En otros tiempos, ver a un niño, o incluso a un adulto, usando alpargatas gastadas o con algún que otro agujero no era algo tan raro. No había vergüenza en que el dedo gordo del pie asomara o que la suela estuviera rota. De hecho, era una señal de que la vida era difícil y que se hacía todo lo posible para que las cosas duraran.
En esos días, cuando el dinero no abundaba, la gente usaba su ingenio para hacer que todo durara. Era frecuente ver cómo los más humildes le ponían un trozo de papel de diario o un cartón a la suela de las alpargatas para darles un poco más de vida útil.
Eran tiempos más duros, sí, pero también estaban cimentados en valores más profundos que el estatus social o las posesiones. La dignidad, el respeto, la educación, el valor de la palabra, la solidaridad y la honestidad eran las verdaderas riquezas de una persona.
En esos días, cuando el dinero no abundaba, la gente usaba su ingenio para hacer que todo durara. Era frecuente ver cómo los más humildes le ponían un trozo de papel de diario o un cartón a la suela de las alpargatas para darles un poco más de vida útil.
Eran tiempos más duros, sí, pero también estaban cimentados en valores más profundos que el estatus social o las posesiones. La dignidad, el respeto, la educación, el valor de la palabra, la solidaridad y la honestidad eran las verdaderas riquezas de una persona.