Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

sábado, 19 de noviembre de 2011

Independencia


 Por Graciela Schmidt


La única curandera viva era esa anciana, única como su humilde casa. Esperábamos afuera, mi padre y yo. Ella debía curarme el empacho, un mal del estómago. Por esos días contaba yo con seis años.
Mirábamos un jardín hermoso. De la cocina salía un olor raro como rancio. El día era muy soleado. Ponía mi mano sobre los ojos haciendo sombra para ver más lejos.
-Papá, ahí hay un tomate amarillo… ¿Lo vés?-
-Si, había escuchado que existen pero nunca los vi. ¡El sabor es similar a los rojos¡-
-¿El color no importa?-
-No, es igual.
Pensé: como puede decir que el color no importa, con lo sublime que es el rojo!!!
Seguí pensando en el color de la sangre, cuando de pronto ambos vimos absortos, hipnotizados, como abría sus pétalos en segundos una flor amarilla… Mi padre me mira con ojos brillosos, pregunta:
-¿Lo viste hija?
-Sí , lo vi. ¡Qué hermoso!
Mientras pensaba que el rojo no se reemplaza, supe y quise en ese momento no creer más en las cosas que creía mi padre: ¡basta de curanderas , de reemplazar colores, basta de eso! Si me dolía el estómago era por otra cosa. Su fe no me curaría porque no enfermaría más.
Extasiada con estos pensamientos de libertad miraba a mi padre que seguía observando la flor. Quise gritarle que me mire a mí, a mí. Pero no lo hice.
Nunca regresé a una curandera. Solía ir a la casa de una vecina con la excusa de dolor de panza para recibir unos cariñosos masajes. Mi padre también frecuentaba esa casa.
Dos meses antes de morir mi padre, mientras yo cocinaba, dijo
-Graciela… ¿Te acordás cuando vimos cómo se abría una flor?
No pude escuchar lo que siguió diciendo porque recordé el sentimiento de libertad.
-Si algo recuerdo -dije melancólicamente, como si ese día hubiera traicionado a mi padre quitándole el poder absoluto. Quizás así fue.
Desde aquel día busco el camino de regreso, busco sus palabras, lo busco en cada corto viaje, en cada anestesia, en cada flor, en cada diagnostico, en cada mirada y en este corto viaje que hago al cementerio, este corto viaje como tu entrada al quirófano, corto viaje como cuando me llevabas en bici al colegio, corto viaje como el de Buenos Aires, del cual mamá no regresó.