El 29 de junio, los
descendientes de alemanes del Volga conmemoran el 261 aniversario de la
fundación de la primera aldea alemana en la vasta estepa del río Volga, un
acontecimiento que marcó el inicio de una colonización que modificaría para
siempre el destino de miles de familias cuyos descendientes, más de 100 años
después, migraron a la Argentina.
Fue en este contexto desolador que cientos de familias alemanas tomaron la difícil decisión de migrar al Imperio Ruso. Enfrentaron un viaje extenuante, cruzando enormes distancias en precarios buques, carros y a pie, soportando climas hostiles, nieves y fríos extremos. Una vez iniciada la marcha, no había vuelta atrás. En esta travesía de valentía y resiliencia, un grupo de migrantes fundó el 29 de junio de 1764 la primera aldea en las cercanías del río Volga. En esa estepa desolada, donde todo estaba por hacerse, comenzaron a forjar una nueva sociedad. Fundaron aldeas, construyeron iglesias y levantaron escuelas, transformando un páramo en un vergel y dejando una huella imborrable en la historia. Más de cien años después, esta misma historia de perseverancia sería continuada por sus descendientes en la República Argentina.
Un viaje hacia un
nuevo horizonte
La epopeya de los
alemanes del Volga comenzó en 1763, cuando un grupo de familias, respondiendo
al Manifiesto de Catalina II La Grande, partieron principalmente de los
actuales estados alemanes de Hesse, Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg y
Baviera. Su destino: colonizar las tierras del bajo Volga.
Embarcaron en el
puerto de Lübeck, navegando por el Mar Báltico rumbo a Oranienbaum, Rusia, para
finalmente dirigirse a San Petersburgo. Allí se toparon con la primera
decepción: a pesar de sus diversas profesiones de origen (había farmacéuticos,
médicos, abogados, ingenieros, maestros, zapateros, herreros, panaderos), se
les informó que todos debían dedicarse a la agricultura y rendir fidelidad a la
Corona. Desde San Petersburgo, la comitiva continuó su arduo viaje hacia el
bajo Volga, buscando un nuevo horizonte para escapar de los conflictos
religiosos y las incesantes guerras que habían diezmado sus tierras de origen, dejando
un rastro de cosechas arrasadas, hambrunas, enfermedades y muerte.
En los primeros
diez años de esta migración, unas 30.000 personas partieron de la actual
Alemania. Sin embargo, como consecuencia de las inhumanas peripecias del viaje,
sólo alrededor de 23.000 lograron llegar a su destino. El resto encontró su
tumba bajo una cruz de madera y una cubierta de nieve, víctimas del frío, el
hambre y las enfermedades.
El viaje completo,
desde su tierra natal en el Sacro Imperio Romano Germánico hasta la "tierra
prometida" en la región del bajo Volga, duró aproximadamente un año. Pero
una vez allí, les aguardaba una desagradable sorpresa. Catalina II no solo los
había elegido para colonizar campos inhóspitos y desolados, lejos de las
grandes urbes y rodeados de siervos analfabetos, sino también para servir como
una barrera humana de contención contra las tribus nómades que asolaban la
región.
Fue en este
contexto de desafíos y promesas incumplidas que, el 29 de junio de 1764,
fundaron la primera aldea: Dobrinka. Este acto de fundación, que hoy se
conmemora, fue el punto de partida de una historia de tenacidad y progreso, una
historia que, más de un siglo después, sería continuada por sus descendientes
en la Argentina (Julio César Melchior).
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