Una cocina
leña, una pava grande, una cacerola, bosta de vaca alimentando el fuego, el
amor de madre y su voz arrullando las horas con su Tros-Tros-Trillie.
Una ventana
pequeña. Una cortina blanca. Un cielo azul como los ojos de papá. Un sol de
amanecer iluminando las almas. Y el amor de mi padre ordeñando las vacas.
Recuerdos de
mi niñez que surgen en esta hora postrera, anciano ya, en que miro atrás,
buscando el cariño y las vivencias que el tiempo
dejó en el pasado.
Nada volvió a ser igual, ni lo será. Mis nietos no hablan
el idioma. Tampoco saben nada de aquello. ¡Qué triste futuro espera a quienes
olvidan sus raíces!
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