
Se formula estas preguntas tirado sobre el catre de campaña en la pampa argentina, mirando el techo agujereado de un galpón de chapa chorreando sudor y cansancio. Adormilado tras un largo día de trabajo cosechando maíz. La cara curtida, las manos duras y cuarteadas de cicatrices. Los ojos cerrados, secos de lágrimas. El cuerpo agotado; el alma inconsciente. Sin fuerza ni voluntad de nada. Destrozadas las alpargatas, rota la bombacha de gaucho, desgarrada la camisa, más pobre que en la aldea del Volga.
El adiós. El barco surcando el océano. Las estelas en el mar. El cielo y las estrellas. El sol y la luna. Las esperanzas y los sueños compartidos a la luz de un farol y al amparo de un corazón que creyó en la utopía de la Argentina generosa y rica. La llegada a la floreciente colonia. Enterarse que ya no quedaban tierras para repartir. Sufrir viendo romperse en pedazos, las ilusiones, la sorpresa de enviarles dinero a sus padres para que también vengan a América y conozcan la abundancia. Las vivencias que quedaron lejos. En la juventud. Hoy sus padres habrán muerto. El hogar de su niñez ocupado por otra familia. Y él sin poder visitar sus tumbas.
Envejeció en la Argentina. Sin un peso en los bolsillos. Más pobre que cuando llegó. Trabajando hasta que los años le dijeron basta.
Sin mujer, sin hijos, sin casa, terminó en un geriátrico, antesala del cementerio.
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