
Y no hubo tal futuro. No hubo
nada. Solamente amargura tras amargura. Fracaso tras fracaso. Llorando muertos
tras muertos. Llorando partidas y continuando a pesar de todo. Cada vez más
solo, cada vez mas desesperado y cada vez mas decepcionado de la vida. Primero
mi esposa. Muerta por la epidemia. Después mis hijos. Difteria y otros males.
Todo me lo llevó Dios. Todo lo perdí. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué tenía que
aprender? ¿A sufrir? ¿Qué culpa tenían mis hijos y mi esposa con mi
aprendizaje? Es ilógico escuchar esa explicación del cura: Toda muerte nos
enseña algo. ¿A quién? ¿Por qué alguien debe entregar su vida para enseñarle
algo a una persona que continúa, supuestamente, disfrutando de la vida? No
tiene lógica. Nada tiene lógica. Ni que mis tres hijos y mi esposa hayan muerto
y yo, totalmente solo, desgarrado de dolor, hoy esté cumpliendo 98 años.