Rescata

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miércoles, 31 de julio de 2013

“Antes no servía de nada ser un mantequita”

 “Sin miedo a tomar una pala para ensuciarme las manos –dice Alfonso Strevensky- y descendiente de un tiempo en que el respeto valía algo y los vecinos se ayudaban unos a otros, sin pedir nada a cambio, puedo contar muchas cosas y decir con orgullo que la época de nuestros padres fue mejor que la actual”.

“En las largas horas de invierno de mi niñez, sin televisión ni radio, nos reuníamos con los vecinos a conversar, a jugar a los naipes, a comer girasoles, a rezar… A veces alguien tocaba una acordeón, entonces cantábamos, bailábamos. Todo en alemán. Compartíamos la vida diaria sin miedos. Con sus alegrías y tristezas. Los nacimientos, las enfermedades, los fallecimientos… Todo se vivía en comunidad. Sin envidia, sin maldad, sin aparentar tener más que el otro. El que tenía daba con el corazón y el no tenía aceptaba con el corazón. Siempre con palabras de gratitud. Con una sonrisa. No había grandes dramas ni grandes lujos –revela Alfonso.
“Todos se ayudaban unos a otros. Me acuerdo que cuando mamá estuvo en cama durante un mes después de que naciera uno de mis hermanos menores, todos los vecinos colaboraron con papá para que no nos faltara nada para comer y nunca dejáramos de tener ropa limpia. Los abuelos también estaban siempre. No había tantas demostraciones de cariño como hoy en día, es cierto, pero el afecto estaba. Nunca nos sentimos solos ni desamparados. Porque siempre había una mano amiga y la casa de una familia generosa a la que recurrir.
“Nosotros éramos muy humildes pero en la mesa familiar nunca nos faltó el pan para comer ni tampoco ropa para vestirnos. Se vivía de otra manera. La gente era más simple. Las personas se respetaban y había un respeto único hacía los padres. Nosotros los tratábamos de usted y si papá nos miraba con cara seria ya temblábamos porque sabíamos que estábamos en falta. Y las travesuras se pagaban con una buena paliza. Y todos salimos hombres de bien –afirma con orgullo-. Nadie se quejaba.
El relato continúa. Alfonso cuenta que empezó a trabajar a los 11 años, en el campo, ayudando a levantar una cosecha en los años en que toda la actividad se desarrollaba con caballos.
“Después seguí trabajando hasta que me jubilé. Estuve muchos años en el campo, hasta que mi patrón vendió su chacra. Después trabajé de ayudante de albañil, de carpintero, hice pozos ciegos y muchas cosas más que ni me acuerdo. Cuando escaseaba el trabajo había que hacer lo que viniera y saber hacer de todo. Porque si no estabas frito. Antes no servía de nada ser un mantequita”.

Quedó viudo hace 8 años. Tiene 6 hijos casados: dos mujeres y cuatro varones. 16 nietos y 4 bisnietos. 83 años cumplidos y una dignidad admirable.

4 comentarios:

  1. Maravillosa historia que muchas personas tendrian que leer y entender con el corazón!! Cuesta mucho creer que personas tan distintas vivan en la misma comunidad. Tanto sentimiento de superioridad basado en nada! Admiro a la gente agradecida y que no aspira al materialismo ni a denigrar al projimo para sentirse superior.
    Gracias por difundir estos ejemplos de vida!!!

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  2. Muchas gracias por visitar mi blog, por leer y aportar tu reflexión!!! Tus alas iluminan estas páginas!!!

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  3. excelente historia. Un ejemplo de vida.

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  4. Así es, nuestros ancestros nos dejaron ejemplos de vida dignos de seguir. Muchas gracias por visitar mi blog, leer y comentar!!!

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