Rescata

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miércoles, 7 de octubre de 2020

Historia de vida de la abuela Elisa, una alemana del Volga de 89 años, que nos cuenta su infancia

"Yo empecé a trabajar a los ocho años, el día que ordeñé mi primera vaca, cuando mi madre enviudó, siendo muy joven y con ocho hijos. Yo tenía diez años y tres hermanos menores que yo: un varón de seis, una nena de cuatro y otro varón de un año. Los otros eran solamente un poquito más mayores que yo. Todos tuvimos que dejar la escuela y empezar a ayudar a sostener a la familia. Vivíamos en el campo. El patrón le permitió a mi mamá seguir estando, con la condición de que el tambo continuara produciendo, como cuando vivía mi papá. Por lo que todos tuvimos que abandonar la escuela y ponernos a trabajar en el tambo. Yo estaba cursando tercer grado. Me acuerdo que me gustaban mucho los números y las lecturas en alemán" -recuerda doña Elisa.
"Nos levantábamos a las tres y media de la mañana, porque eran muchas las vacas que había que ordeñar hasta las ocho, en que pasaba el carro a recoger los tarros con leche para llevarlos a la fábrica. Después venía el desayuno y luego otra vez afuera, a arriar las vacas a sus respectivos potreros. Regresar a casa y ayudar a mamá a lavar la ropa de toda la familia, hacer las camas, limpiar la casa. Un montón de tareas que tuve que aprender de golpe. Había días en que lloraba porque no quería levantarme tan temprano o porque estaba cansada de tanto trabajar, a veces, me dolía mucho la cadera, y también había días que quería ir a pescar con mis hermanos, como antes, o jugar con mis muñecas. Pero no se podía. Mamá era implacable. Y hoy la entiendo. No le quedaba otra. Adónde íbamos a ir, si ni casa teníamos. No teníamos un techo dónde vivir. Estábamos obligados a quedarnos trabajando en el campo. Y el patrón se aprovechaba de eso. Nos explotaba al máximo a la hora de pagarle los sueldos a mamá. Siempre tenía una excusa para reconocernos algo y nos descontaba todo. Siempre -revela doña Elisa con tristeza.
"Así es como desde muy chica supe lo que es trabajar para sobrevivir. Porque no solamente estaba el trabajo de ordeñar las vacas y todo lo que ya conté sino que también tenía que ayudar a cocinar, a limpiar el corral de los cerdos, que criábamos para carnear y hacer chorizos con una familia vecina, barrer el gallinero, recoger los huevos, darle de comer a las gallinas, barrer el patio, durante el verano juntar Blater, bosta de vaca, para la cocina a leña, que estibábamos en el patio y regar la quinta de verduras y hortalizas, que era inmensa, porque sembrábamos y producíamos para nosotros y una vez a la semana, mi hermano mayor, con un carrito, tirado por un caballo, iba a la colonia a vender verduras y huevos y alguna que otra gallina, pavos, patos, gansos. El trabajo era interminable" -afirma doña Elisa.
"Cómo si todo eso no fuera suficiente, mi hermano menor murió de pulmonía a los tres años. Fue una tragedia que mi madre nunca pudo superar. Cargó con ese inmenso dolor durante toda su vida. Cada vez que recordaba ese momento, lloraba. Médico no había. La ciudad más cercana quedaba a más de cincuenta kilómetros. Y tampoco teníamos dinero. Eran épocas difíciles. Tampoco teníamos auto. Sólo un carrito. Y el patrón llegaba una o dos veces al mes solamente. Mi mamá estaba siempre sola con nosotros. En el medio del campo. Un ranchito de adobe, un galpón de chapa y dos o tres árboles" -rememora con los ojos llenos de lágrimas.
"Esa fue mi niñez y fue mi adolescencia. Crecí de golpe. Maduré muy rápido, como todos los niños de aquella época de la colonia. Desde muy pequeña ya tuve que asumir responsabilidades y obligaciones de adulto. Por eso me casé tan joven. Yo me casé a los quince. Y a los dieciséis ya nació mi primer hijo. Pasé de trabajar en un campo, con mi mamá, a trabajar en otro, a la par de mi marido. Con él tuve que aprender actividades relacionadas con la ganadería, para poder ayudarlo. A la par criaba gallinas, cerdos y hacía huerta, lo mismo que cuando era niña. Éramos pobres y había que trabajar. Los hijos iban llegando, tuve seis, y había que darles de comer y vestirlos. Nada fue fácil. Sin embargo, con mi marido conseguimos construir nuestra casa, en la que trabajamos durante casi veinte años, hasta que estuvo lista. Haciendo muchísimo sacrificio para ahorrar, a veces, incluso privándonos de cosas. Pero fuimos felices juntos. Muy felices. Lo mismo que tampoco me quejo de mi niñez. Mi madre hizo lo que pudo y ella, tanto como la vida, me hicieron crecer, me formaron y me transformaron en lo que soy -concluye satisfecha, doña Elisa, acotando que tiene doce nietos que son su mayor orgullo y que es muy feliz. (No olvidemos a nuestras madres en el "Día de la Madre", a celebrarse durante las próximas semanas, y llenemos su alma de amor y hagámosle un hermoso regalo, obsequiemos un libro que rescata su historia y su cultura: "La vida privada de la mujer alemana del Volga", "La gastronomía de los alemanes del Volga", "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga", "La infancia de los alemanes del Volga"). Autor: Julio César Melchior.

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