Por CARLOS O. POLAK. Tornquist
Bs. As.
Quienes vivimos en pequeñas ciudades, otrora pueblos, no podemos evitar
recordar esos momentos que tanto significaron y significan en nuestras vidas
desarrollados en la infancia.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-jzjvHMILcJyTotVVwYfv-MGl2Hc1g0PXaVnkV2HDhCc1o1OLwFykegqVKT3isxeYVDfgP6oN8KiC7QgowxP0sxiV3HsAAjlRZ4Fu30ExvKAOUyeCXYryTDxD_P3MLkLarShpY0RbOtY/s200/gallinas-merrutxu.jpg)
Era totalmente normal ver deambular
por todo el terreno a las gallinas buscando insectos, picoteando y dejando
alguna sorpresa para que quienes jugábamos en el patio, la pegáramos en
nuestras zapatillas Boyero y cuando entrábamos en la casa, sin darnos cuenta
"perfumáramos " el ambiente con la consecuente orden : "andá
afuera y mirate las zapatillas!!!".
Debido a que las gallinas recorrían
los grandes patios, no era fácil encontrar los huevos. Por eso la señora de la
casa estaba atenta al cacareo e inmediatamente iba a ver dónde ponía la pícara.
Una vez conocido los lugares que a menudo eran distintos, los chicos juntábamos
los huevos a la tardecita, siempre con el mismo encargue de mama: "dejale
uno para que siga poniendo...!”.
Algunas otras cruzaban la calle y ponían
en baldíos con gran cantidad de pasto por lo que nos enterábamos más de un mes después,
cuando mama gallina volvía a casa con su fila de seguidores pollitos.
Había gallinas malas, a las que
cuando juntábamos los huevos les teníamos mucho miedo porque a veces nos corrían
para picarnos. Ahora cuando mamá carneaba alguna para puchero o estofado, se
les terminaba lo malo ya que la mayoría de nuestras madres le quebraban el
cogote con rápidos movimientos y sin que el animal lo advirtiera.
¡Cuántas cosas más habrá en torno a estas historias que fueron y ya no serán.