La abuela está
feliz. Llegaron a visitarla los nietos iluminando cada rinconcito de su alma y
de su humilde casita de adobe, llena de muebles antiguos e invadida por la humidad
y el olor a rancio, donde pasa horas solitarias tejiendo interminables guantes,
medias, y rezando infinitos padrenuestros y avemarías.
La abuela está
feliz. Está calentando grasa vacuna en la sartén sobre la cocina a leña mientras,
parada frente a la mesa, corta rectangulares Kreppel de una masa que acaba de
preparar.
Y los niños
preguntan:
-¿Qué estás
haciendo, abuela?
-¡Kreppel!
–responde la abuela sonriendo.
Y comienza a
freír los Kreppel. Luego los saca de la sartén y todavía calentitos, los espolvorea
con abundante azúcar, para colocarlos en una fuente grande.
Finalmente ubica
la fuente sobre el centro de la mesa, al alcance de los nietos que empiezan a
comerlos, dibujando sonrisas de azúcar alrededor de sus bocas.
La abuela los
mira y sonríe contenta. La abuela está feliz.