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miércoles, 21 de diciembre de 2016

Juan Hippener recuerda las fiestas de Navidad y Año Nuevo de antaño


Recuerdos de navidades vividas en los pueblos alemanes, donde siempre había tiempo para compartir en familia, y donde no importaban las diferencias entre unos y otros, siempre estaban todos juntos, para celebrar el nacimiento de Jesús.

La Nueva Radio Suárez entrevistó a Juan Hippener para que recordara cómo se vivían las fiestas de Navidad y Año Nuevo, en el ayer de los Alemanes del Volga.
Por supuesto que se trata de numerosas reuniones familiares, donde abuelos, hijos, nietos, tíos, innumerables cantidad de primos se reunían en torno a la mesa familiar para celebrar la vida, la alegría de estar vivos y juntos, en familia.
Si se trata de los Alemanes del Volga, la buena comida, y la buena música decían siempre presente.
En navidad, a las 11 de la noche, invariablemente, todos juntos, a la Misa de Gallo. Por eso, o se cenaba antes, o bien se dejaba la cena para luego de la medianoche. Mucha comida, y de la buena, compartida con los seres queridos. Las mujeres, aprovechando para ponerse al día de las novedades familiares, del vecindario, del pueblo. En largas conversaciones sostenidas en el dialecto alemán, mientras los chicos van y vienen jugando a los juegos más tradicionales. En los hornos de barro, carne con papas que se cuecen despacio y quedan incomparablemente sabrosas, para la tarde y el mate de la mañana, diferentes tortas, como el Dünne Kuche o Kreppel; infaltable, el Füllsen para acompañar las carnes y de postre, Strudel. 
Luego de las comidas, la reunión se prolongaba por muchas horas, sobre todo si alguno de la familia sacaba la verdulera o el bandoneón o el acordeón y se ponía a interpretar algunas polcas, que invitaba a muchos a cantar y a otros tantos a bailar.
La cosecha de trigo, antes, como ahora, estaba a pleno en Navidad. Pero, invariablemente, los brazos descansaban de la labor de campo. Se paraban las máquinas y se dejaba tiempo para el descanso y el reencuentro familiar.
Por supuesto que había árbol de Navidad. Los adornos eran golosinas, y los niños aguardaban impacientes, el permiso para sacar los adornos y comérselos. 
Y en ese marco era cierto que llegaba Papá Noel, trayendo regalos, pero las familias alemanas tenían también otra tradición: hablaban a los niños del Pelznickel o el hombre malo. Vestido de colores oscuros, cara de muy malo, y generalmente llevando cadenas en sus manos, llegaba para castigar por malas conductas o travesuras muy grandes. Los chicos le tenían terror. Escuchaban atentos los ruidos, ante la advertencia de sus familias. Y si escuchaban el ruido de cadenas que arrastraban por los pisos, huían despavoridos para protegerse donde consideraban el lugar más seguro. Juan Hippener recuerda cuando, alguna vez, en su niñez, vio que el Pelznickel levantó bien alto a algún niño para recriminarle que se había portado mal y a exigirle, con un vozarrón que daba pavor, que mejor que el año próximo se portara bien.
Recuerdos de las navidades vividas en los pueblos alemanes, donde siempre había tiempo para compartir en familia y donde no importaban las diferencias entre unos y otros, siempre estaban todos juntos, para celebrar el nacimiento de Jesús.

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