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viernes, 8 de enero de 2021

Los almacenes de ramos generales formaron una parte importante del progreso de las colonias y aldeas de alemanes del Volga

Los almacenes de ramos generales fueron surgiendo con el impulso del ferrocarril o por el instinto visionario, comercial y progresista de sus propietarios que vieron en las incipientes localidades que se iban fundando por los inmigrantes que llegaban al país, la posibilidad de crecer económicamente.
Fueron verdaderos puntales de crecimiento para las colonias y aldeas fundadas por los alemanes del Volga, como así también para el campo, y para todos los pueblos que, durante la gran inmigración, fueron naciendo a lo largo y ancho de todo el país, porque acercaban a los colonos todo tipo de productos y alimentos.
Los comercios de ramos generales vendían desde alimentos para satisfacer el hogar hasta forrajes para los animales.
También comercializaban artículos de ferretería, talabartería, maquinarias agrícolas, materiales para la construcción, tienda e indumentaria, carros, sulkys, bazar, cristalería, librería, zapatería, armas, muebles, molinos de viento, tranqueras, bebederos y otros utensilios para las actividades rurales y para el hogar. Incluyendo un anexo para panadería y carnicería y un sector para despacho de bebidas.
Por aquellos años, se decía que en un almacén de ramos generales se podía comprar desde una aguja para el ama de casa, hasta una cosechadora para el chacarero.
Asimismo, muchos de estos almacenes, a su vez, compraban productos de la zona, funcionando como barracas de acopio de cueros, cereales y lanas, con el fin comercial de intermediar en negocios de exportación.
Una vez al año, después de la cosecha, los colonos, generalmente excelentes clientes, le pedían al propietario que les “cierre la cuenta”, y cumplido el pago, sin documento de ningún tipo y sin firma previa, la cuenta quedaba saldada. Eran épocas en que la palabra valía.
Se trabajaba con “crédito a la cosecha” mediante la anotación en libretas. Una vez por año, los clientes saldaban cuentas y pagaban escrupulosamente todo lo adquirido y consumido en tan extenso período.
El crédito a largo plazo en la compra de alimentos, herramientas, carros, maquinarias agrícolas y materiales de construcción, permitió al colono en general, y al propietario o arrendatario de campo, planificar su vida.
La relativa estabilidad económica que reinaba en la Argentina durante las primeras décadas del siglo XX, hacían posible que el fiado, a veces, se extendiera por uno, dos o más años de plazo. Un fiado que estaba al alcance de todos los estratos sociales, desde el peón rural más humilde hasta el más rico chacarero.
Como en sus inicios las colonias, aldeas o pueblos, no contaban con entidades bancarias, algunos almacenes de ramos generales oficiaban de casa de depósito y crédito de dinero para clientes, donde el peón rural o el chacarero podían resolver sus cuestiones financieras con la misma solvencia y tranquilidad que en un banco.
Esto trajo aparejado, muchas veces, dos tipos de consecuencias: el propietario del almacén de ramos generales, en ocasiones, podía terminar siendo dueño de campos y chacras, porque las cosechas se perdían, y los propietarios no tenían forma de pagar la deuda, más que entregar todo su capital, o en otras, podía suceder que el mal manejo en los préstamos o la excesiva confianza en la palabra de clientes insolventes, lo podían conducir a la quiebra.
Como en la vida misma, y en todas las profesiones, había almaceneros que eran un pan de Dios, generosos y siempre dispuestos a socorrer y a ayudar al colono, como también los había de los otros, los que buscaban sacar ventaja en cualquier transacción comercial.
Los almacenes de ramos generales eran edificios imponentes, sólidos pero a la vez sencillos.
Se construían, tanto en áreas urbanas como rurales, casi siempre, en una esquina, utilizada de forma excluyente.
Las puertas y ventanas, altas, en armonía con el edificio, construidas por las hábiles manos de los carpinteros locales, al igual que las puertas de doble hoja, con banderolas superiores y postigos exteriores, que se quitaban a la hora de abrir el local y volvían a colocar al momento del cierre. Todos los días del año.
Al frente estaban los palenques para atar a los caballos de los colonos que iban a realizar sus compras cotidianas o mensuales o tomarse una copita, para informarse de las noticias diarias que circulaban de boca en boca. O, por qué no, efectuar algún negocio, con otro chacarero, ginebra y juego de truco mediante.
En el interior el cliente estaba separado del almacenero y de la mercadería por medio del mostrador. Este clásico mueble se extendía de pared a pared
Sobre el mostrador, estaba colocada la balanza de dos platos que con un juego de pesas de varios gramajes servía para pesar los productos que se vendían. También se exhibían quesos debajo de una campana de vidrio. Algunos frascos con golosinas, escasas en aquellos tiempos, y muy caras para los hijos de los colonos. Una fiambrera con algún producto fresco. Y detrás del mostrador, las altas estanterías de madera que llegaban hasta el techo y cubrían totalmente las paredes.
Todos los productos se vendían sueltos, es decir, se pesaban con la balanza de dos platos. Desde los terrones de azúcar, la cascarrilla, porotos, lentejas, yerba, los fideos, el pan, y muchas otras cosas concernientes a las tareas rurales o de los herreros, carpinteros, etc. etc. etc. Otra época, otra realidad. La época y la realidad de nuestros abuelos.
Seguramente muchas personas mayores, o no tanto, que están leyendo esta investigación, recordarán el nombre de algún comercio de ramos generales o el nombre y apellido de su propietario.
