Se llevará a cabo los días 1,
2 y 3 de marzo en Pueblo Santa María, Partido de Coronel Suárez, Provincia de
Buenos Aires. Se realizará un Strudel gigante y se organizan una gran variedad
de eventos tradicionales.
Historia, costumbres y tradiciones de los alemanes del Volga. Investiga y escribe: Julio César Melchior
Rescata
Para más información pueden comunicarse al WhatsApp: 2926 461373 o al Correo electrónico juliomelchior@hotmail.com
sábado, 26 de enero de 2019
viernes, 18 de enero de 2019
La casa de adobe

El único lujo, y a la vez, el
único confort, que sus moradores poseían, era una cocina a leña, en la que se cocinaban y horneaban todos
los platos que ponían sobre la mesa, y con la que calentaban toda la casa en
invierno.
También
tenían una mesa larga de madera, varias sillas, un enclenque mueble para los
enseres domésticos, una cama matrimonial y otra de una plaza y dos colchones,
que yacían tirados en el piso.
En la
vivienda vivían don Alfredo, su esposa y seis hijos. El mayor tenía trece y el
menor dos años. Ninguno asistía a la escuela. Todos debían aportar, con su
trabajo, en la manutención del hogar. De nada sirvió que la monja superiora
tratara de convencer al hombre de que sus hijos merecían una educación. “Y
quién me ayuda en el campo? Usted?” -fue la respuesta. “Somos muchos en la y
todos quieren comer”.
La
vivienda había sido levantada a unos cien metros del pueblo. Cerca de un
arroyito. Los niños, en verano, junto a la madre, cultivaban una quinta, como
para alimentar a toda la colonia. Cosa que intentaban, porque todos los días,
bien temprano a la mañana, madre e hijos, recorrían el pueblo vendiendo
verduras y hortalizas.
Tenían
una vida sacrificada. Dura. Llena de privaciones. Que, con los años, se
profundizó, porque fueron naciendo varios niños más. La pobreza no parecía un
límite para concebir más niños. Más bien, parecía todo lo contrario.
Tampoco
el poco espacio que había en la casa era un límite para traer más hijos al
mundo. En vez de ampliarla, cosa difícil, ante una situación de humildad tan
extrema, se solucionaba el inconveniente desparramando colchones en la cocina
durante las noches, que generalmente eran compartidos por más de dos niños.
Todos
crecieron sanos y de uno en uno fueron abandonando la casa para luego
casarse.
Finalmente
don Alfredo y su esposa quedaron solos, en la casa de adobe, junto al
arroyito.
Primero
murió don Alfredo, a los 83 años, y unos meses después, lo siguió su esposa.
La
vivienda, de adobe, pintada a la cal, con puertas y ventanas verdes, quedó
sola, a merced del tiempo.
Un
día, transcurridos muchos años de soledad y olvido, un viento fuerte se llevó
el techo.
Y la casa empezó a morir.
(Julio César Melchior).
sábado, 5 de enero de 2019
Se cumple un nuevo aniversario de la fundación de Colonia Hinojo, la colonia madre de los alemanes del Volga

Todavía se conservan algunos
testimonios de esas primeras épocas, como por ejemplo un breve manuscrito que
el Schulmeister José Gottfried encontró en la iglesia local. Se lee allí que:
"Duros fueron los primeros tiempos, nos decían nuestros abuelos (...)
primero el idioma (...) los pajonales (sic), no se divisaba más que unos metros
y el poco tiempo transcurrido de la conquista de (sic) desierto siempre
quedaban algunos indios los hombres (que) tenían que (ir) a sus chacras a
trabajar (ilegible. Quizá: "les temían").
Con mejor sintaxis pero con datos parecidos, informa a su vez esta otra reseña: “Llegaron hasta un lugar llamado San Jacinto. Lo único que respondía a ese nombre eran los pajonales, donde los patriarcas permanecieron unos dos años, debiendo organizar continuamente guardias, armados con implementos antediluvianos para defenderse de los malones indios."
Con mejor sintaxis pero con datos parecidos, informa a su vez esta otra reseña: “Llegaron hasta un lugar llamado San Jacinto. Lo único que respondía a ese nombre eran los pajonales, donde los patriarcas permanecieron unos dos años, debiendo organizar continuamente guardias, armados con implementos antediluvianos para defenderse de los malones indios."
De cualquier forma, los rastros
de esta primera fundación prácticamente se han perdido.
“A raíz de algunos conflictos suscitados
con otro grupo de colonos, en este caso franceses establecidos en la zona
acogida por la misma ley de colonización, los alemanes solicitaron y obtuvieron
el permiso para trasladarse a un kilómetro de distancia”, escribe Olga Weyne.
Acordado este permiso,
desmontaron todas las viviendas para trasladarlas al nuevo destino, al cual
llegaron pocos días después nuevos emigrantes del Volga en cantidad bastante apreciable.
Así quedó fijado el lugar
definitivo de colonia Hinojo.
Como las familias estaban
formadas por personas todavía jóvenes y los hijos eran numerosos, tanto los
hombres como las mujeres, al principio, tuvieron que realizar tareas sumamente
agobiadoras, no sólo en la casa sino también en el campo. Uno de los más
jóvenes principiantes, el primer año, contra viento y marea pudo sembrar de
cuatro a cinco hectáreas; el segundo año anduvo mejor y llegó a las 14
hectáreas.
Después de fundarse la colonia de
Hinojo, se desplazó otra corriente inmigratoria desde el Volga y unas veinte
familias fundaron la colonia Nievas, llamada también Holtzen. El cielo los
favoreció y, obteniendo buenas cosechas en los años siguientes, pudieron
acomodarse bien. La producción abundante de la hacienda sumó nuevos ingresos,
que fortalecieron la economía que ya tomaba bases sólidas.
Estas circunstancias estimularotn
su progreso y dos años más tarde se fundó colonia San Miguel.
Los colonos orientaron sus actividades
hacia las dos ramas fundamentales del campo: agricultura y ganadería. Las
chacras de las tres colonias contaban con pasto muy bueno para la hacienda. Ese
fue un factor de peso para que algunos se consagraran con preferencia a lo
último, por lo cual podía observarse chacras que contaban hasta con mil y dos
mil cabezas de animales, entre vacunos, lanares y equinos (Autor: Julio César
Melchior).
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