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jueves, 11 de julio de 2019

Impensada travesura por culpa de una pelota de cuero número cinco

Luis era hijo de don Pedro Enrique Streitenberger, el hombre que poseía la casa más grande y más bella de la colonia. Construida en la calle principal, cerca de la iglesia, la vivienda se destacaba no solamente por su grandeza y su belleza, sino también por la calidad y la ornamentación de sus puertas y ventanas y por poseer un baño con inodoro, lavatorio con canillas y una ducha con una tina enorme, en vez de un rústico Nuschnick, levantado a treinta metros de la casa.
Luis tenía diez años y acceso a todos los juguetes que eran posibles comprar en la ciudad, cada vez que don Pedro Enrique Streitenberger viajaba para realizar algún tipo de transacción comercial, como vender el trigo de la cosecha, comercializar los vacunos o comprar algún tipo de herramienta moderna.
Fue así que un día, Luis deslumbró a sus amigos con una pelota de fútbol de cuero, para más datos una número cinco, y un par de botines, también de cuero. 
La novedad recorrió la colonia y en segundos una multitud de niños curiosos llenó el baldío donde habitualmente jugaban al fútbol.
Luis se convirtió rápidamente en el niño más popular y en el niño cuya amistad todos deseaban. Pero, en todas las relaciones humanas siempre hay un pero, Luis no quería ser amigo de todos los niños sino de los que él juzgaba merecedores de poder acceder al privilegio de jugar con su balón y acceder a su casa. Algo de lo que muy pocos podían presumir. Ya que en la colonia no todos estaban en su nivel social. Ni siquiera cerca. 
Así que esto originó un conflicto entre los niños, que desembocó en varias grescas que se resolvieron a golpes de puño durante los recreos, y en un problema mayúsculo para los otros padres, la mayoría humildes peones de campo, que no encontraban la forma de explicarles a sus hijos que, para ellos, era económicamente imposible comprar semejante regalo para sus hijos. Comprarlo hubiese significado no comer durante semanas o, quizá, hasta meses.
El revuelo infantil se prolongó durante casi un año, hasta que otro niño, de once años, el gordo Scheffer, como lo conocían sus camaradas, se cansó de pedirle, primero prestado el balón, y después rogarle que lo deje participar en los partidos que se armaban en el baldío, aunque más no sea como arquero, le robó un cuchillo a su madre y le destrozó a Luis su amada pelota de cuero número cinco metiéndole seis tajos. (Autor: Julio César Melchior).

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