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lunes, 31 de enero de 2011

¡Cuánto sufrieron nuestros abuelos por conservar su identidad!

Los llamban los rusitos de la colonia. Sus orígenes alemanes ya no quedaban, evidentemente, tan claros, a pesar de su idioma y sus costumbres. La compleja histo­ria de sus antepasados y sus dificultades para expresarse con soltura en castellano hicieron en los comienzos de las colonias muy engorrosa to­da clarificación al respecto. En síntesis, se vieron convertidos en rusos después de si­glo y medio de haber subestimado esa cultura.

“Era frecuente, sobre todo en los primeros tiempos, que en la vecindad de las propias colonias alemanas los almacenes de ramos generales o las actividades de intermediación de granos, estuvieran en manos de españoles o italianos.
Hay muchas alusiones, en las memorias y relatos de estos tiempos, a la ingenuidad y escaso espíritu de lucro con que en­caraban los primeros volguenses de la Argentina sus relaciones comerciales, siendo frecuentemente desbordados por la "viveza criolla" a la que rápidamente habían adherido otros gringos más emprendedores.
Los habitantes de las respectivas zonas comenzaron de esta forma a calificarlos, de manera algo burlona pero no agresiva, como los rusitos de la campaña. Y si bien el mote traslucía cierto matiz peyorativo en el que se percibían referencias a su simpleza campesina, no difería demasiado, en la intención, de los aplicados hacia la misma época a otras colectividades.
El habitante urbano, por otro lado, podía contar más rápi­damente con elementos de contraste; el de las zonas rurales, en cambio, tardaba más en asimilar las diferencias de los recién llegados y de aceptar la razón de esta presencia en estas tierras. Un modesto testigo criollo de la época de la inmigración masiva, vio de esta manera a los alemanes recién llegados: "Vimos llegar la cantidad de inmigrantes como quien ve llegar la langosta, le vía (sic) ser franco; parecía una invasión. Pero se nos dijo que el gobierno les había entregado la tierra. Última­mente no perdimos nada porque la tierra era de los estancieros y habrán tenido sus arreglos (...). Había que dejar la tierra a los nuevos dueños. (Pero) mienten si dicen que los peliamos (sic). (...) Los colonos son gente buena y tengo muchos amigos entre ellos, pero pa’ comprenderlos con la jeringoza que hablaban (...); bueno, le hablo de los viejos y no pa’ ofenderlos."
Y aunque ciertamente no había intención ofensiva, la recep­ción de las actitudes locales fue, por parte de los alemanes del Volga, conflictiva y desarrollaron cierta hipersensibilidad a las alusiones del medio, comparable en algún sentido a la observada dentro de la comunidad judía.
Sus orígenes alemanes ya no quedaban, evidentemente, tan claros, a pesar de su idioma y sus costumbres. La compleja histo­ria de sus antepasados y sus dificultades para expresarse con soltura en castellano hicieron en los comienzos muy engorrosa to­da clarificación al respecto.
En síntesis, se vieron convertidos en rusos después de si­glo y medio de haber subestimado esa cultura”, explica la historiadora Olga Weyne.
Esta circunstancia, además, afectó no sólo el desenvolvimiento de algunos descendientes de alemanes del Volga nacidos en el país dentro del contexto social sino que terminó por perturbar su desarrollo psíquico y sociológico, llegando al extremo de abandonar las colonias de origen para trasladarse a las grandes ciudades para comenzar una nueva existencia, en la cual negaron todo contacto con sus connacionales, llegando a negar también todo conocimiento del dialecto alemán. Pretendiendo significar con este proceder (sobre todo ante sí mismos) que iniciaban una nueva existencia: la que los demás le imponían. La cuestión primordial era no sentirse diferentes. Preferían diluirse en la multitud de la masa que mantener su identidad y ser únicos como personas y seres humanos con un nombre y apellidos conocidos, con valores y principios culturales diferentes, es cierto, pero también particulares que, de hecho, podían jerarquizarlos si hubieran sabido trascender su pequeño universo cotidiano en el que convivían, compartiendo la cotidianeidad con personas que se creían superiores porque apenas dominaban el idioma español. Y que en el fondo, así lo demostró la historia, con su actitud despreciativa, resultaron ser más ignorantes que los propios descendientes de los colonos.
Porque el mote despreciativo de rusos muchas veces iba acompañado de una velada discriminación. Notándose más en las escuelas secundarias de las ciudades en las que los adolescentes se trasladaban a estudiar. Son frecuentes (al escuchar antiguas remembranzas) las referencias de discriminación que fueron objeto de sus compañeros de estudio “argentinos” las personas que cursaron estudios superiores y como eran mortificados por su acento alemán.
La repercusión que tenía esto en el espíritu de los alumnos terminaba afectando su rendimiento escolar y, la mayoría de las veces, su deserción. Esto también fue la causa que escasos estudiantes terminaran sus estudios. La ilusión y los ideales morían donde comenzaba el mote de rusito y una no muy evidente, pero real, discriminación. Al menos así lo experimentaron los protagonistas.

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