Rescata

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viernes, 14 de junio de 2013

Historia de inmigrantes

Un relato estremecedor. El devenir cotidiano de varias generaciones de habitantes de las colonias, comenzando por los primeros inmigrantes que las fundaron. Sus miedos, angustias y decepciones. Su fuerza de voluntad, convicción y deseos de progresar en la vida, que les permitió salir adelante frente a todas las adversidades que el destino les fue colocando en el camino.

-Mi abuelo me contó que nació en Kamenka y que vino a la Argentina cuando tenía quince años. Junto a sus padres y seis hermanos. Llegaron en barco a Buenos Aires. Allí los esperaba un amigo que ya estaba afincado aquí hacía diez años. Él también había venido del Volga con su esposa y sus hijos. Todos tomaron el tren y se vinieron a las colonias. Era el año 1905 –evoca don Federico.
-Cuando llegaron a la colonia mi bisabuela comenzó a llorar desesperadamente. El lugar la decepcionó mucho. Aquí no había más que un montón de casitas pobres en el medio de la inmensidad de la pampa. Nunca se repuso de esa primera impresión y nunca se adaptó ni olvidó su aldea natal, donde quedaron para siempre sus padres y hermanos. Mi abuelo empezó a trabajar en el campo. No tuvo tiempo para pensar ni para poner triste. Hizo de todo. Me contó que aró, sembró, cosechó… Fue albañil… Ayudante de panadero, de carnicero y de cuanto patrón le pagara un sueldo. Con el correr de los años y la solidaridad de los colonos logró juntar cierta fortuna. Tuvo casa propia y un poco de campo. El suficiente para vivir bien. Eran años prósperos en los que con cuarenta hectáreas se podía mantener a una familia y llevar una vida de rico –asevera don Federico agregando enseguida que- Pero había que trabajar duro, muy duro. Mi abuelo trabajaba desde las cuatro de la mañana hasta las altas horas de la noche. Criaba vacas, ovejas, cerdos, gallinas, pavos y lo hacía todo él con la esposa y la ayuda de los hijos.
-Mi abuelo murió en 1955, a los 65 años. Tuvo dieciséis hijos: diez varones y seis mujeres. Ni bien murió mi abuelo, los mayores vendieron el campo y se repartieron la plata. Mi abuela se tuvo que ir a vivir a la casa del hijo más grande, que en aquel entonces tenía nueve hijos. Los demás se dispersaron. Algunos se fueron a buscar trabajo a Punta Alta, Bahía Blanca, Río Negro; otros, como mi padre, marcharon a Buenos Aires. Mi padre nunca se adaptó a la vida en la Capital. Yo fui el único de sus cinco hijos que nació en la colonia.  A mí me gustaba la colonia. Acá tenía a mis amigos. Acá la vida era diferente. Había más libertad. La gente es más honesta, más solidaria. ¡Era otro mundo! –afirma con un dejo de nostalgia en la voz.
-En Buenos Aires mi padre trabajó en una fábrica. Pasó toda su vida metido ahí. Tuvo siete hijos: cuatro varones y tres mujeres. Al principio veníamos todos los años a la colonia, hasta que murieron mis abuelos. Después cada vez menos. Mis padres se hicieron grandes, algunos familiares de acá fallecieron. Y lentamente la unión se fue cortando. Y la distancia y el tiempo hicieron el resto –reconoce don Federico Schwab sin ocultar su mirada que es una mezcla de tristeza y resignación.

-Mi padre murió a los ochenta años y mi madre a los ochenta y cinco. Los sepultamos allá, en Buenos Aires. Mis hermanos que nacieron en la Capital se opusieron para que los traiga y los sepulte en la colonia. Los entiendo, porque para ellos, Buenos Aires es su hogar. Ellos nunca llegar a amar a la colonia como yo, que vengo cada vez que puedo. Claro que cada vez es más difícil. Los años pasan para todos. Casi no me quedan amigos con vida de aquellos años de infancia. La mayoría murieron y otros, al igual que yo, partieron junto a sus padres a otros lugares. A muchos de mis primos ni los conozco. Así que, quizás, esta sea una de las últimas visitas que hago. Además la colonia está tan diferente. Está hermosa, más hermosa que nunca. ¡Ojalá mis padres pudieran verla! Se sentirían muy orgullosos de su pueblo y de su gente. Pero creció tanto que ya no la reconozco. Existen otras cosas, otras caras, otra gente, es otra la colonia. Es igual pero distinta. ¡Todo cambió tanto pero tanto! 

1 comentario:

  1. hermoso y sentido el relato, tan cierto, verdadero, así pasa casi siempre lamentablemente, !!!!!!!gran verdad!!!!!!!!

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