En cierta ocasión, le robaron a un paisano alemán del Volga una
moneda de oro que había dejado olvidada en un chaleco, al mudarse de ropa.
Como solamente sus peones podían haberle registrado el chaleco, era
natural que desconfiara de ellos; pero ¿cómo descubrir al culpable?
Después de meditar un rato, llamó a sus servidores y les dijo: “Me
han robado, en mi casa, una moneda de oro, y deseo tener la seguridad de que
ustedes no son los culpables de esa falta. Para ello es necesario que se
sometan, ahora mismo, al fallo de una oveja que poseo. Este animal prodigioso
–agregó el paisano con voz grave- cuando una persona culpable le pasa la mano
sobre el lomo, se la deja manchada de negro”.
Inmediatamente ordenó a los peones que, uno a uno, entraran en un
aposento oscuro, preparado al efecto, y en donde se hallaba el milagroso
animal.
Cada cual debía pasar la mano sobre el lomo de la oveja, que el
paisano había tenido la precaución de frotar, anticipadamente, con carbón en
polvo.
A medida que los peones salían del cuarto oscuro, el paisano les
revisaba las manos. Todos se sorprendían al verlas ennegrecidas, menos uno de
ellos, que mostraba con orgullo sus manos blancas. A este le dijo el paisano:
“Tú eres el ladrón pues fuiste el único que, por temor al castigo nos has
tenido valor suficiente para someterte a la prueba de la oveja, que ennegrece
las manos culpables”.