Los alumnos, 25 años después. |
Cierro los ojos y me invade el aroma a tiza,
el cuaderno único, los lápices de colores, los antiguos pupitres de madera, y
todo un universo de reminiscencias poblando las aulas de la Escuela Parroquial
Santa María, y que seguramente surgen en la memoria de cada alumno que cursó el
Primer Grado en 1972. La presencia de las Hermanas Siervas del Espíritu Santo,
a veces tiernas y dulces, otras, severas y excesivamente rectas en la enseñanza
y la educación. El libro de lectura “Flores y espigas” de cuarto grado. El
libro de catecismo. La
Biblia. El estudiar de memoria. Las lecciones. Las cuentas;
los números; la aritmética; la gramática; el lenguaje... Los recreos jugando a
la payana o a decenas de divertimientos que el tiempo se llevó al olvido y
solamente perduran en el ayer de alguna remembranza. Los grupos de amigas y
amigos tramando travesuras. Y una inocencia increíble. Niñas y niños que creían
en la pureza de la vida, en las hadas, en los ángeles, en los reyes magos, y en
un mundo de fantasía que la misma existencia se encargó de trocar en cruda
realidad.
Eran otros tiempos, otro estilo de vida. Más
simple, más sencillo, quizás más feliz, porque se compartía lo que se tenía,
porque los sueños se podían realizar, porque nada parecía imposible y porque en
la niñez no existen los “no se puede”.
Sin embargo, la vida y el tiempo
transcurrieron. Las niñas y los niños de aquel lejano Primer Grado crecieron.
Se hicieron mujeres y hombres de bien. La mayoría se casó. Formó su hogar. Tuvo
hijos. Todos supieron luchar por su felicidad y hacer de sus existencias una
vida honesta y digna.
Y de aquella época de 1972 sólo sobreviven una
añeja fotografía y un cúmulo de recuerdos imborrables.