Rescata

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miércoles, 6 de marzo de 2019

Típica relación de madre e hija en una colonia alemana del Volga


Un sábado a la tarde, doña Ester y su hija terminaron de bañar a los cinco niños, después de que se bañaron los hombre de la casa, el marido de doña Elvira y sus tres hijos mayores, que ya trabajaban en el campo y que, ni bien terminaron de vestirse, enfilaron hacia la calle, uno a visitar a su novia y los otros dos, rumbo al bar a beber el clásico vermut con los amigos y a jugar a los naipes.
El marido, don Fermín, se dirigió a la cocina, encendió la radio para escuchar el noticioso mientras, relajado, tras una larga semana de trabajo, tomó unos mates en silencio. Doña Ester y su hija, que se llamaba Mercedes, empezaron a recorrer las habitaciones recogiendo ropa sucia. Al pasar por la cocina con los bultos, don Fermín les convidaba un mate, alardeando de su sapiencia como cebador. Doña Ester lo miró fijo pero no dijo nada. Para qué? Nada cambiaría. La vida era así y seguiría siendo así por toda la eternidad.
Ya en la patio, se dispusieron a lavar en enormes fuentones de chapa. Soplaba una brisa fresca.
Mercedes había cumplido dieciséis años y si bien ella no lo advertía, sus padres ya la habían reservado como garantía de su vejez. Le dejarían en herencia la casa como premio al sacrificio. Ella no tendría derecho a tener novio, tampoco a casarse, ni a tener hijos. Apenas sí el permiso de tener una o dos amigas que, andando el tiempo, formarían sus propios hogares y la dejarían sola en su vejez. (Autor: Julio César Melchior)

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