Fuente: lanuevaradio.com.ar

La Nueva Radio Suárez entrevistó a Juan
Hippener para que recordara cómo se vivían las fiestas de Navidad y Año Nuevo,
en el ayer de los Alemanes del Volga.
Por supuesto que se trata de numerosas
reuniones familiares, donde abuelos, hijos, nietos, tíos, innumerables cantidad
de primos se reunían en torno a la mesa familiar para celebrar la vida, la
alegría de estar vivos y juntos, en familia.
Si se trata de los Alemanes del Volga,
la buena comida, y la buena música decían siempre presente.
En navidad, a las 11 de la noche,
invariablemente, todos juntos, a la Misa de Gallo. Por eso, o se cenaba
antes, o bien se dejaba la cena para luego de la medianoche. Mucha comida, y de
la buena, compartida con los seres queridos. Las mujeres, aprovechando para
ponerse al día de las novedades familiares, del vecindario, del pueblo. En
largas conversaciones sostenidas en el dialecto alemán, mientras los chicos van
y vienen jugando a los juegos más tradicionales. En los hornos de barro, carne
con papas que se cuecen despacio y quedan incomparablemente sabrosas, para la
tarde y el mate de la mañana, diferentes tortas, como el Dünne Kuche o Kreppel;
infaltable, el Füllsen para acompañar las carnes y de postre, Strudel.
Luego de las comidas, la reunión se
prolongaba por muchas horas, sobre todo si alguno de la familia sacaba la
verdulera o el bandoneón o el acordeón y se ponía a interpretar algunas polcas,
que invitaba a muchos a cantar y a otros tantos a bailar.
La cosecha de trigo, antes, como ahora,
estaba a pleno en Navidad. Pero, invariablemente, los brazos descansaban de la
labor de campo. Se paraban las máquinas y se dejaba tiempo para el descanso y
el reencuentro familiar.
Por supuesto que había árbol de Navidad.
Los adornos eran golosinas, y los niños aguardaban impacientes, el permiso para
sacar los adornos y comérselos.
Y en ese marco era cierto que llegaba
Papá Noel, trayendo regalos, pero las familias alemanas tenían también otra
tradición: hablaban a los niños del Pelznickel o el hombre malo. Vestido de
colores oscuros, cara de muy malo, y generalmente llevando cadenas en sus manos,
llegaba para castigar por malas conductas o travesuras muy grandes. Los chicos
le tenían terror. Escuchaban atentos los ruidos, ante la advertencia de sus
familias. Y si escuchaban el ruido de cadenas que arrastraban por los
pisos, huían despavoridos para protegerse donde consideraban el lugar más
seguro. Juan Hippener recuerda cuando, alguna vez, en su niñez, vio que el
Pelznickel levantó bien alto a algún niño para recriminarle que se había
portado mal y a exigirle, con un vozarrón que daba pavor, que mejor que el año
próximo se portara bien.
Recuerdos de las
navidades vividas en los pueblos alemanes, donde siempre había tiempo para
compartir en familia y donde no importaban las diferencias entre unos y otros,
siempre estaban todos juntos, para celebrar el nacimiento de Jesús.
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