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sábado, 28 de agosto de 2021

Se conmemora el 80 aniversario del genocidio de los alemanes del Volga

 El 28 de agosto de 1941 el Soviet Supremo de Rusia promulgó un decreto condenando a la población alemana a ser deportada a la inhóspita, desolada y fría Siberia y les quitó a sus habitantes todos los derechos civiles y políticos. La medida fue tomada sobre la base de una acusación no solamente injusta sino arbitraria, la de ser espías y agentes nazis.

De esta manera se iniciaron terribles represiones; "miles de personas fueron capturadas y fusiladas; toda la población, familias completas, fueron arrancados de sus hogares; los cargaron como animales en vagones de carga, incluyendo todo habitante de ascendencia alemana aún los oficiales y soldados del ejército ruso de etnia alemana, todos fueron condenados a trabajos forzados, muchos murieron de hambre y de frío. Fueron literalmente borrados del mapa. Ni siquiera se reconocía que existían. Ellos habían sido formalmente abolidos. Todos deportados a Siberia" -recuerdan los historiadores que investigan y reconstruyen aquella nefasta época, en la que los alemanes del Volga fueron condenados a sufrir los mayores castigos y humillaciones y arrastrados a realizar trabajos forzados e inhumanos hasta morir. Siberia quedó regada de cuerpos y sangre vertida por los alemanes del Volga. Desde hombres, mujeres y niños. No había contemplación para nadie. Así fue como centenares de miles de víctimas inocentes murieron de una muerte indigna, llevando a cabo trabajos forzados y soportando un clima inhóspito y la furia despiadada de los soldados rusos, que no dudaban en asesinar a los prisioneros, sin importar si eran niños, mujeres o ancianos.
Los deportados a campos de concentración fueron transportados lentamente en vagones para el ganado hacia Siberia, Asia Central y el alto Norte, pasando el Círculo Polar Ártico.
La alimentación era casi nula. Los que morían se enterraban a la vera de las vías del tren, cuando se detenía en algún alto en el medio de la nada o simplemente eran arrojados fuera de los vagones. Había trayectos en que el tren no se detenía durante varias jornadas.
El final del larguísimo viaje fue un descampado, una tierra desolada, vacía y yerma. Donde los desterrados tuvieron que construir sus precarias chozas con lo que encontraban. Bajo un clima terrible y de muy bajas temperaturas. Siempre bajo vigilancia militar. Guardias crueles con órdenes de matar si lo consideraban conveniente.
Habían sido desplazados de sus hogares y debían trabajar como esclavos hasta morir, sin ningún tipo de derechos. Fueron tratados peor que las bestias. Diariamente morían de hambre decenas de personas, tanto niños como mujeres y hombres. No había contemplación para nadie. Todos debían trabajar. Y por supuesto, las tareas asignadas eran inhumanas y la comida escasísima. Fueron años horribles y terribles.
Las aldeas del Volga quedaron destruidas y abandonadas para siempre. Los alemanes del Volga que lograron sobrevivir jamás tuvieron permiso para regresar a sus antiguos hogares.
Sin embargo, nada pudo doblegar su temple, su espíritu ni su fe en Dios, que siempre los mantuvo en pie. Como tampoco nada pudo doblegar su fe en sí mismos y en la esperanza en un mañana mejor.

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