En nuestras colonias y aldeas, hubo grandes almacenes de este tipo, que no solamente hicieron historia sino que dejaron una huella indeleble en el corazón y en la memoria de los descendientes de alemanes del Volga que residen en esas localidades.
Fueron verdaderos puntales de crecimiento para las colonias y aldeas fundadas por los alemanes del Volga, como así también para el campo, y para todos los pueblos que, durante la gran inmigración, fueron naciendo a lo largo y ancho de todo el país, porque acercaban a los colonos todo tipo de productos y alimentos.
Los comercios de ramos generales vendían desde alimentos para satisfacer el hogar hasta forrajes para los animales.
También comercializaban artículos de ferretería, talabartería, maquinarias agrícolas, materiales para la construcción, tienda e indumentaria, carros, sulkys, bazar, cristalería, librería, zapatería, armas, muebles, molinos de viento, tranqueras, bebederos y otros utensilios para las actividades rurales y para el hogar. Incluyendo un anexo para panadería y carnicería y un sector para despacho de bebidas.
Por aquellos años, se decía que en un almacén de ramos generales se podía comprar desde una aguja para el ama de casa, hasta una cosechadora para el chacarero.
Asimismo, muchos de estos almacenes, a su vez, compraban productos de la zona, funcionando como barracas de acopio de cueros, cereales y lanas, con el fin comercial de intermediar en negocios de exportación.
Una vez al año, después de la cosecha, los colonos, generalmente excelentes clientes, le pedían al propietario que les “cierre la cuenta”, y cumplido el pago, sin documento de ningún tipo y sin firma previa, la cuenta quedaba saldada. Eran épocas en que la palabra valía.
Se trabajaba con “crédito a la cosecha” mediante la anotación en libretas. Una vez por año, los clientes saldaban cuentas y pagaban escrupulosamente todo lo adquirido y consumido en tan extenso período.
El crédito a largo plazo en la compra de alimentos, herramientas, carros, maquinarias agrícolas y materiales de construcción, permitió al colono en general, y al propietario o arrendatario de campo, planificar su vida.
La relativa estabilidad económica que reinaba en la Argentina durante las primeras décadas del siglo XX, hacían posible que el fiado, a veces, se extendiera por uno, dos o más años de plazo. Un fiado que estaba al alcance de todos los estratos sociales, desde el peón rural más humilde hasta el más rico chacarero.
Como en sus inicios las colonias, aldeas o pueblos, no contaban con entidades bancarias, algunos almacenes de ramos generales oficiaban de casa de depósito y crédito de dinero para clientes, donde el peón rural o el chacarero podían resolver sus cuestiones financieras con la misma solvencia y tranquilidad que en un banco.
Esto trajo aparejado, muchas veces, dos tipos de consecuencias: el propietario del almacén de ramos generales, en ocasiones, podía terminar siendo dueño de campos y chacras, porque las cosechas se perdían, y los propietarios no tenían forma de pagar la deuda, más que entregar todo su capital, o en otras, podía suceder que el mal manejo en los préstamos o la excesiva confianza en la palabra de clientes insolventes, lo podían conducir a la quiebra.
Como en la vida misma, y en todas las profesiones, había almaceneros que eran un pan de Dios, generosos y siempre dispuestos a socorrer y a ayudar al colono, como también los había de los otros, los que buscaban sacar ventaja en cualquier transacción comercial.
Los almacenes de ramos generales eran edificios imponentes, sólidos pero a la vez sencillos.
Se construían, tanto en áreas urbanas como rurales, casi siempre, en una esquina, utilizada de forma excluyente.
Las puertas y ventanas, altas, en armonía con el edificio, construidas por las hábiles manos de los carpinteros locales, al igual que las puertas de doble hoja, con banderolas superiores y postigos exteriores, que se quitaban a la hora de abrir el local y volvían a colocar al momento del cierre. Todos los días del año.
Al frente estaban los palenques para atar a los caballos de los colonos que iban a realizar sus compras cotidianas o mensuales o tomarse una copita, para informarse de las noticias diarias que circulaban de boca en boca. O, por qué no, efectuar algún negocio, con otro chacarero, ginebra y juego de truco mediante.
En el interior el cliente estaba separado del almacenero y de la mercadería por medio del mostrador. Este clásico mueble se extendía de pared a pared
Sobre el mostrador, estaba colocada la balanza de dos platos que con un juego de pesas de varios gramajes servía para pesar los productos que se vendían. También se exhibían quesos debajo de una campana de vidrio. Algunos frascos con golosinas, escasas en aquellos tiempos, y muy caras para los hijos de los colonos. Una fiambrera con algún producto fresco. Y detrás del mostrador, las altas estanterías de madera que llegaban hasta el techo y cubrían totalmente las paredes.
Todos los productos se vendían sueltos, es decir, se pesaban con la balanza de dos platos. Desde los terrones de azúcar, la cascarrilla, porotos, lentejas, yerba, los fideos, el pan, y muchas otras cosas concernientes a las tareas rurales o de los herreros, carpinteros, etc. etc. etc. Otra época, otra realidad. La época y la realidad de nuestros abuelos.
Seguramente muchas personas mayores, o no tanto, que están leyendo esta investigación, recordarán el nombre de algún comercio de ramos generales o el nombre y apellido de su propietario.
En nuestras colonias y aldeas, hubo grandes almacenes de este tipo, que no solamente hicieron historia sino que dejaron una huella indeleble en el corazón y en la memoria de los descendientes de alemanes del Volga que residen en esas localidades.

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