Las familias
tenían extremo apuro en bautizar al recién nacido. Para ellas, la premura estaba basada en la enseñanza cristiana según
la cual, ningún alma puede gozar de la visión de Dios en el otro mundo sin
estar bautizada. Es indudable que esta práctica también tenía su correlato
supersticioso. Los padres creían que el recién nacido, por su extrema
delicadeza, estaba expuesto a la perfidia diabólica. Por ello, se dejaba
encendida una luz durante toda la noche en la habitación, se le colocaba un
libro sagrado gajo la cabeza u otro símbolo religioso sobre las puertas de
acceso a la casa o alcoba (esto último se practicaba sobre todo en Rusia). Más
aún, los padres no vendían producto alguno durante el periodo prebautismal,
porque creían que con el objeto enajenado, se alejaba la suerte o la felicidad
del hogar.
Estas
creencias paracristianas se hallaban extendidas frutos de la enorme mortalidad
infantil que era característica común de todos los pueblos, por la ignorancia
de los padres o facultativos y por la inexistencia de fármacos apropiados en la
época.