Rescata

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lunes, 27 de mayo de 2024

El inolvidable Brummer (Prumer)

 Cuando éramos niños le pedíamos un botón grande, de saco o sobretodo, a mamá, a papá un trozo de hilo resistente, y con esos dos elementos construíamos el Brummer (zumbador): enhebrábamos el botón con los dos extremos del hilo, cuyas puntas cerrábamos con un nudo. Hecho esto, tomábamos el hilo por los extremos, manteniendo el botón en el centro, y lo hacíamos girar. A más velocidad, más ruido.
Hasta ahí el juego. Casero, original e inocente. Luego, para algunos varones traviesos, venía una etapa adicional. Acercarse por detrás a una niña con cabello largo para que el Brummer, girando a toda velocidad, se enrede en su pelo. Hubo casos en que fue imposible desenredar la cabellera. La niña directamente tuvo que cortarse el cabello para sacarse de la cabeza el objeto. Más de un varón pagó caro semejante ocurrencia. Primero un sermón, después una furibunda paliza con la alpargata y finalmente, una penitencia de varios días.

Un libro único en su género, BILINGÜE con todos los juegos, adivinanzas, salutaciones festivas, canciones de cuna e infantiles, costumbres y las etapas desde el nacimiento hasta la adolescencia en español y el dialecto de las aldeas y colonias. El libro "La infancia de los alemanes del Volga" un libro imperdible para rememorar, conocer, valorar y revivir la etapa más linda de la vida de nuestros ancestros. No lo dejen de leer! Información: WhatsApp: 011 2297 7044.

Los colchones de lana

 La abuela Ana recuerda que “mucha gente me traía la lana de oveja ya lavada, limpia, para hacer un colchón. Yo la escardaba, separaba la lana, la aireaba y una vez que la tenía suelta y suave, comenzaba a armar el colchón, lo cosía con agujas largas, especiales para esa tarea, para pasar el hilo desde un lado hacia el otro, con la ayuda de un dedal. Esta labor llevaba varios días con muchas horas de trabajo y mucho esfuerzo, porque era pesado dar vuelta el colchón a medida que lo iba terminando.
Además de hacer colchones nuevos, la gente me traía colchones que tenía que abrir para lavar la lana apelmazada para volver a recuperarlo, es decir, con la misma lana realizar uno nuevo.
También hacía acolchados, los famosos acolchados de lana que antiguamente tanto se usaban en las aldeas de los alemanes del Volga. Que eran pesados pero que tanto abrigaban” -afirma.

domingo, 19 de mayo de 2024

Pan casero con manteca y miel

 En nuestra niñez no había placer más grande que visitar a la abuela para comer el pan casero que horneaba en la cocina a leña, un pan grande, alto, esponjoso y suave que ella después untaba con abundante manteca casera y miel. Por supuesto acompañado de un mate cocido o un té con leche. Placeres que hoy nos parecen cotidianos y pequeños pero que, sin embargo, son inmensos como irrecuperable aquel tiempo vivido. Porque abuela ya no está, tampoco su pan ni la manteca casera, la miel en la actualidad ya no tiene el mismo sabor, y su cocina a leña vaya uno a saber dónde fue a parar cuando ella murió, hace ya bastantes años.

