
El arado va abriendo surcos en la tierra
y el tiempo va trazando arrugas en las manos y las frentes de las personas. Las
moldea, cincela su carácter, forja su voluntad, los vuelve tercos a la
adversidad, y seguros frente a la fatalidad. Ni las tormentas furiosas, ni las
heladas que todo lo marchitan llevándose cosechas enteras, doblegan sus
espaldas. No hay nada que los venza. Nada que pueda con ellos. Son obstinados.
Sin más arma que la esperanza, más fe
que en Dios, y más sueño que transformar la tierra en prosperidad, continúan
trabajando, trabajando, siempre trabajando.
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