en el amanecer
de un nuevo día,
sentado a la
puerta del hogar de ancianos
mirando el
horizonte de la calle infinita.
Espera un
milagro de la vida,
aunque sabe que
hace mucho
que dejó de
creer en ellos.
Hasta duda de la
existencia de Dios.
Sus hijos no
vendrán, está seguro,
tan seguro cono
que vendrá la muerte
a calmar tanto
desasosiego
y tanto pero tanto cansancio.
Sabe
que debe esperar:
a
los hijos que no vendrán
y a
la muerte que sí vendrá
a
traer el bendito consuelo.
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