, domingo y lunes eran días no laborales. Los lunes por la mañana se iba al cementerio en procesión a rendirle homenaje a los colonos fallecidos, y por la tarde continuaban desarrollándose la kermesse y los demás acontecimientos. En resumen, la fiesta de Kerb, en su faz social, se iniciaba el jueves y concluía el lunes a la noche con multitudinarios bailes y tertulias familiares que se llevaban a cabo durante todas las noches.

jueves, 8 de septiembre de 2022

En nuestra niñez no había golosinas pero sí ricas comidas tradicionales

 En nuestra niñez no había confites, ni chocolates ni alfajores ni caramelos ni chupetines ni turrones, pero siempre teníamos sobre la mesa fuentes llenas de Kreppel, de Dünne Kuche, de Strudel, que preparaba mamá, para mimarnos el alma y el estómago. Cuánta delicia en esas tortas amasadas por las manos tiernas de nuestras madres en las madrugadas de verano, luego de ordeñar las vacas. Esas manos dulces llenas de callos de tanto trabajar en el campo, ayudando a papá en la huerta, en la cocina haciendo mil y una tareas.
En nuestra niñez no sobraba la plata para ir a un kiosco y comprar golosinas, es cierto, pero eso no importaba, porque mamá suplía todas esas carencias, que no eran tales, con exquisitas comidas, tortas, dulces, mucha ternura y mucho amor. ¿No es cierto?

El día que me fui del Volga

 Aquella mañana que marché de la aldea, abracé a mi madre, que lloraba desconsolada. Le dije adiós sabiendo que jamás volvería a verla. Intuí que la Argentina, esa tierra llena de promesas, quedaba demasiado lejos para prometer un regreso.
Le extendí la mano a mi padre, que la tendió temblorosa, mientras una lágrima rodaba, furtiva, por su mejilla.
Mis hermanitos observaban sin entender. Eran demasiado niños todavía para comprender palabras tales como adiós, exilio y desarraigo. Lloraban porque veían llorar y porque sus padres lloraban desconsolados como nunca los habían visto llorar jamás. Percibían la angustia que envolvía el aire y que se ahondó cuando puse en marcha el carro cargado con mis baúles y los caballos comenzaron a caminar, lentamente, camino del adiós.
Volví la cabeza y mi mirada, por última vez, vio la figura de mi padre y las manos de mi madre agitando su pañuelo mojado de llanto; y a mis hermanitos corriendo detrás de mí, despidiéndome. Los vi parados, sumidos en el dolor, empequeñecidos, derrotados por el destino, hasta que el carro se perdió en la distancia y su imagen se trocó en horizonte vacío, en ayer, un ayer a cada trote más lejano, melancólico y añorado.

Soy descendiente de padres alemanes del Volga

 Soy descendiente de padres alemanes del Volga, hijos nativos de Pueblo Santa María, una localidad donde florecen en los amplios patios jardines, huertas y árboles frutales, donde las personas son amables, honestas y trabajadores, donde la mayoría hablamos un dialecto alemán, dónde decimos Brot en vez de pan y Gutt Morgent en vez de buenos días, donde nos saludamos todos cuando nos cruzamos en la calle y la sonrisa y el buen humor es algo frecuente, como frecuente es el diálogo entre los vecinos, que nos conocemos todos de toda la vida.
Soy descendiente de padres alemanes del Volga, que se enamoraron y se casaron jóvenes, que lucharon trabajando a la par, codo con codo, que de la nada misma, con esfuerzo, sacrificio y coraje levantaron su casa, tuvieron dos hijos, un varon y una nena, y con el correr de los años y de la vida, forjaron transformando sus sueños en tangible realidad, siempre trabajando, siempre poniendo lo mejor de sí mismos en cada cosa que emprendían, predicando con el ejemplo, sin necesidad de recurrir a palabras grandilocuentes, sin sermones ni discursos, sin palizas ni castigos, porque tenían palabra, porque lo que decían lo hacían, porque eran seres humanos de bien, justos, honestos y laburantes. Sus manos olían a tierra fresca y a pan casero, tenían callos y cicatrices, es verdad, pero cuánta ternura y cuánto amor había en ellas. Ningún oro del mundo alcanzaría para pagar una sola caricia de sus manos trémulas y cálidas, esas manos que cuidaban, curaban, protegían y llenaban nuestros cuerpos de risas en las noches de tormenta.
Soy descendiente de padres alemanes del Volga, que dieron hasta lo imposible para que nosotros, sus dos hijos, pudiéramos ir a la escuela, algo que ellos no pudieron hacer, y tuviéramos una buena educación escolar y una buena formación para la vida, para que todo nos fuera más sencillo que a ellos, que la tuvieron que pelear y luchar tanto, quizás demasiado. Porque la existencia, su existencia, estuvo llena de sacrificios para darnos lo mejor. Y lo mejor para ellos no era lo material, sino el ejemplo, la honestidad, el trabajo, el esfuerzo y la dedicación puesta al servicio de lograr no solamente los sueños propios sino también los del prójimo. Por eso, todos nosotros, hijos descendientes de alemanes del Volga, tenemos un compromiso no solamente con nosotros mismos y la vida sino también con nuestros padres. Nuestros padres que no solamente nos dieron la vida sino que también nos dieron una historia y una cultura, una herencia colmada de pergaminos que nosotros tenemos que rescatar, conservar y difundir con el ejemplo y legar a nuestros descendientes. Por ellos, por nosotros y por nuestro futuro como pueblo y como descendientes de alemanes del Volga.

Mi infancia

 Mi infancia es mi madre
con su paciencia infinita,
la mano protectora de mi padre,
mi abuela cantando el Tros-Tros-Trillie.

Mi infancia son los Krepel,
las bolitas de los Dünekuchen,
las rueditas de los Wicknudel,
el relleno de los Strudel.

Mi infancia es la escuela,
la pizarra negra,
la tiza, el borrador,
la dura regla del maestro.

Mi infancia es el trabajo.
Ayudar a mi madre.
Colaborar con mi padre.
Ser niño y hombre a la vez.

Mi infancia es la nostalgia
de descubrir lo que perdí,
aquella tarde de primavera
cuando de mi casa me fui.