
La mujer cargaba sobre sus
espaldas todo el peso de la familia. Por eso conversar con mujeres de edad
avanzada significa rescatar y revalorizar y distintas pinceladas de la historia
cotidiana de los pueblos alemanes. Ellas nos pueden pintar un cuadro
intensamente real de cómo se desarrollaba la vida femenina en los primeros
tiempos de las colonias y cómo se desenvolvían sus existencias en una sociedad
basada en férreas tradiciones religiosas y arraigadas costumbres machistas y
para nada igualitarias.
“Los sábados mamá nos hacía
levantar temprano –recuerda una abuela de noventa años- y había que realizar
las tareas de la casa; nosotros teníamos un patio amplio, y como yo era la más
pequeña tenía que barrerlo y limpiar los gallineros. Entre todas las hermanas
mujeres teníamos que lavar la ropa de toda la familia. Coserla, remendarla,
plancharla... porque el lunes los hermanos y papá volvían a sus tareas rurales,
en las que también teníamos que colaborar, ayudando en lo que podíamos. En los
atardeceres teníamos que regar la quinta con grandes baldes llenos de agua que
eran pesadísimos. Además teníamos que carpirla y mantenerla limpia de yuyos. En
una palabra: las mujeres, tanto hijas como mamá, hacíamos todas las tareas
domésticas más todo el trabajo que nos exigía realizar papá en el campo, donde
trabajábamos a la par de él”.
La mujer se pasaba la mayor parte de su
juventud embarazada. Cada matrimonio tenía por regla general más de diez hijos.
Pero el estar embarazada no la liberaba de realizar las labores que le exigía
el marido. Porque él era el jefe de familia y se hacía lo que él decía. Su
opinión era sagrada y no se discutía jamás. Esto era así porque en los pueblos
alemanes la sociedad se regía por el sistema patriarcal, con códigos que en la
actualidad se considerarían machistas y nada igualitarios para la mujer pero
que en aquellos años eran aceptados y moneda corriente en la mayoría de las
culturas inmigratorias.
“El papel de la mujer era servir a todos
los que compartían la familia y su actividad se orientaba a cuidar, alimentar,
educar, atender en las enfermedades y acompañar en la hora postrera. Era la ama
de casa –reflexionan los historiadores Generoso Stang y Orlando Britos – pero
al mismo tiempo estaba sujeta a la misión que se le asignaba. Estaba dotada de
autoridad para llevar a cabo su misión de cuidar la economía familiar;
dedicarse a la educación de los niños, especialmente a las hijas mujeres a
quienes debía instruir en las tareas propias de una mujer; enseñándoles los
caminos para administrar su hogar, los conocimientos de cocina, sin descuidar
en lo más mínimo la educación religiosa”.
“La mujer se pasaba
el día trabajando: elaborando los alimentos; la vestimenta para los integrantes
del hogar; hilaba lana; tejía; bordaba” y, como ya dijimos, colaboraba en mil
quehaceres más trabajando casi a la par del marido. No era una vida sencilla
pero, a su manera, fue feliz. Al menos es lo que sostienen la mayoría de ellas
al ser consultadas. (Para leer más sobre el tema consultar mi libro “La vida
privada de la mujer alemana del Volga”, que se puede adquirir desde cualquier
localidad del país, por correo, por el sistema de contra reembolso).
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