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Pintura de Walter Langley |
Al cuarto día ya le resultó imposible ocultar no solo la hinchazón de las piernas sino el dolor que esto le causaba cuando caminaba. Aún así, no quiso ir al médico. Minimizó el problema frente a sus hijos y, con la ayuda de la escoba como bastón, se las arregló para cumplir con todas las tareas cuando estaba sola y sus hijos no la veían.
Transcurrieron los días. Una semana. Dos. Hasta que una mañana, los hijos se levantaron, como todas las mañanas, para desayunar, y la mesa no estaba servida y el café con leche tampoco puesto sobre la cocina a leña que, llamativamente, tampoco estaba encendida.
-Qué raro -pensaron los dos hijos solteros que vivían con ella. La primera vez en su vida que mamá se queda dormida.
Cuando fueron a despertarla, la encontraron muerta, al pie de la cama matrimonial, con el camisón puesto y las cobijas desparramadas por el piso: tenía ochenta y dos años.
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