miércoles, 15 de mayo de 2024

Así vivían los alemanes del Volga las tradicionales carneadas

 El ritual de las carneadas para consumo familiar empezaba casi de madrugada, cuando se encendía un gran fuego para calentar el agua que se iba a usar para limpiar el cerdo y todos se aprestaban para la faena preparando, cada uno, sus utensilios, herramientas y elementos de trabajo. La actividad era ocasión propicia para reunir a familiares, amigos y vecinos, que se acercaban a la casa a colaborar, transformando la carneada, que duraba dos o tres días, en un gran encuentro social, con música incluida, y suculentas comilonas. Nadie se negaba a aportar su granito de arena, porque el trabajo era mucho y debía llevarse a cabo durante un fin de semana, para no interferir en las labores rurales. Además, era una costumbre establecida, que todos los que ayudaban, se llevarán como obsequio carne y morcillas y chorizos para probar. El proceso de la carneada comenzaba varios meses antes, cuando la familia adquiría un lechón, que era criado en el chiquero, que el padre construía en el fondo del patio con maderas y alambre tejido, generalmente en desuso, y era alimentado con las sobras y desperdicios de los alimentos que se consumían en el hogar y, ocasionalmente, se le agregaban cereales o forrajes que se obtenían de algún chacarero conocido. Cuando el animal alcanzaba la mayoría de edad y el peso deseado, entre los doscientos kilos, un poco más, un poco menos, se tomaba la decisión de sacrificarlo, junto con un vacuno que se compraba para ese menester, para abastecer los sótanos de chorizos y jamones para pasar los crudos y fríos inviernos.
Generalmente la carneada se llevaba a cabo durante un fin de semana, para evitar que la misma interrumpiera el normal desarrollo de las actividades rurales, y participaban no solamente todos los integrantes de la familia sino parientes y vecinos.
El cerdo se degollaba con precisión, insertando el cuchillo en medio de la unión de la cabeza y el cuello, para lograr el desangrado. La sangre se recogía en un recipiente, que se colocaba debajo de la incisión, sin dejar de removerla para evitar que se cuaje. La misma se utilizaba elaborar la morcilla negra o Blutwurst.
Una vez muerto el animal, se procedía a colocar el cerdo sobre una mesa para escaldarlo o pelarlo, es decir, quitar con abundante agua hirviendo, raspando con cuchillos y, a veces, la ayuda de otros utensilios, los pelos que recubren la piel hasta dejarla totalmente lisa y limpia.
El paso que seguía es el desposte, que no es otra cosa que descuartizar el cerdo clasificando y separando los diferentes cortes de carne de acuerdo al uso que se le iba a dar, por ejemplo, entre muchos otros, las patas para elaborar el jamón, y buena parte de las vísceras, el hígado, los riñones y diversos elementos de la cabeza del cerdo (como la lengua), que se cocinaban para formar parte de las morcillas, blanca y negra, y el queso de chancho. Porque todo se aprovechaba. Nada se tiraba.
Finalizado el proceso de fragmentación comenzaba el deshuesado (minucioso trabajo de limpieza de los huesos), cortando la carne en trozos pequeños para luego pasarlos por la picadora, condimentarlos en base a una receta que cada familia mantenía en riguroso secreto, y amasarlos con las manos en una enorme batea construía de madera, y empezar a elaborar los chorizos, sin olvidar que también se le agregaba carne de vaca a la preparación con la que se hacían los chorizos para secar, porque conjuntamente con el cerdo, también se carneaba un vacuno.
El armado de los chorizos se llevaba a cabo con tripas (generalmente de vaca) y una máquina que se llama embutidora. Las tripas son de varios metros, estas se cortan para dar el tamaño de rosca o chorizo.
Terminada la faena, los chorizos para secar, la morcilla negra, la morcilla blanca y los jamones, se colgaban del techo de los sótanos o en galponcitos especialmente acondicionados para este menester.
Además de todos estos clásicos embutidos, también se elaboraba Kalra y se derretía grasa, que luego era guardada para preparar la comida a lo largo del año, y los chicharrones obtenidos de su derretido, se incorporaban en el amasado de pan que se horneaba en la cocina a leña o en el horno de barro. Con la grasa, asimismo, se cocinaba jabón para lavar y que, en definitiva, se usaba para todos los quehaceres domésticos.
Lo habitual era que las familias carnearan dos veces al año pero, también había, pocas, es cierto, que lo hacían tres veces al año.
Si bien es cierto que esta costumbre se ha ido perdiendo, también es cierto, que en muchas colonias y aldeas, como en muchos campos, todavía se conserva y de desarrolla tal cual como en los viejos tiempos.

sábado, 11 de mayo de 2024

Pueblo Santa María y su gente, en el día de su aniversario (descendientes de alemanes del Volga)

