Por José H. Figueira
Dos hermanos vieron a un mendigo que dormía en el atrio de una iglesia.
Uno de de ellos aproximóse al pobre hombre y quiso despertarlo para
ofrecerle una limosna.
Su hermana lo detuvo diciéndole:
-No hagas eso, dale lo que quieras; pero deja que ese infeliz duerma
tranquilamente.
-¿Y quién le dirá entonces a ese hombre que yo le he socorrido?
-Nadie, pero tu conciencia lo sabrá y eso basta.
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