
“A papá lo veíamos una vez al mes o cada
dos porque trabajaba de peón en un campo que quedaba muy lejos de la colonia y
no se podía viajar con la facilidad de hoy y tampoco había dinero suficiente
para darse el lujo de visitar periódicamente a su mujer y a sus queridos hijos.
Además en aquellos años se trabajaba de lunes a sábado y la mayoría de las
veces, los domingos también” –cuenta doña Bárbara Stremel.
“Ahorrar era la premisa para la vida
diaria y había que ahorrar haciendo muchos sacrificios porque no sobraba casi
nada. Aún así el ahorro fue lo que hizo que pudiéramos estudiar, tener una
casa, un patio dónde jugar, comida en la mesa y una cama tibia dónde arroparnos
con las colchas que nos hacía abuela con la lana de oveja” -agrega.
“Mamá se las arreglaba en la cocina con
lo poco que había. Nos mimaba, preparándonos alimentos caseros y sabrosos; pero
ella muchas veces no comía, para que nosotros pudiéramos alimentarnos bien y
estar sanos” -rememora.
“Los niños teníamos un par de calzado de
domingo y alpargatas gastadas por el uso, para la semana y una muda de ropa para
salir. Y para jugar pantalones remendados y un pullover tejido por abuela con
retazos de lana” -evoca.
“Lo más importante que teníamos era la
familia, dónde se respiraba armonía y felicidad, y una colonia hermosa, dónde
las calles eran la extensión de la casa, los vecinos eran cómo hermanos y la
vida era la vida: simple y hermosa”.
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