El 28 de agosto se cumplió el
71 aniversario del holocausto olvidado (el genocidio de los alemanes de Rusia)
Como respuesta al ataque
sufrido por los soldados alemanes, el dictador soviético José Stalin había
dispuesto el 28 de agosto de 1941 la deportación de los cerca de 1500000
alemanes de Rusia que vivían en la URSS.
En 1924 el Gobierno soviético
había creado la República Autónoma de Alemanes del Volga, con más de un millón de habitantes, según
el censo de 1929. Era el grupo más numeroso de una nación condenada al
ostracismo.
El 28 de agosto de 1941 el Presidium del
Soviet Supremo promulgó un decreto en virtud del cual toda la población alemana.
El decreto del Soviet Supremo del 28 de agosto de
1941, anuló la república Alemana del Volga, promulgó un decreto en virtud del
cual toda la población alemana debía ser deportada hacia el Kazajstán y
Siberia. Excluyó a sus habitantes de los derechos civiles y políticos, les
quitó la ciudadanía y ordenó su deportación masiva…
Acusados de espías y agentes nazis, el ejército rojo inició las represiones; miles de dirigentes fueron capturados y fusilados; toda la población fue deportada, arrancados de sus hogares; los cargaron como animales en vagones de carga, incluyendo todo habitante de ascendencia alemana aún los oficiales y soldados del ejército ruso de etnia alemana; los que no fueron fusilados, fueron condenados a trabajos forzados, muchos murieron de hambre y de frío. Fueron literalmente borrados del mapa y nunca se los mencionaba, estaba terminantemente prohibido visitarlos. Ni siquiera se reconocía que existían. Ellos habían sido formalmente abolidos. Eran víctimas de la política de la xenofobia.
Acusados de espías y agentes nazis, el ejército rojo inició las represiones; miles de dirigentes fueron capturados y fusilados; toda la población fue deportada, arrancados de sus hogares; los cargaron como animales en vagones de carga, incluyendo todo habitante de ascendencia alemana aún los oficiales y soldados del ejército ruso de etnia alemana; los que no fueron fusilados, fueron condenados a trabajos forzados, muchos murieron de hambre y de frío. Fueron literalmente borrados del mapa y nunca se los mencionaba, estaba terminantemente prohibido visitarlos. Ni siquiera se reconocía que existían. Ellos habían sido formalmente abolidos. Eran víctimas de la política de la xenofobia.
Varios centenares de miles de víctimas
inocentes, que no sabían de culpas contra el estado soviético, murieron de una
muerte indigna. Las banderas nazis, encontradas en sus hogares abandonados, no
sirven como prueba de un sentimiento de nazismo: esas banderas habían sido
repartidas por funcionarios rusos cuando preparaban la visita de Hitler a Rusia
que no se realizó. En su mayoría los desplazados eran niños, mujeres y
ancianos. Los hombres entre los 16 y 40 años estaban en el ejército de trabajos
forzados (Trudarmee), separados de sus familias por centenas o miles de
kilómetros y sometidos a trabajos igualmente forzados. Los guardias soviéticos no
se hacían problemas por la gran mortandad entre los trabajadores esclavos: los
reemplazaban simplemente por otros nuevos. En un genocidio lo que importa es
terminar lo antes posible con la vida de las víctimas. Muchas ciudades
construidas en esa época se levantaron sobre los despojos de los alemanes
étnicos.
Los deportados fueron transportados lentamente
en vagones para el ganado hacia Siberia, Asia Central y el alto Norte, pasando
el Círculo Polar Ártico. Lo alimentación era escasa, ya que debían alimentarse
de lo que habían recogido en sus granjas. Los que morían se enterraban a la
vera de las vías del tren, cuando el tren se paraba, o eran arrojados fuera de
los vagones cuando el tren seguía su marcha por días sin detenerse.
El fin del viaje era un descampado nevado.
Allí los desplazados debieron construir sus chozas con los materiales que se
encontraban en el lugar y ponerse a trabajar. Bajo vigilancia militar, como
asesinos, con alimentación escasa, debían trabajar desde antes del amanecer
hasta después de ponerse el sol. Habían sido desplazados de sus hogares y
debían trabajar como esclavos hasta morir, sin derecho a réplica ni a queja.
