"Era
risueño –rememora el historiador Alejandro Guinder- cuando a veces en el campo
llegaba algún paisano que no era alemán y no estaba el padre de familia.
Entonces la madre, que no hablaba ni comprendía el castellano, como primera
medida gritaba: "Kinder, unter das Bett;"("¡Hijos, abajo de la
cama!"), "das kommt ein Schwartz!" ("¡Viene un negro!) o:
"ein Spanier" ("un español"). Esto era un resabio de la
vida del Volga, en que venían las hordas salvajes de cosacos, calmucos y
quirguizes y se llevaban no pocas veces a los niños, que vendían en los
mercados de China y Mongolia como esclavos. De allí el temor de estas madres
por sus hijos. A Dios gracias en nuestra patria ningún "Schwartz" se
llevó chico alguno y esto es uno de los agradecimientos que tenemos a la
República Argentina...".
"Los colonos –cuenta Matías Seitz- preferían vivir en grupos de
familia por temor a los pampas, gauchos matreros que pululaban por doquiera en
los campos abiertos y que, leales con sus amigos, eran feroces y traicioneros
con sus enemigos. Sus mismos amigos debían cuidarse mucho de cualquier
palabra, chanza o gesto equívoco, pues en la mano del gaucho, cual chispa
eléctrica, aparecía el facón del que no se salvaban enemigos ni amigos, dado su
temperamento impulsivo, irascible e irreflexivo.
"En general, el rey de las pampas (las llanuras) por una parte
era leal, altivo, bravo y valiente, muy avezado en el uso del facón y audaz
compañero en las lides pendencieras, inclinándose a favor del más débil; por
la otra, con vista clara, cauta, escrutadora y recelosa, era desconfiado,
desafecto al trabajo, pues aguantaba hasta tres días la labor de la trilla. Su
afición predilecta era asistir a las yerras sin paga. Irreflexivo en su furor
y rencoroso, enemigo de los colonos y de los extranjeros, nos odiaba considerándonos
como usurpadores y expoliadores de sus tierras y derechos, sin vacilar en
perjudicarnos, principalmente ejerciendo el abigeato. Ese espíritu personal
suyo de libertad, empero, los llevó a ser de gran ayuda en la epopeya libertadora
sudamericana. Su presencia o su compañía no era nada estimada, porque, dadas
sus condiciones personales, no se les podía tener confianza.
"Se dijo que los gauchos no eran afectos al trabajo. ¿Y para qué?
Todo era barato y la vida hermosa. Una vez en posesión de "pilchas",
redomón, recado, facón y trabuco, lazo y boleadoras, sólo hacía falta
cigarrillos, fósforos, sal, yerba mate, una pavita y algún porrón de ginebra.
Por la comida y la bebida no se preocupaban. Había agua en los arroyos y ríos,
en las llanuras ovejas y vacunos cerriles, peludos, piches, mulitas, perdices
comunes y coloradas, martinetas, ñandúes, llamas, etc. En su hogar, que formaba
en la vasta llanura bajo el cielo abierto, no temía al viento ni a la lluvia
ni al frío. Por cama, sobre los pastos del suelo, los aperos del recado, los bastos
para almohada, lo demás para colchón y cobijas. Su vestimenta: chambergo, de
anchas alas, o vincha; pañuelo rojo o celeste al cuello; camiseta; blusita
negra; calzoncillos con flecos; chiripá; cinturón ancho; alpargatas blancas o
botas de potro; un hato de ropa ceñida con un mantón a la cintura, con su
guitarra al hombro, lo vemos en su flete, al que estimaba más que a un
cristiano, recorrer la pampa solitario, sintiéndose satisfecho y libre. El
mate era la bebida preferida y necesaria, que tomaba en cantidad y que le
aportaba algunas vitaminas que el cuerpo requería, carentes en la nutrición de
otro alimento que no fuera la carne”.
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