El anciano sabe que en algún lugar de la ciudad o los pueblos
alemanes tiene una familia que lo olvidó. Ya no recuerda dónde viven o dónde él
mismo nació. Hace tanto pero tanto tiempo que está instalado aquí, en el Hogar
de Ancianos, que los recuerdos se le mezclan en un caos de vivencias que
confunden personas y lugares. Aparecen personajes donde no debería estar y
sitios que no sabe con certeza si existieron o son invención de su fantasía. Lo
que sí es concreto es su necesidad de afecto, de contención… Tiene tantas ganas
de llorar que el corazón se le oprime cada más.
La soledad es cruel, más cruel que el paso de los años. También sabe
que el final se acerca. Y que no le importa. ¿Para qué seguir viviendo de esta
manera?, se dice esperando en vano la llegada de un ser querido. Todos los días
se sienta mirando la puerta de calle, esperando, esperando, esperando… Pero
ingresan cientos de personas diariamente menos alguien de su familia. Y la
decepción se acentúa cada vez más.
Está solo. Sabe que morirá solo. Como la mayoría de los que conviven
con él en el Hogar de Ancianos.