Los pueblos alemanes, en otros tiempos, otros días, otras horas, allá lejos en la historia, eran localidades totalmente diferentes. Con otras tradiciones. Otras costumbres. Las personas vestían y vivían de otra manera. La existencia se desarrollaba apacible y tranquila. Por las calles de tierra trajinaban su pregón el vendedor de pan, carne, verduras, frutas y otros productos domésticos, cada uno con su carro característico: el carro lechero, carnicero, verdulero, etc. Se conversaba en alemán a toda hora y en todo momento. En los hogares, en la escuela, en la iglesia, en las calles... Para comprar; para vender; para celebrar; para reír contando un chiste; para llorar relatando un recuerdo; siempre se recurría a la lengua alemana. No había otra; no se precisaba ni era necesario otra.Sí, eran pueblos diferentes. Pueblos en los que la familia se reunía en torno a la mesa después de la cena a compartir los actos y trabajos que habían realizado durante la jornada, para después rezar en comunión y unidad; o cantar canciones tradicionales al ritmo de la verdulera; saborear Kreppel; en fin, vivir la vida con sencillez y profundidad, disfrutando de cada momento. Sin tanto lujo, tanto consumismo, sin pretender tener más que el vecino, sin tantos utensilios innecesarios que sólo llenan el hogar de artefactos eléctricos y lujo material pero lo vacían de lo esencial: la solidaridadHistoria, costumbres y tradiciones de los alemanes del Volga. Investiga y escribe: Julio César Melchior
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martes, 8 de marzo de 2011
Eran otros tiempos
Los pueblos alemanes, en otros tiempos, otros días, otras horas, allá lejos en la historia, eran localidades totalmente diferentes. Con otras tradiciones. Otras costumbres. Las personas vestían y vivían de otra manera. La existencia se desarrollaba apacible y tranquila. Por las calles de tierra trajinaban su pregón el vendedor de pan, carne, verduras, frutas y otros productos domésticos, cada uno con su carro característico: el carro lechero, carnicero, verdulero, etc. Se conversaba en alemán a toda hora y en todo momento. En los hogares, en la escuela, en la iglesia, en las calles... Para comprar; para vender; para celebrar; para reír contando un chiste; para llorar relatando un recuerdo; siempre se recurría a la lengua alemana. No había otra; no se precisaba ni era necesario otra.Sí, eran pueblos diferentes. Pueblos en los que la familia se reunía en torno a la mesa después de la cena a compartir los actos y trabajos que habían realizado durante la jornada, para después rezar en comunión y unidad; o cantar canciones tradicionales al ritmo de la verdulera; saborear Kreppel; en fin, vivir la vida con sencillez y profundidad, disfrutando de cada momento. Sin tanto lujo, tanto consumismo, sin pretender tener más que el vecino, sin tantos utensilios innecesarios que sólo llenan el hogar de artefactos eléctricos y lujo material pero lo vacían de lo esencial: la solidaridad
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