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viernes, 21 de julio de 2017

Para casarse, la mujer debía cumplir con varios requisitos y poseer ciertas virtudes morales

En tiempos de nuestras madres y abuelas, la mujer para casarse tenía saber cocinar, coser, realizar todas las actividades del hogar y colaborar con el marido en los quehaceres rurales.  También tenía que destacarse en sus virtudes personales, en el temor y la fe en Dios, el respeto y la sumisión al esposo y mantener vigentes las tradiciones ancestrales en el seno familiar.

 La mujer cargaba sobre sus espaldas todo el peso de la familia. Por eso conversar con mujeres de edad avanzada significa rescatar y revalorizar y distintas pinceladas de la historia cotidiana de los pueblos alemanes. Ellas nos pueden pintar un cuadro intensamente real de cómo se desarrollaba la vida femenina en los primeros tiempos de las colonias y cómo se desenvolvían sus existencias en una sociedad basada en férreas tradiciones religiosas y arraigadas costumbres machistas y para nada igualitarias.
 “Los sábados mamá nos hacía levantar temprano –recuerda una abuela de noventa años- y había que realizar las tareas de la casa; nosotros teníamos un patio amplio, y como yo era la más pequeña tenía que barrerlo y limpiar los gallineros. Entre todas las hermanas mujeres teníamos que lavar la ropa de toda la familia. Coserla, remendarla, plancharla... porque el lunes los hermanos y papá volvían a sus tareas rurales, en las que también teníamos que colaborar, ayudando en lo que podíamos. En los atardeceres teníamos que regar la quinta con grandes baldes llenos de agua que eran pesadísimos. Además teníamos que carpirla y mantenerla limpia de yuyos. En una palabra: las mujeres, tanto hijas como mamá, hacíamos todas las tareas domésticas más todo el trabajo que nos exigía realizar papá en el campo, donde trabajábamos a la par de él”.
La mujer se pasaba la mayor parte de su juventud embarazada. Cada matrimonio tenía por regla general más de diez hijos. Pero el estar embarazada no la liberaba de realizar las labores que le exigía el marido. Porque él era el jefe de familia y se hacía lo que él decía. Su opinión era sagrada y no se discutía jamás. Esto era así porque en los pueblos alemanes la sociedad se regía por el sistema patriarcal, con códigos que en la actualidad se considerarían machistas y nada igualitarios para la mujer pero que en aquellos años eran aceptados y moneda corriente en la mayoría de las culturas inmigratorias.
“El papel de la mujer era servir a todos los que compartían la familia y su actividad se orientaba a cuidar, alimentar, educar, atender en las enfermedades y acompañar en la hora postrera. Era la ama de casa –reflexionan los historiadores Generoso Stang y Orlando Britos – pero al mismo tiempo estaba sujeta a la misión que se le asignaba. Estaba dotada de autoridad para llevar a cabo su misión de cuidar la economía familiar; dedicarse a la educación de los niños, especialmente a las hijas mujeres a quienes debía instruir en las tareas propias de una mujer; enseñándoles los caminos para administrar su hogar, los conocimientos de cocina, sin descuidar en lo más mínimo la educación religiosa”.
“La mujer se pasaba el día trabajando: elaborando los alimentos; la vestimenta para los integrantes del hogar; hilaba lana; tejía; bordaba” y, como ya dijimos, colaboraba en mil quehaceres más trabajando casi a la par del marido. No era una vida sencilla pero, a su manera, fue feliz. Al menos es lo que sostienen la mayoría de ellas al ser consultadas. (Para leer más sobre el tema consultar mi libro “La vida privada de la mujer alemana del Volga”, que se puede adquirir desde cualquier localidad del país, por correo, por el sistema de contra reembolso).

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