La única curandera viva era esa anciana, única como su humilde casa. Esperábamos afuera, mi padre y yo. Ella debía curarme el empacho, un mal del estómago. Por esos días contaba yo con seis años.
Mirábamos un jardín hermoso. De la cocina salía
un olor raro como rancio. El día era muy soleado. Ponía mi mano sobre los ojos
haciendo sombra para ver más lejos.
-Papá, ahí hay un tomate amarillo… ¿Lo vés?-
-Si, había escuchado que existen pero nunca los
vi. ¡El sabor es similar a los rojos¡-
-¿El color no importa?-
-No, es igual.
Pensé: como puede decir que el color no importa,
con lo sublime que es el rojo!!!
Seguí pensando en el color de la sangre, cuando
de pronto ambos vimos absortos, hipnotizados, como abría sus pétalos en
segundos una flor amarilla… Mi padre me mira con ojos brillosos, pregunta:
-¿Lo viste hija?
-Sí , lo vi. ¡Qué hermoso!
Mientras pensaba que el rojo no se reemplaza,
supe y quise en ese momento no creer más en las cosas que creía mi padre: ¡basta
de curanderas , de reemplazar colores, basta de eso! Si me dolía el estómago
era por otra cosa. Su fe no me curaría porque no enfermaría más.
Extasiada con estos pensamientos de libertad
miraba a mi padre que seguía observando la flor. Quise gritarle que me mire a mí,
a mí. Pero no lo hice.
Nunca regresé a una curandera. Solía ir a la casa
de una vecina con la excusa de dolor de panza para recibir unos cariñosos
masajes. Mi padre también frecuentaba esa casa.
Dos meses antes de morir mi padre, mientras yo
cocinaba, dijo
-Graciela… ¿Te acordás cuando vimos cómo se abría
una flor?
No pude escuchar lo que siguió diciendo porque
recordé el sentimiento de libertad.
-Si algo recuerdo -dije melancólicamente, como si
ese día hubiera traicionado a mi padre quitándole el poder absoluto. Quizás así
fue.
Desde aquel día busco el camino de regreso, busco
sus palabras, lo busco en cada corto viaje, en cada anestesia, en cada flor, en
cada diagnostico, en cada mirada y en este corto viaje que hago al cementerio,
este corto viaje como tu entrada al quirófano, corto viaje como cuando me
llevabas en bici al colegio, corto viaje como el de Buenos Aires, del cual mamá
no regresó.