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miércoles, 23 de marzo de 2016

Die Klapperer: antigua tradición de Semana Santa de los alemanes del Volga

Por Padre José Brendel

“Los chicos de la colonia soñaban con ser "campaneros de Semana Santa" (Klapperer) y hasta los más pequeños importu­naban a sus padres para sonsacarles el permiso, e iban confiados a algún amigo mayor que ellos. Y ahí se desplazaba el grupo, siguiéndole a prudencial distancia los perros fíeles, cuyos amos eran una máquina de ruido. La muchachada se la  pasaba en la calle matraca al hombro, anunciando a viva voz los horarios de las misas, y comunicando que su llamado correspondía a los tres consabidos toques de las campanas, rubricando el pregón con: Zum ersten mal, zum zweiden mal, zum dritten mal!" (¡Primera, segunda y tercera!) y cerrando el todo, con un ensordecedor ruido de los instrumentos especiales”.

Die Klapperer

La Semana Santa llamada aún con el vocablo del alemán an­tiguo Karwoche, tenía a mal traer con mucha anticipación a to­da la muchachada coloniense de los primeros años de las colonias.
Ya meses antes, se trabajaba en la fabricación de matracas e instrumentos de propia invención (Raschpel), para intervenir en la Agrupación de campaneros que suplirían el silencio de las cam­panas entre el Jueves y el Sábado Santo, o como se decía "die Klocken fliegen fort" (se vuelan las campanas).
Llegado el momento, se reunía el grupo en la Parroquia, para ser admitido oficialmente con derechos y obligaciones en la Co­fradía, y para recibir las instrucciones de caso, y presentar al sacerdote las armas de combate, que eran poderosas matracas, capaces de hacer callar a una chicharra. En número de hasta cua­renta se salía a anunciar los diversos actos del programa y el Án­gelus, que era especialmente importante, porque había que le­vantarse de madrugada, recorriendo las calles en penumbras, can­tando el Ave Maria Gracia plena! Con ese motivo, fuera de las horas rituales en el templo, la muchachada se las pasaba en la calle matraca al hombro, anunciando a viva voz los horarios, y comunicando que su llamado correspondía a los tres consabidos toques de las campanas, rubricando el pregón con: Zum ersten mal, zum zweiden mal, zum dritten mal!" (¡primera, segunda y tercera!) y cerrando el todo, con un ensordecedor ruido de los instrumentos especiales.
De madrugada, el punto de reunión era el viejo y abandona­do salón capilla, y allí al alba, y a la luz de una vela, medio dor­midos aún, esperaba la trupp el momento de salida, que daría el Schulmeister. El salón distaba un buen tiro de honda de la iglesia, lo que atemperaba el bullicio de los muchachos, a pesar de los que gritaban más, exigiendo a veces la dictatorial intervención del Padre, con algún "sopapo" perdido, con lo que a la postre no se remediaba nada.
Los chicos de la colonia soñaban con ser "campaneros de Semana Santa" (Klapperer) y hasta los más pequeños importu­naban a sus padres para sonsacarles el permiso, e iban confiados a algún amigo mayor que ellos. Y ahí se desplazaba el grupo, siguiéndole a prudencial distancia los perros fíeles, cuyos amos eran una máquina de ruido.
Todo ese trabajo —pues no dejaba de serlo— tenía una re­compensa. El Domingo de Pascua y después de la Misa Mayor, volvía a congregarse la trupp, ya fuera de servicio, y arrastrando un carrito no mayor que un coche de bebé, rehacían el habitual recorrido, interesadamente, para recoger su recompensa. Se iba de casa en casa, entrando en todos los patios, para desear las Fe­lices Pascuas a la gente que se divertía con ellos y los esperaba, e inclusive les pedía la repetición de sus pregones, sobre todo el del ÁNGELUS, que cantaban a voz en cuello, mientras el ruido subía en crescendo y al ritmo de las dádivas de monedas y huevitos de Pascua que daban los dueños de casa, y los que al fin del re­corrido, eran repartidos en total entre los componentes de la agrupación.
Ya antes de entrar en un patio, el encargado de las finanzas hacía cálculos de lo que dará Don Fulano, si mucho o poco, y se­gún la intención se atacaba en tono mayor o menor, con todas las repeticiones que se pidieran, y que a veces eran muchas y pro­vechosas. De paso se iba comiendo torta pascual, entre canto y canto, ruido y ruido . . . por primera, segunda y tercera vez…

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