 Hoy cumple años la localidad donde nací. Un pueblo con estilo e identidad propia. Donde nos saludamos cuando nos cruzamos en la calle y conversamos cosas privadas y de la vida misma, cuando nos encontramos en la panadería o en la carnicería.
Hablamos de todo y de todos. Porque todos nos conocemos desde el día que nacemos y todos nos preocupamos por todos. Nos ayudamos mutuamente, colaboramos cuando alguien nos necesita y siempre estamos dispuestos a poner el hombro. Somos un pueblo solidario y un pueblo que valora el trabajo y el esfuerzo familiar y en equipo. Sabemos que juntos, unidos, es más sencillo concretar proyectos que, a priori, parecen imposibles. Por eso somos un pueblo con grandes instituciones, grandes ediliciamente y también grandes en el número de personas y familias que participan de las actividades y que no escatiman esfuerzos cuando hay que trabajar y recaudar fondos para hacerlas mejorar y crecer. Instituciones culturales, educativas, deportivas y sociales que nos definen como comunidad. Todas con una dilatada trayectoria y un enorme prestigio construido a lo largo de años de exitosa actividad. Un prestigio que excede lo local e incluso lo regional.
Somos un pueblo de grandes personas y mejores familias. Un pueblo donde se valora la educación, el respeto, la honradez, el esfuerzo para crecer y el trabajo para progresar. Donde todavía podemos dormir con las puertas abiertas y nuestros hijos pueden jugar al fútbol en la calle. Donde todavía, también, se pueden oír a nuestras madres conversando en alemán, cuando se reúnen en la vereda para charlar y contarse las novedades del día, luego de barrer las hojas y dejar todo pulcramente limpio. O se puede escuchar a los hombres jugando a los naipes o a los Koser y contando chistes en la lengua de nuestros ancestros. Y también, como antaño, como siempre, en los atardeceres, se puede oír el sonido de algún acordeón. Ese mismo acordeón que aún anima fiestas familiares o se convierte en el centro de atracción de eventos multitudinarios.
Somos un pueblo que rescata y valora sus tradiciones y conserva sus costumbres. Un pueblo que le rinde homenaje a sus ancestros cotidianamente, siendo fiel al legado cultural que nos dejaron, y manteniendo vigentes las fiestas típicas, las comidas tradicionales y la lengua, que nos identifican como hijos de descendientes de alemanes del Volga.
Por todo ello, vaya un saludo fraterno a mi gente, a todas esas personas sencillas que trabajan a diario para mantener a sus familias, para educar a sus hijos, para hacerlos estudiar, para darles un futuro mejor; a toda esa gente que se esfuerza y trabaja con solidaridad para ayudar al prójimo; para toda esa gente que dedica tiempo y espacio no solo para integrar las comisiones que organizan eventos para recaudar fondos, sino también a toda esa gente que participa de las actividades que se llevan a cabo con el objetivo de hacer crecer y progresar a esas mismas instituciones, siempre pensando en un fin comunitario y social.
Y también para toda esa gente que trabaja denodadamente en todos los ámbitos de la vida comunitaria, en la educación, en el servicio de salud, en los diferentes centros y talleres, en el deporte, en las actividades recreativas, y a todos aquellos que aportan su invalorable labor y tiempo para rescatar, conservar y difundir nuestra historia y nuestra cultura.
Por todo ello, ¡Feliz cumpleaños, Pueblo Santa María!

domingo, 5 de mayo de 2024

Cómo llenaban los sótanos y aprovisionaban las despensas los alemanes del Volga

En el Volga, en Rusia, los inviernos eran largos, demasiado largos y las temperaturas excesivamente bajas. Generalmente el crudo invierno se prolongaba durante cinco interminables meses, los ríos se congelaban y el campo estaba cubierto de nieve. Por lo que se puede pensar que eran escasas las tareas que se podían realizar durante ese tiempo. Sin embargo nuestros ancestros tenían una ardua tarea por realizar durante esos meses, porque la vida cotidiana continuaba. Había que proteger a los animales y alimentarlos. Seguir ordeñando a las vacas. Reparar y preparar todos los enseres para las futuras tareas de roturar la tierra y sembrarla. De la misma manera que cuidar e ir reparando cada cosa que se rompía o requería algún arreglo dentro de la casa, en los establos o galpones. En todas estas tareas se abocaban por igual hombres y mujeres sin distinción de género.
Por eso durante el verano el tiempo se aprovechaba al máximo para hacer producir la tierra que cada colono poseía. Mientras los hombres trabajaban los campos las mujeres y niños se abocaban a realizar grandes huertas, en las que sembraban todo tipo de verduras y hortalizas, cuya producción luego se transformaba en conservas y encurtidos, que iban a parar a los sótanos que cada casa tenía. En los sótanos también se estibaban verduras que podían conservarse a lo largo de todo el año. También se envasaban y conservaban frutas. Las mujeres y los hombres, cada uno en su menester trabajaban para aprovisionarse para el invierno. Porque de esa provisión dependía sobrevivir durante los cinco meses de bajas temperaturas y nieve. Cuando mirar por la ventana era ver un horizonte blanco o días y días donde salir al patio era imposible por la cantidad de nieve acumulada.
Esa costumbre de estibar productos de la huerta en los sótanos continuó aquí en la Argentina durante muchísimos años. Así es como al descender al sótano durante el invierno uno podía encontrar Chucrut, bolsas de papa, cebolla, chorizos secos colgando del techo, frutas envasadas en grandes frascos y una amplia variedad de encurtidos y conservas que sería larguísimo de mencionar.
Andando el tiempo y dependiendo de la economía de cada familia, la costumbre prosiguió pero con algunas variantes. Familias con inmensos sótanos para guardar su producción y otras con apenas un rudimentario Schepie. Diferentes lugares para guardar los productos pero la misma costumbre y la misma tradición. 

