Por Jorge Heffel

Primero les describo el lugar: una cocina típica de los
volguenses. Era una cocina sencilla pero con todo lo necesario para las
funciones que debía cumplir. Una “Blit”, esa cocinita construida en
ladrillos y una tapa de acero con las hornallas de varios tamaños y
alimentada a leña, donde el crujir del “Holz” (leña) y el fuego hacían de las
suyas. Un Schank de material, sí, de ladrillos y estantes de madera con una
cortina que lo cubría, que contenía todo los necesario. Una mesa larga, sillas
y la famosa “Bank” (banco) contra la pared. Algunos sillones y no hacía falta más
mobiliario.
Pero bueno, los sábados a la mañana el ritual era la de
amasar para toda la semana. Así que bien temprano empezaban con las tareas de elaborar
la masa y las demás preparaciones para preparar los ricos Kalatch, los Rübbelkuchen,
los Kaletchen, y otras tortas según la estación.
La masa no se preparaba en una fuente o en un taper como hoy lo hacemos los que
todavía conservamos esas costumbres, sino que se preparaban en el “Trouk”, una
batea de madera en la que se amasaba la masa de levadura, base para todas las
preparaciones.
Y así, con mucho esmero y dedicación salían todas los
panificados: primero los Kalach (panes redondos y gordos), los Rübblekuchen,
los Kaletschen (versiones reducidas de los Rübblekuchen) los Äppfelkuchen
(tortas de manzanas) y otras variedades de cosas ricas, como las tortas de
ciruelas, los Hochtzeits Kaletchen (unos bollitos de pasas) etc. etc. etc.
Todo culminaba con un rico “Broute in Oben” (asado al
horno) o los clásicos Pirok, para el almuerzo en familia.
Y ahora viene lo mejor y más divertido, si de mi infancia
se trata:
Los más chicos a la tarde salíamos a repartir (aus thale)
porciones de dichas tortas a los tíos y tías y familias amigas, lo que
significaba, por supuesto, obtener a cambio lindas propinas sábado a sábado.
Una historia vivida, una historia de mi niñez en la
Aldea Protestante, una aldea típicamente volguense.
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