Aunque el ejército de trabajo fue abolido
pocos años después de que la guerra hubiera terminado, la situación difícil de
la vida para los alemanes étnicos en Rusia continuaba durante la época del
llamado Komendatur: No se les permitió moverse o viajar fuera de su domicilio
actual sin un permiso firmado por un funcionario y debían reportarse a la
policía militar cada mes, en algunos casos cada semana. Esta política de
humillación y racismo continuó hasta 1956, tres años después de la muerte de
dictador José Stalin y seis meses después que los prisioneros de guerra
alemanes dejaron la Unión Soviética, por gestiones del canciller alemán
Adenauer les levantaron las penosas restricciones que les habían impuesto y se
retiraron las acusaciones indicadas en el decreto especial publicado el 28 de
agosto de 1941. Pero recién el 29 de agosto de 1964 que un segundo decreto
admitía abiertamente la culpa del gobierno soviético de la persecución y
genocidio de un pueblo inocente y fueron legalmente libres de elegir su
domicilio y de volver a sus lugares de origen, algunos funcionarios, sin
embargo, hicieron su mejor intento para evitar que los alemanes vuelvan a sus
aldeas en el Volga. Las negociaciones del restablecimiento de la república de
los alemanes de Volga no condujeron a nada.
Sin embargo, la discriminación contra los
alemanes étnicos todavía prevaleció luego: la mejor educación, los trabajos
bien pagados y las posiciones de alto perfil en el empleo estaban casi fuera de
alcance hasta el derrumbamiento de la Unión Soviética en 1991. El vivir en
ciertas áreas y los viajes al exterior para los alemanes étnicos eran más
difíciles de arreglar que para cualquier otra nación anterior de la Unión
Soviética.
Como consecuencia de la vida impuesta en los campos de concentración, la generación de sobrevivientes de alemanes del Volga que quedó en Rusia creció sin familia y sin escuela. Las familias alemanas fueron diezmadas, los niños que podían producir eran rápidamente obligados a desarrollar trabajos forzados, y se les prohibió la educación. En el marco de estas necesidades, los sobrevivientes se vieron obligados a firmar renuncias que vulneraban aun más su dignidad humana en otros aspectos pero ponían fin a la persecución. A diferencia de otros pueblos víctimas de genocidio, los alemanes del Volga nunca fueron indemnizados.
Como consecuencia de la vida impuesta en los campos de concentración, la generación de sobrevivientes de alemanes del Volga que quedó en Rusia creció sin familia y sin escuela. Las familias alemanas fueron diezmadas, los niños que podían producir eran rápidamente obligados a desarrollar trabajos forzados, y se les prohibió la educación. En el marco de estas necesidades, los sobrevivientes se vieron obligados a firmar renuncias que vulneraban aun más su dignidad humana en otros aspectos pero ponían fin a la persecución. A diferencia de otros pueblos víctimas de genocidio, los alemanes del Volga nunca fueron indemnizados.
Se calcula que entre 1941 y 1948 murieron
alrededor de 572.281 personas Sin embargo, la enorme pérdida de vidas humanas
sufridas, ciertamente sirve para categorizar la Deportación a Siberia de la
etnia alemana, como crímenes de lesa humanidad, pues se calcula que murieron en
total de hambre, de frío, fusilamientos, etc. etc. serían más de 1.000.000 de
almas.
Pero a pesar de todos los
contratiempos y de tanto pero tanto dolor, el espíritu y la fuerza de voluntad
de los alemanes del Volga nunca logró ser doblegado. La fe la mantuvo en pie.
Fe en Dios, en sí misma, en la esperanza en un mañana mejor, que son paradigmas
ancestrales de la raza alemana. “Había momentos en que casi no me podía mover
del cansancio y del hambre”, confiesa con un hilo de voz que se asemeja a un
susurro mientras sus pupilas estallan en lágrimas. “Pero el deseo de vivir y la
esperanza hacia una vida mejor eran muy grandes”, logra murmurar luego de un
silencio que le permitió reponerse ante el acoso de los recuerdos que todavía
la lastiman. “Me ayudaron muchísimos los rezos y los cánticos religiosos. Rezábamos
antes de dormir y antes y después de todas las comidas y también a la mañana
cuando nos levantábamos”, concluye dejando traslucir en el murmullo de las
palabras alemanas y en el apergamino y sufrido rostro, la luz de la fe. Esa luz
que también la iluminó en la noche más oscura y en los días más negros de la
deportación a Siberia.