jueves, 2 de mayo de 2024

Viajar es la forma más espectacular de conocer, aprender y sentir

 El objetivo de todo escritor es que sus libros lleguen y habiten en las bibliotecas de cada hogar, que difundan las historias, que siembren semillas de curiosidad y sus frutos sean el saber, que todos los atraídos puedan leerlos, que los disfruten la mayor cantidad de lectores posibles ya sea en soledad o junto a sus seres queridos. Que sean un legado para la posteridad. Que atesoren en sus páginas las vidas que han pasado por este suelo y sean eternas.
Por tal motivo y con el anhelo de que mi trabajo literario pueda llegar a cada rincón del planeta en donde se encuentre un ávido lector de la historia y cultura de los alemanes del Volga es que desde el 1 al 15 de mayo les acerco la oportunidad de poder adquirir dos libros sobre los alemanes del Volga, una forma de viajar a través del tiempo, aprender y conocer el legado ancestral. Ellos son “Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga”, que consta de dos partes; la primera es una recopilación de costumbres, tradiciones, vivencias, historias de vida, relatos de la vida cotidiana en las aldeas y colonias, y la segunda parte es un archivo histórico fotográfico de época que retrata y rescata en imágenes la vida de nuestros ancestros. El segundo libro “La infancia de los alemanes del Volga” es un libro bilingüe, en español y el dialecto traído desde el Sacro Imperio Romano Germánico, conservado en Rusia y hablado actualmente en algunas aldeas y colonias de la Argentina, con canciones de cuna que arrullaron a los bebés y fortalecieron el vínculo entre la madre y el niño, las canciones de la niñez, los juegos que jugaron los por aquellos días niños y niñas y con los cuales aprendieron a ser adultos y concretar sus sueños. Las salutaciones tradicionales de las fechas festivas que marcaban todo un acontecimiento social, religioso y familiar muy importante para esos momentos, la etapa escolar con sus derechos y obligaciones como así también la actividad en el hogar, la sociedad y la familia. Estos dos libros a $24.000 finales. Historia, costumbres y tradiciones que marcaron varias generaciones y que son las raíces de los actuales descendientes. Un paso más cerca de todo apasionado lector de conocer sus orígenes. Los pueden adquirir escribiendo al correo electrónico writerjuliocesarmelchior@gmail.com.

miércoles, 1 de mayo de 2024

En el Día del Trabajador, homenaje a nuestros abuelos alemanes del Volga

Trabajadores de la tierra,
peregrinos del surco:
sembraron trigo
y cosecharon pan.

Regaron la huella del arado
con el sudor de sus frentes,
legando a sus descendientes
la cultura del trabajo.

Levantaron aldeas y pueblos,
iglesias y escuelas,
educaron en la fe
y con el ejemplo.

Con sus manos amasaron el pan,
fabricaron arados y cruces.
Sembraron hijos y sueños
en la vastedad de la pampa argentina.

Fueron nobles campesinos,
chacareros, estancieros, peones,
bajo el sol de la Divina Providencia
y la certeza de sus convicciones.

¡Honor y gloria a los trabajadores
alemanes del Volga!