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sábado, 31 de octubre de 2020

La abuela Ana nos cuenta detalles de su vida mientras hornea un Dünnekuche en la cocina a leña

La abuela canturreaba en alemán mientras introducía en el horno de la cocina a leña un Dünnekuche recién elaborado sobre la mesa de madera de la cocina. La misma donde su madre también había amasado Dünnekuche para sus doce hijos, siete varones y cinco mujeres.
La nieta, Florencia, la miraba hacer, mientras lavaba y guardaba los trastos utilizados durante la tarea.
Disfrutaba esos momentos con su abuela.
- ¿A qué edad aprendiste a cocinar, abuela?
- Preguntó curiosa.
- A los seis años tuve que empezar a ayudar a mi madre en la cocina.
- Contestó la abuela. Éramos muchos en la familia. Aprendí a cocinar y a lavar la ropa desde muy chica. Casi todos los años nacía un hermano nuevo, imagínate. Tuve que dejar la escuela en segundo grado para cambiar los pañales de mis hermanos.
- ¿En serio?- se sorprendió Florencia. ¿Tan chica? Eras demasiado chica, abuela. ¿Y la escuela? – insistió Florencia.
- La escuela no importaba- respondió la abuela. No había tiempo para pensar en la escuela. Primero había que ayudar en casa. No era importante que las mujeres fueran a la escuela. La prioridad era que estudiaran los varones, si es que se salvaban de tener que salir a trabajar al campo. Todas las familias eran muy humildes.
- ¿Y a vos no te gustaba ir a la escuela? – preguntó Florencia.
- Sí. Mucho – respondió la abuela. Pero nadie te preguntaba. No importaba que las mujeres supieran leer y escribir. Las mujeres tenían que saber cocinar correctamente, coser, bordar y todas esas cosas, para conseguir un buen marido.
- ¿No podías estudiar o hacer otra cosa que casarte?- inquirió Florencia.
- ¡Noooo! Tenías que elegir entre casarte o ser monja, como mi hermana, que no quiso casarse y tener hijos.
- Entonces es verdad lo que leí.
- ¿Qué, Florencia? ¿Dónde?- preguntó ahora la abuela.
- En el libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, del escritor Julio César Melchior.
- Sí, es verdad. No teníamos infancia. Algunas de mis hermanas se casaron a los 14, 15, 17, 20 y yo a los 16. Pasé de la cocina de mi mamá a la cocina de mis suegros, cuando me casé con mi marido. Mi primer hijo nació a los 17 años. Y el segundo a los 18. ¡Imagínate! ¡Éramos tan inocentes! No sabíamos absolutamente nada de la vida.
- ¿Después, qué pasó después?- quiso saber Florencia.
- Mi tercer hijo nació muerto- reveló con tristeza la abuela. Tuve ocho hijos en total, dos mujeres y seis varones.
- ¿Y después? – insistió Florencia.
- Y después… A sacar el Dünnekuche del horno y a tomar mate – cambió de tema la abuela, abriendo el horno y sacando un Dünnekuche que lucía espectacular.
-¡Qué rico huele! -opinó la nieta.

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