Silbando va el linyera una
melodía de notas rotas: cascada del alma que el viento lleva a volar. Armonías
truncas que no alcanzan a ser canción. Sonidos dulces, amargos, alegres y
tristes. Todo en una sincopa de sonidos incongruentes. Pero él no se da cuenta
porque no sabe absolutamente nada de música. Y silbando va camino del
atardecer, bajo un cielo de nubes y un horizonte multicolor.
Lleva ropas gastadas: un
pantalón remendado y una camisa vieja. Polvo de muchos andares en la espalda y
cicatrices de sueños destrozados en el rostro: filigranas de arrugas cuyo
significado sólo él conoce. Jeroglíficos que el tiempo grabó mediante acciones
y sentimientos humanos llamados amor, dolor, sufrimiento, felicidad, adioses,
agonía… Y el olvido súbito de un pasado siguiendo el sendero de los rieles
hacia todas partes y ningún lado en especial. Siempre mirando el horizonte;
jamás volviendo la mirada al ayer.
Calza alpargatas con agujeros;
un sombrero aplastado que alguna vez fue negro; y un pañuelo al cuello cual
paisano desheredado. Un bulto de arpillera en el que lleva una pava ennegrecida
y abollada, un mate de metal, una bombilla, un pedazo de pan duro, medio litro
de vino, y todo el desamparo de un hombre sin hogar. Sin patria. Sin padres.
Sin hermanos. Sin tierra natal a dónde regresar si algún día se cansa de
caminar ni fracasos que lo aguarden para saldar cuentas. Él es su patria, su
hogar, su familia. Si muere, muere su vida y muere su recuerdo. Y el mundo
continuará girando como si nunca hubiera existido sobre la faz de la tierra.
Lo llaman alemán, ruso, rubio,
croto, linyera. Algunos le temen. Otros utilizan su imagen para asustar a los
niños. Otros se ensañan con su libertad, tildándolo de vago, haragán, loco,
ladrón… Y otros, más piadosos, le dan trozos
de pan y carne fresca. Los hipócritas le entregan galleta dura, guiso de ayer,
comida rancia. Lo ven pasar y lo consideran un despojo humano, un penitente que
carga la humillación de la humanidad, un desertor de la sociedad y sus buenas
costumbres. Nadie, o muy pocos, lo comprenden. Nadie sabe de su orfandad.
Y silbando va el linyera, sin
camino ni huella, ajeno a los hombres, a la sociedad, y al mundo entero. Sin
ayer ni mañana. Sin presente. Olvidado hasta de Dios mismo y de los curas, que
lo ven pasar y se persignan orando entre dientes una plegaria en auxilio de la
oveja descarriada que se atreve a desoír la voz del buen pastor que ordena
trabajar, hacer producir la tierra, y procrear hijos en santo matrimonio.
Silbando va el linyera camino
del adiós, rumbo al olvido. Ajeno a lo que piensan de él.