
Doña Elisa
enseguida nos cuenta de su niñez. Nos revela que nació en una de las
habitaciones de la casa en la que todavía reside noventa y dos años después.
Que tuvo once hermanos. Que jugó con muñecas de trapo que su mamá le cosía. Que
jugaba con tortas de barro. Que se iba a cazar pajaritos y a pescar con sus
hermanos varones. Que su papá murió cuando tenía siete años y que mamá se
volvió a casar al año siguiente porque necesitaba un esposo para criar a tantos
hijos (los propios más los tres que tuvo después). Y que empezó a trabajar a
los nueve, ayudando a su madre y a su padre a trabajar en la quinta de
verduras. Que apenas fue a la escuela hasta segundo grado. Que aprendió a leer
y a escribir. En fin. Ríe. Llora. Se angustia. Buenos y malos recuerdos. ”Pero fui muy feliz” sentencia.
Después nos
habla de la época en que su padrastro la casó con un hombre ocho años mayor que
ella para darle un buen porvenir y la mandó a trabajar al campo junto a su
marido, donde permaneció durante quince años. Trabajando la tierra (sembrando,
arando, cosechando), ordeñando, haciendo producir la huerta, preparando las
conservas, encurtidos y dulces para el invierno, colaborando en las carneadas,
sin olvidarse de su obligación de parir hijos, cuidarlos, criarlos, educarlos,
ser sumisa y obediente del marido.
El tiempo le
brindó a Doña Elisa la gracia de muchos recuerdos y la sapiencia de poder
verlos hacia atrás con sabiduría y aceptación sin rencores ni enojos. Comprende
que todo lo que vivió se resume en su identidad actual y que ya nada es lo que
fue otrora. Todo cambió. Nada es igual. Ni las personas. Ni la moral. Ni la fe
en Dios.
Aduce que el presente es mejor que el pasado “antes
se sufría mucho”-sostiene. “Había que trabajar muy duro y se ganaba muy poco.
Hoy no hay nadie que no tenga para comer. Eso sí, antes la gente era más
solidaria. Nos ayudábamos entre todos”. Y agrega: “otra cosa que cambió mucho
es la libertad que tienen ahora las chicas. Yo me tuve que casar con alguien
que no me gustaba porque me obligó mi papá. Pero mi marido resultó ser un buen
hombre” -acota enseguida. “No me hizo sufrir ni me trató mal”.
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