La anciana reza en
silencio. Las manos dejan correr las cuentas del rosario. La mirada fija en
Jesucristo, que la observa desde la cruz, en el altar de la iglesia de la
colonia. La colonia, cuyos habitantes, también asisten a la misa de cuerpo
presente del nieto. La iglesia está llena. Toda la comunidad está conmocionada
y compungida por la muerte del niño y la manera trágica en que se produjo: un
caballo lo mató de una patada en la frente.
El sacerdote también
está conmovido, levanta los ojos al cielo, ora a Dios por el alma del pequeño
difunto, y al bajarlos posa la vista en los rostros de la multitud que desborda
la iglesia, y ve caras curtidas por el trabajo y el sacrificio impotentes ante
la fatalidad del destino, tristes, profundamente tristes, y su corazón se
contrae en un impulso de angustia que lo ahoga. Permanece mudo. La boca seca.
Las palabras atragantadas. Una lágrima rueda por la mejilla. El féretro del
niño lanza destellos de estrellas a la luz de las velas. La colonia está de
luto. El cura logra continuar. Su voz es un débil murmullo. Las almas estás
unidas por un mismo dolor.
El responso concluye.
Los hombres toman el ataúd de las manijas. La madre cae en llanto desgarrador.
Comienza la procesión al cementerio. Una cruz con el nombre del niño, varios
estandartes, y el sacerdote van detrás. Cae una llovizna tenue. Moja los
rostros y el cuerpo. Confunde en un abrazo lluvia y lágrimas. La procesión se
desplaza lenta, al paso que impune el cura. Llegan al cementerio. Ingresan.
Depositan el pequeño cajón en la fosa no menos pequeña. El sacerdote hace lo
que la Iglesia y Dios le mandan. El sepulturero tira palabras de tierra sobre
el cuerpo del niño. Lo sepulta. La multitud canta el Schiksal. La madre cae en
un desmayo. Los familiares la socorren. La reaniman. Pero ella ya no desea
vivir. Terminada la ceremonia tiran agua bendita sobre la tumba fresca en la
que colocaron coronas de flores con leyendas como “Mamá y papá”. Nadie quiere ser el primero en dejar el
lugar. La madre no quiere irse, desea ser enterrada con su niño, con su pobre
bebé que ahora yace bajo tierra para siempre. Solo. Muy solo.