
Un antiguo cuadernillo rememora que “los
colonos se dirigen en procesión a las cruces, imbuidos de un profundo
misticismo, y acompañados de las letanías de los santos; mientras que ya en el
lugar, frente a Jesús crucificado, el sacerdote, luego de expresadas las
letanías, oraciones y cantos, rocía con agua bendita los campos en señal de
gratitud por los dones recibidos y en solicitud de buena cosecha. Y al término
de la procesión oficia una misa en la parroquia.
La tradición proviene de antaño
–continúa revelando el texto-, cuando San Gregorio Magno en el 590, las fijó
para otorgarle mayor trascendencia a los festejos de la conmemoración de la
entrada de San Pedro a Roma. Otros relatos, sin embargo, sostienen que el Papa
lo hizo para sustituir las celebraciones paganas llamadas “Robigalia” (en honor
al dios “Robigus”) que antiguamente efectuaban los labradores romanos, con
procesión por los campos, para interesar la deidad a favor de los sembrados”.
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