Rescata

WhatsApp: 011-2297 7044. Correo electrónico historiadorjuliomelchior@gmail.com

sábado, 20 de abril de 2019

¿Conocen la tradición de los Klapperer que eran una parte fundamental en la Semana Santa?

Varias semanas previas a la celebración de Pascua los niños que cumplían funciones de monaguillos, a los que se le sumaban a veces una veintena más, importunaban hasta el agobio a sus padres para que les concedan el permiso, primero, de actuar como Klapperer durante la Semana Santa, y segundo los ayuden a fabricar una Raschpel, tarea nada sencilla para los pequeños, pues requería poseer conocimientos de carpintería, aunque más no fueran rudimentarios, y saber cómo armar una Raschpel no solo de diseño decoroso sino que emitiera un sonido potente al hacerla girar. 
La mayoría de los padres accedían complacidos felices de que sus hijos manifestaran tanto alborozo en mantener viva esta ancestral tradición aunque tuvieran que dejar de lado actividades más apremiantes de su cotidiano quehacer, generalmente relacionado a las labores rurales; pero los había también, unos pocos, es cierto, que se negaban a perder el tiempo fabricando una Raschpel para que sus hijos anduvieran por la colonia alborotando a los perros y las gallinas, y por qué no, a algún anciano desprevenido. Los vástagos de estos padres desaprensivos, birlaban un serrucho, martillo y clavos de la herrería y unas maderas de la carpintería, y en secreto comenzaban a fabricarla ellos. Qué tan difícil puede ser fabricar una Raschpel se preguntaban unos a otros mientras ponían manos a la obra, sin distinguir, en cada martillazo, entre dedos y maderas.
Cuando faltaban dos o tres días para que entrara en funciones este original batallón, el sacerdote los convocaba a la casa parroquial para instruirlos en sus tareas. Ahí los niños que participaban por primera vez tomaban conocimiento de la actividad que se esperaba tenían que llevar a cabo durante Semana Santa y los que ya venían con experiencia de años anteriores, escuchaban sin oír, pergeñando travesuras. 
La labor de los Klapperer o die Klapperer, así se llamaba a este batallón de niños, consistía en suplir el mutismo de las campanas durante Semana Santa, cuando se “volaban” en la noche del Jueves Santo, regresando recién en la noche del Sábado Santo, con el sonido de sus Raschpel o matracas. 
Los Klapperer recorrían tres veces las calles de la colonia previo al comienzo de cada misa, reemplazando el repicar de las campanas con el estruendoso sonido de sus Raschpel, que rompía el pacífico silencio de la localidad asustando a los perros que les ladraban furiosos y a los gatos, gallinas, pavos, vacas lecheras, que disparaban despavoridos hacia campo abierto.
Cuando llegaba el momento en que debía escucharse el primer repicar de las campanas de la torre de la iglesia llamando a misa, los Klapperer salían a suplir su silencio, al grito de Zum ersten mal o la primera vez, acompañando su pregón con el atronador ruido de sus Raschpel. 
Ceremonia que se repetía cuando tenían que sonar por segunda y tercera vez las campanas de la iglesia. En estos casos los Klapperer vociferaban a los cuatro vientos zum zweiden mal o la segunda vez y zum dritten mal o la tercera vez, respectivamente.
Acto seguido, el sacerdote daba inicio a la ceremonia.
Los niños que cumplían la función de Klapperer, se la pasaban en la calle, Raschpel en mano, recorriendo la colonia en Semana Santa, volviendo locos no solamente a los animales sino, a veces, generando alguna pequeña diablura, porque, entre tan numeroso grupo de infantes, nunca faltaba uno al que se le ocurriera una brillante idea.
Las campanas enmudecían el Jueves Santo por la noche cuando se decía que die Klocken fliegen fort o se vuelan las campanas, y regresaban el Sábado Santo, también por la noche, pero esto no significaba que no hubiera misas, todo lo contrario, las ceremonias religiosas que se desarrollaban por aquellos años en Semana Santa eran muchas, a la mañana, a la tarde y a la noche, y el anuncio de todas estaba en manos de los Klapperer, que, a toda esta tarea de tener que hacer tres recorridos previos a cada misa, reemplazando el repicar de las campanas de la iglesia con el sonido de sus Raschpel, también debían levantarse de madrugada para recorrer las calles de la colonia cantando el Ave María Gracia plena, repitiendo el mismo canto a las doce del mediodía y al atardecer, porque las colonias de los alemanes del Volga, a lo largo del año, desarrollaban sus tareas al ritmo del toque de las campanas, momento en que hacían una pausa en sus labores y rezaban el Ángelus. Y como si todo esto no fuera suficiente, el Klapperer asimismo recorría las calles de las colonias anunciando el programa completo de ceremonias religiosas que se iban a llevar a cabo durante la Semana Santa.
Semejante trabajo religioso tenía su recompensa el domingo de Pascua, cuando este batallón de más de veinte niños se congregaba en la casa parroquial, para desde allí empezar a recorrer la colonia, ingresando a todos los hogares solicitando su recompensa al ritmo de sus matracas y entonando un poema ancestral afín para esa circunstancia.
Mientras tanto las familias los esperaban con alegría recompensándolos con Huevos de Pascua, elaborados por las madres, en realidad huevos de gallina bellamente decorados, algunas masitas, porciones de Dünne Kuchen o Strudel, y, muy de vez cuando, alguna familia pudiente, les obsequiaba una monedita de un centavo, todo un dineral para un niño de aquella época. (Autor: Julio César Melchior).

No hay comentarios:

Publicar un comentario