Mamá lloró. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Éramos tan pobres
y el alimento que nos podía ofrecer tan humilde… Que lloró, lloró
desconsoladamente. Cubriendo el rostro con las manos. Sentada en un rincón de la cocina, no soportó
ver cenar a sus hijos café con leche con pan casero untado con grasa. Lo que
para nosotros, inocentes niños de seis, ocho, diez, doce y trece años nos
parecía un manjar, para ella, sin embargo, no era así. Seguramente hubiese
querido servirnos carne, papas… pero no podíamos pagar semejante exquisitez. Lo
que papá ganaba en el campo no alcanzaba para darnos ese lujo.
La miramos llorar. ¡Pobre mamá! ¡La vimos tan sola, tan desamparada
y sufrida! Su cuerpo temblaba al ritmo del sollozo. Parecía tan frágil. ¡Cuánto
la amamos en ese instante! ¡Cuánto hubiésemos dado para calmar su tristeza!
Pero aún éramos demasiado niños para comprender el dolor de las personas
mayores y las injusticias del mundo que no permiten a las madres alimentar a
sus hijos como desean.
ERAN OTRAS EPOCAS.....
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