Rescata

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sábado, 17 de octubre de 2020

La triste historia de Julia

“Nos casamos en la colonia, un jueves y al día siguiente nos fuimos a trabajar al campo, de matrimonio. Mi marido realizaba las tareas rurales y yo tenía que cocinar para los patrones y limpiarles el chalet. Fueron muy duros conmigo. Me trataron muy mal. Me hacían trabajar todo el día. Había pisos en la casa que tenía que lavarlos con cepillo, arrodillada. Y uno no se podía quejar porque enseguida te despedían, te tiraban a la calle como a un saco de basura”- cuenta bajando la mirada. Los ojos se le llenan de lágrimas: “Los patrones tenían un hijo –agrega- que me hacía la vida imposible. Me tocaba toda. Me metía las manos por todas las partes del cuerpo cuando se acercaba en silencio y me agarraba desprevenida, lavando ropa en el lavadero. Fue muy feo. Y no lo podía contar a nadie. Ni siquiera a mi marido. Nos hubieran echado enseguida y nosotros no teníamos a dónde ir. Menos mal que el hijo de los patrones se fue a estudiar a la Universidad. Fueron tres años horribles. Me la pasaba llorando”- confiesa.
Doña Julia llora en silencio, desahogándose.
Luego de unos minutos, dice: “Ahí estuvimos quince años. Nacieron mis seis hijos. Cuando nació mi último hijo, el patrón llamó a mi marido y le dijo que ya no nos podía tener, porque éramos muchos, que él quería un matrimonio más joven, sin hijos. Y nos despidió. Juntamos nuestras pocas cosas y nos fuimos a casa de mi mamá hasta conseguir un nuevo trabajo. Mi marido hizo algunas changas y a los dos meses nos fuimos a trabajar a otro campo, lavando, planchando y cocinando, para los patrones”- remarca. “Mis hijos empezaron a trabajar desde muy chicos porque no se podían quedar con nosotros, al patrón no le gustaba. Decía que nos iba a tirar a la calle si no hacíamos algo y que él no alimentaba parásitos. Y así nos fuimos quedando solos, mi marido y yo”- revela.
“Estuvimos en el campo hasta que lo vendieron, en total treinta años. Después nos fuimos a vivir a la casa de mis padres, que ya no estaban. Mi marido sufrió mucho porque ya estábamos grandes para conseguir trabajo y así fue: hacía changuitas y nada más. Fueron años muy duros. Menos mal que teníamos algo de dinero ahorrado. Mi marido murió de tristeza. No podía estar sin trabajar. Me dejó sola”- sentencia doña Julia llorando, que hoy vive lejos de su casa, lejos de su colonia, en el hogar de su hijo, en otra ciudad, otra gente, otra cultura. (Autor: Julio César Melchior).

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