Por Norma Gramano
“¡Qué placer! Cómo
olvidarlo,
se olía, se veía y se disfrutaba”.
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Hay
un recuerdo que además de sonrisas provoca en mí y estoy segura en muchas
personas mayores, una importante cantidad de olores y colores por la frescura y
el colorido de esa inmensa cantidad de tierra que representaron en nuestra
niñez, las quintas de verdura, que casi todos tuvimos cerquita de nuestras
casas.
Había
lechuga, zanahorias, acelga, rabanitos, tomates, perejil y tantas y tantas
verduras que formaban todas alineadas, un verdadero movimiento de ballet cuando
se levantaba la brisa y un espectacular colorido cuando el sol brillaba en todo
su esplendor.
¡Qué bonito
recuerdo! Nos juntábamos los chicos de la cuadra (canasto mediante) y después
de pedir unas monedas y el permiso a mamá, corríamos entusiasmados esas
apenas dos cuadras que nos separaban de la “Quinta”.
Los dueños
de las quintas eran todos buenos, no creo que haya existido alguien que
retaceara el haber cargado hasta el tope nuestras canastas.
¡Qué
placer! Cómo olvidarlo, se olía, se veía y se disfrutaba. Las enormes hojas de
acelga, las verde oscuras hojas de espinaca y… ¡me olvidaba de los choclos!
Hummm… qué sabor incomparable, ya no los hay con ese gustito a… choclo.
Esos días
eran de fiesta, sí, todos teníamos la verdura fresca para ¡el puchero!
Qué festín. Algo que jamás olvidaremos.
En casa siempre hubo quinta, teníamos de todo, menos papas por el espacio que necesitan... mis abuelos tenían una quinta de frutales, el abuelo era un experto en injertos!!! Yo ahora hago lo que puede en mi jardín, tengo tomates, pimientos, hierbas aromática, frutales...
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